El juego libre [Vídeo]

Ya ha llegado septiembre, y después de este pequeño parón veraniego, vuelven las Píldoras de Psicología, y vamos a empezar hablando del juego, y en especial, del juego libre. ¡Espero que os guste!

Siempre se ha visto el juego como si fuera el postre de las comidas: si te lo acabas todo, tienes postre. Si no, nada. Si haces todas tus obligaciones y tareas podrás jugar, si no, nada. Esta visión del juego implica considerarlo algo secundario, prescindible, vacío, carente de valor y que no aporta nada al desarrollo del niño. Sería casi una interferencia que distrae a nuestros hijos de hacer cosas “mucho más importantes”. Y nada más lejos de la realidad. Con estas ideas en mente, muchas veces sobrecargamos a nuestros hijos de deberes y obligaciones, sin saber que verdaderamente el juego es su principal vía de aprendizaje.

Cuando hablamos del juego es importante tener en cuenta de qué edades estamos hablando, pero sin perder de vista que en todas ellas el juego es muy importante:

  • Entre los 0 y los 2 años, predomina el juego funcional o de ejercicio. Al principio el niño solamente reacciona con reflejos frente a los estímulos, pero poco a poco va desarrollando un mayor sentido de acción-reacción y su juego se vuelve algo más complejo.
  • Entre los 2 y los 6 años es cuando aparece el juego simbólico. El niño/a juega a imitar: juega a que cocina, a mamas y papas, a que es conductor de coches…
  • A partir de los 6 años es cuando se desarrolla el juego de reglas.

La importancia del juego

El juego no es algo secundario. Es un derecho de los niños que se sitúa al mismo nivel que otras necesidades o derechos como la educación o el cuidado de su salud. Al menos así es como lo recoge Naciones Unidas en el artículo 31 de la Convención Sobre los Derechos del niño «el niño tiene derecho al esparcimiento, al juego y a participar en las actividades artísticas y culturales».

Está claro que no todos los niños tienen las mismas necesidades, los hay más “caseros” y más “callejeros”, más “movidos” y más “tranquilos”, pero por encima de estas diferencias los niños necesitan mucho tiempo de juego libre, no dirigido, y a ser posible al aire libre. Podemos acostumbrarles a otras cosas, y por ejemplo, que se conformen con ver la tele en casa, pero eso es como saciarles a base de golosinas en vez de proporcionarles comida de verdad. Es importante identificar cuáles son las necesidades de nuestro hijo y facilitar en la medida de lo posible su satisfacción. Un niño con poca libertad de movimiento, con pocos momentos de juego libre y sin control adulto, irá acumulando una tensión que acabará por salir en el momento más inoportuno, por ejemplo, en medio del supermercado.

El juego libre

Pero hay que tener en cuenta que no todo el ocio es juego; cuando hablamos de los beneficios del juego para los niños hablamos de lo que se conoce como juego libre, y en este sentido, cuanto más estructurado está el juego, es menos juego. En el juego libre es el niño el que decide cómo, qué y con quién quiere jugar, establece sus propias reglas, elige los materiales y decide el final del juego sin la intervención de un adulto. Entendiendo de este modo el juego, es fácil asumir que jugar implica probar límites, arriesgarse, ir un paso más de lo permitido y ser capaces de romper las reglas.

Ya tenemos claro qué es el juego, pero también es importante saber qué no es el juego, y aquí no hay que confundir el juego con el mero entretenimiento, ya que ambos no tienen nada que ver. Mientras que el juego es activo y exige mucho del niño, el entretenimiento es pasivo, exige poco de él y está muy estructurado. Dentro del entretenimiento englobamos los videojuegos, la televisión, etc.

El juego libre en nuestro entorno

Pero hoy en día, por desgracia, no acaba de resultar fácil que un niño pueda jugar libremente. Para que se de el juego libre se ha de disponer de espacio, materiales y tiempo, y en su mayoría, las ciudades en las que vivimos no disponen de mucho espacio donde correr y esconderse, y a su vez los niños muy a menudo carecen de tiempo. Da la impresión de que nuestras ciudades están hoy en día más diseñadas para los coches que para las personas, por no mencionar a los niños, que tienen que resignarse a jugar en pequeños recintos vallados que llamamos «parques» porque el resto del espacio público está invadido en su mayor parte por los vehículos a motor y los peligros que éstos implican. Y al final se forma un círculo vicioso: los niños viven en entornos que no facilitan el juego libre con iguales, por lo que los padres les saturan de actividades estructuradas fuera del horario de clase, los niños están más encerrados en casa con sus consolas, y poco a poco pierden un espacio público que siempre les ha pertenecido.

Facilitar este juego libre implica que como padres nos pongamos cara a cara con nuestros propios miedos: que se hagan daño, que se metan en problemas, que se ensucien, qué dirá la gente de ellos, o cuestiones más prácticas como las limitaciones de espacios y tiempo. Sabiendo que no es sencillo, es necesario dar a nuestros hijos a diario la oportunidad de jugar de un modo libre y no estructurado, de al menos durante un rato no estar escuchándonos decir ”así sí, así no, cuidado con esto, mira aquí, ve allí”. De ese modo podrán desarrollar mejor su autonomía y creatividad.

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

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