El placebo: qué es, cómo funciona y para qué sirve | Vídeo

Todos hemos oído hablar del placebo muchas veces pero, ¿qué es exactamente?, ¿cómo funciona? Y, sobretodo, ¿para qué sirve? En el vídeo de esta semana vamos a intentar responder a todas estas preguntas. Vamos a ello:

Un placebo es una sustancia o un procedimiento que no tiene efectos fisiológicos específicos buscados o esperados. Sin embargo, aunque no tenga ese efecto fisiológico específico, no podemos decir que no tenga efecto, ya que si una persona piensa que un placebo puede producirle un efecto fisiológico, su administración puede producirle realmente ese efecto. Ejemplos tenemos muchos, vamos a explicar todo esto con un poco más de detenimiento…

A finales del siglo XVIII, un médico llamado John Haygarth introdujo la idea de la necesidad de un tratamiento de control para identificar el efecto placebo y así identificar qué tratamientos hacen lo que prometen por la vía que prometen, y cuáles no. Por aquel entonces se utilizaba una varilla de metal para aliviar el dolor producido por heridas, artritis, gota o tumores. ¿Su vía de acción? Se suponía que al frotar la varilla metálica por el cuerpo, ésta absorbía la corriente eléctrica que producía el dolor. Pues bien, Haygarth utilizó una imitación en madera de esa varilla de metal a modo de placebo para comprobar si, efectivamente, el efecto venía dado por esa aleación de metal, o si por el contrario, era pura sugestión. Realizó un experimento en el que trató a 5 pacientes que sufrían reumatismo crónico con la varilla de madera, y de esos 5 pacientes 4 se aliviaron. Con otros 5 pacientes utilizó la varilla metálica y obtuvo unos resultados similares, así que concluyó que la mente podía influir mucho en el cuerpo.

Sin embargo, no será hasta 1962 cuando se empezará a utilizar de manera sistemática los grupos control con placebo para comprobar la eficacia y validez de los fármacos.  En los años 50 se produjo la crisis de la talidomida: por aquel entonces se prescribía con frecuencia talidomida a las embarazadas para calmar los vómitos, pero luego se vio que ocasionaba grandes malformaciones en los brazos y piernas a los recién nacidos. A raíz de esta crisis, en 1962 se mejoraron los procedimientos para aumentar la seguridad de los medicamentos y, desde entonces, para que la FDA apruebe un medicamento se requiere tener evidencia de la eficacia y seguridad de ese fármaco mediante ensayos adecuados y bien controlados.  O lo que es lo mismo: hasta los años 60 podías comercializar un fármaco sin demostrar si era eficaz o seguro. Justo lo que hoy sigue pasando con la homeopatía, que se vende en la mayoría de farmacias sin que haya demostrado su eficacia. De hecho, lo que sí está probado es la ineficacia de la homeopatía, más allá del efecto placebo. Y por otro lado, el tema de la seguridad: desde el momento en el que puede desplazar un tratamiento que sí es efectivo y necesario, la homeopatía puede convertirse en un tratamiento peligroso.

Pero bueno, volvamos a los fármacos de verdad: cuando se quieren estudiar los efectos de un fármaco se deben emplear grupos de control, cuyos miembros reciben un placebo para asegurarse de que los efectos observados se deben al efecto específico del fármaco que estamos estudiando y no al “efecto placebo”. En estos estudios, los pacientes no saben en que grupo se encuentran: no saben si están recibiendo el fármaco o si están recibiendo el placebo. De esta forma, es posible que un paciente piense que esté recibiendo el fármaco cuando en realidad solo está recibiendo un placebo. O al revés. Este método se conoce como “ciego” y sirve para controlar las expectativas de la persona que recibe el fármaco. Además, por su parte el investigador tampoco conoce si lo que está dando a la persona que participa en el estudio se trata de la sustancia activa o del placebo. En estos casos hablamos de una metodología de doble ciego (ya que tanto el que da el fármaco como el que lo recibe son “ciegos”) y se emplea para controlar las expectativas del investigador.

Desde la psicología se ha estudiado cuáles son los mecanismos que están implicados en este efecto placebo, y se han encontrado varios factores que pueden influir en que el efecto placebo sea mayor o menor. Pueden ser variables relacionadas con el propio paciente, con placebo o con el investigador.

Por ejemplo, dentro de las variables asociadas al paciente, se ha visto que el placebo puede más o menos efectivo en diferentes personas; por ejemplo, parece que es más efectivo en personas altamente ansiosas y en pacientes que son capaces de seguir instrucciones de una forma más exacta.

Luego también influyen factores relacionados con el placebo en sí y no tanto con la persona: elementos como el tamaño, la dosis, el color, la forma o la vía de administración pueden hacer que ese placebo tenga mayor o menor efecto. Por ejemplo, se ha comprobado que un placebo de mayor tamaño es más efectivo que uno de más pequeño. También se ha observado que las cápsulas son más potentes que las tabletas y, a su vez, las inyecciones son más potentes que las cápsulas.

Y finalmente, también el propio investigador o el terapeuta puede influir en que el efecto del placebo sea mayor o menor: se ha comprobado que el hecho de mostrar cordialidad, una actitud amistosa, interés, empatía y una actitud positiva hacia el paciente y hacia el tratamiento son variables asociadas a un efecto beneficioso. ¿Alguna vez habéis visto un homeópata o terapeuta de reiki que trate mal a sus pacientes? Pues eso, es más importante que te caiga bien tu homeópata que tu cirujano 😉

Y no olvidemos que las expectativas del investigador o terapeuta, como hemos dicho, también pueden afectar a los resultados, por eso son tan necesarios todos esos controles de los que antes estábamos hablando.

Ah, y a parte del efecto placebo, también existe el “efecto nocebo”, que sería la otra cara de la moneda, y explicaría por qué algunas personas experimentan efectos secundarios no relacionados con la medicación que ingieren. Así, en una revisión realizada con más de 100 estudios de fármacos con ensayos a doble ciego, se observó que casi el 20% de los sujetos que recibieron un placebo inerte refirieron efectos adversos como náusea, cefalea, fatiga, vómito o hipertensión arterial

En resumen: que el efecto placebo existe y es lo que hay detrás de muchas patrañas que se intentan confundir con la medicina. Los fármacos de verdad deben superar gran cantidad de estudios a doble ciego en los que demuestren ser más efectivos que el placebo (y ser seguros). Los que no lo consiguen, nunca acaban en las estanterías de una farmacia.

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

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