DEPA

Mejora tu asertividad: la técnica DEPA

Imagina que te encuentras en una situación en la que alguien de tu entorno (tu pareja, tu jefe, un familiar) de manera más o menos sostenida viene realizando alguna conducta que te molesta bastante. Hasta ahora no has dicho nada porque no quieres generar ningún conflicto, no quieres que se ofenda, etc. pero crees que ya va siendo hora de hacer algo. Bien, ¿cómo puedes hacerlo?

DEPA

¿Qué es la asertividad?

Ante este tipo de situaciones suelen darse típicamente dos tipos de respuestas:

  • Respuesta pasiva: implica no hacer nada. Agachar la cabeza y ceder, ya que no queremos incomodar a la otra persona.
  • Respuesta agresiva: defendemos nuestros derechos, pero de un modo un tanto agresivo, con malas palabras o malos gestos, siendo poco respetuosos con la persona con la que tenemos el conflicto.

Ambas respuestas tienen su parte positiva y negativa: cuando somos pasivos estamos siendo muy respetuosos con la otra persona, pero tanto que no llegamos a defender nuestros derechos. Cuando somos agresivos sí defendemos nuestros derechos, pero sin respetar a la otra persona. En este tipo de situaciones es en las que deberíamos emplear la asertividad, que es la técnica (o estilo de comunicación) mediante la cual expresamos nuestros derechos pero desde el respeto hacia los demás.

[box type=»info» ]Como estrategia y estilo de comunicación, la asertividad se sitúa en un punto intermedio entre otras dos conductas diametralmente opuestas: la pasividad que consiste en permitir que terceros decidan por nosotros, o pasen por alto nuestras ideas, por otro lado tenemos la agresividad que se presenta cuando no somos capaces de ser objetivos y respetar las ideas de los demás. La assertividad suele definirse como un comportamiento comunicacional en el cual la persona no agrede ni se somete a la voluntad de otras personas, sino que manifiesta sus convicciones y defiende sus derechos. Es también una forma de expresión consciente, congruente, directa y equilibrada, cuya finalidad es comunicar nuestras ideas y sentimientos o defender nuestros legítimos derechos sin la intención de herir o perjudicar, actuando desde un estado interior de autoconfianza, en lugar de la emocionalidad limitante típica de la ansiedad, la culpa o la rabia. [/box]

La técnica DEPA

La técnica DEPA nos puede ser muy útil para enfrentarnos a esas situaciones en las que queremos pedir un cambio de conducta a alguien de nuestro entorno de manera asertiva. Su nombre es un acróstico derivado de las cuatro fases que componen la técnica: describir, expresar, pedir y agradecer. Veamos con detalle cada una de ellas:

  • Describir: el primer paso consiste en poder transmitir a nuestro interlocutor de la manera más precisa posible cuál es la conducta que nos está resultando molesta y que queremos que cambie. Cuanto más precisa sea nuestra descripción, mejor comprenderá el resto del mensaje: «Cuando quedamos con nuestros amigos para cenar, muchas veces no me diriges la palabra en toda la cena y sólo hablas con el resto de personas»
  • Expresar: acto seguido debemos comunicar a la otra persona cómo nos sentimos ante esa situacion, para que comprenda que nuestra petición de cambio no es arbitraria sino que busca paliar el malestar emocional que ello nos está produciendo. Lograr transmitir estas emociones ayudará enormemente a nuestro interlocutor a empatizar con nosoros (y, consiguientemente, facilitará que acepte el cambio que a continuación le proponemos). Siguiendo con el ejemplo, «me siento desplazado e ignorado»
  • Pedir: una vez descrita la situación y expresadas nuestras emociones es hora de solicitar un cambio. Vamos a ofrecerle a nuestro interlocutor una alternativa conductual que pueda satisfacer a ambos, por ejemplo: «me gustaría que estuvieras un poco más pendiente de mí, con preguntarme qué tal estoy o si necesito algo, me bastaría»
  • Agradecer: la última fase del mensaje consiste en reconocer y agradecer a nuestro interlocutor la atención prestada y/o su esfuerzo o motivación por cambiar. «Me he dado cuenta que has estado intentando cambiar lo que te comenté. Muchas gracias por tenerlo en cuenta» 

Estas cuatro fases tenemos que ser capaces de hilvanarlas en un único mensaje comunicativo; la única fase que podemos demorar es la última (agradecimiento), que puede esperar unos minutos, horas o incluso días hasta que veamos alguna respuesta por parte de la otra persona. Por ejemplo, el mensaje anterior podría quedar así:

«Fulanito, llevo tiempo queriendo decirte algo que me hace sentir mal. (D) Cuando quedamos con nuestros amigos para cenar, muchas veces no me diriges la palabra en toda la cena y sólo hablas con tus amigos. Eso no me gusta nada porque (E) me hace sentir desplazada e ignorada, como si no existiera. Quiero que tú también disfrutes cuando salimos, pero (P) me gustaría que estuvieras un poco más pendiente de mí, con preguntarme qué tal estoy o si necesito algo me bastaría» (…)  «Qué bien me lo he pasado esta noche. (A) Me he dado cuenta que has estado intentando cambiar aquello que te comenté. Muchas gracias por tenerlo en cuenta»

Si no tenemos práctica con esta técnica es bastante probable que sonemos un tanto forzados o robóticos, como si hubiéramos aprendido de memoria frases de un libro de autoayuda. ¿La solución? Practicar, practicar y practicar. No es necesario hacerlo directamente con alguien. Inicialmente puede ser útil hacerlo por escrito, pensando en alguna situación que hayamos vivido y tratando de crear la respuesta que nos habría gustado dar. Una vez la tengamos, podemos grabarla usando nuestro teléfono móvil y escucharla. Probablemente nos demos cuenta de algunos errores o aspectos que nos gustaría mejorar. Cambiamos y grabamos de nuevo, hasta que notemos que el mensaje es fluido, ligero y adecuado a nuestro estilo comunicativo habitual. Con un poco de este entrenamiento ya podemos lanzarnos a ponerlo en práctica en situaciones reales.

Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

Yo no ayudo a mi mujer con los hijos

El día que me hice viral

Muchos ya sabéis cómo empieza la historia, porque lo conté en mi último post. Estaba yo en el supermercado, alguien me dijo algo, y utilicé esa anecdota para escribir un post. Pues bien, 72 horas después lo habían leído más de 180.000 personas sólo en mi página web, además lo han publicado en El País, Cadena Ser, La Voz de Galicia, Ser Padres, Solohijos, La Nación (Argentina), Los Andes (Perú) y un largo etcétera. Ahora voy a intentar resumiros un poco todo lo que sucedió desde que publiqué el artículo.

Yo no ayudo a mi mujer con los hijos

Todo empezó como empiezan muchos de los artículos que escribo: con una anécdota. Algo que me ocurre y que utilizo como excusa para tratar algún tema que me parece interesante. Tras la «famosa» anécdota del supermercado, llegué a casa, le dimos la comida a los bebés, y cuando éstos estaban durmiendo la siesta aproveché el momento de breve calma para escribir sobre lo que había ocurrido. Como suelo hacer siempre con cada artículo, le pasé el borrador a mi mujer para que lo supervisara (ella siempre lo lee todo antes que nadie y me aporta ideas valiosísimas), elegí una foto de mi hija para ilustrarlo y lo dejé todo listo para el lunes subirlo al blog.

A partir de ahí, la locura. En pocas horas había superado el número máximo de visitas diarias que recibía el blog marcando un nuevo récord. Pero muy poco después lo duplicó. Y luego lo multiplicó por cinco. Por la tarde, pensando que había llegado al pico máximo de visitas, publiqué en mi cuenta personal de twitter:

Pensaba que ahí acabaría todo, pero no. Al día siguiente me levanto y descubro que me enlazan desde el suplemento SModa de El País y que incluso me hacen un hueco en su portada:

Horas después tuve que ampliar el ancho de banda de mi servidor porque la web se cayó, aunque pese a ello, no llegó a gozar de muy buena salud por el aluvión de visitas durante varios días. De repente no paraban de llegar RT, likes, comentarios, compartidos de Facebook e incluso empiezo a ver titulares del tipo «No imaginan lo que le ocurrió a este psicólogo en la cola del supermercado», «Este psicólogo va a decir algo que les va a sorprender, hagan click aquí para descubrirlo», una risa. La verdad es que me parecía todo bastante surrealista y me hacía (y me hace) mucha gracia ver a gente que no conozco de nada contar una historia que me había pasado unos días antes. Por la tarde veo que se hacen eco del artículo en el periódico argentino La Nación, y el tema se extiende por aquel hemisferio, siendo mi web ya casi inaccesible durante el resto del día. Un artículo que había escrito en 15 minutos se había viralizado.

Al día siguiente (miércoles 17), estando en la farmacia comprando las vacunas para la revisión de los niños, recibo una llamada de un número oculto, la cojo, y de repente, sin previo aviso, estaba hablando en directo con una radio nacional argentina, la Cadena 3, que se hacía eco desde ese día por la madrugada de mi artículo:

Ese mismo día por la tarde La Ventana, de la Cadena Ser, abría comentando mi artículo, al cual le dedicaron un espacio de participación ciudadana bajo el hashtag #amosdecasa y unos cuantos minutos durante la primera hora del programa:

Amablemente, me invitaron a participar en el programa, y estuve un rato hablando con ellos sobre el artículo, sobe el rol de la mujer en la sociedad, etc. así como comentar con algunos oyentes que llamaron para opinar sobre estos temas.

El mismo día que publiqué este post que estáis leyendo aún realicé una entrevista más para hablar sobre este asunto, en este caso, para el programa Ser Social, de la radio CNN Fisherton de Rosario (Argentina). Fue una entrevista un poco más larga que las anteriores y en la que me sentí verdaderamente cómodo. También os la pongo aquí por si queréis escucharla:

Quienes me conocen saben que digo muchas tonterías. Muchas. Y la verdad es que me alegra muchísimo haber alcanzado ese nivel de «viralidad» hablando sobre algo que no lo es, sino sobre un tema que creo que es de una relevancia absoluta: la corresponsabilidad, la igualdad entre hombres y mujeres, derribar barreras sexistas, educar en la igualdad. Que cualquier otro artículo hubiera llegado a esto me habría alegrado, pero que lo haga este me enorgullece enormemente.

Y bien, ¿por qué estoy escribiendo esto ahora? Pues un motivo es dar las gracias. Como bien decía mi abuela, «es de bien nacido el ser agradecido», y si tantas personas os habéis tomado la molestia de leerme y compartir mi historia, lo menos que puedo hacer es daros las gracias. Y también lo escribo para mí mismo, para recopilar los enlaces y capturas de aquellos que me han publicado el artículo y así, dentro de un tiempo cuando se haya pasado todo esto, reírme un poco recordando mis 15 minutos de fama. Que ya lo dijo Warhol.

«En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria.». Andy Warhol.

En la fecha en la que publico este post, el artículo original se ha leído ya unas 240.000 veces, siendo de lejos el artículo más leído del blog (seguido por El papel del padre en la lactancia con 23.000 visitas), y ha recibido 80 comentarios en su entrada del blog.

Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

niños

Yo no ayudo a mi mujer con los niños ni con las tareas de casa

Esta mañana he ido de paseo y al supermercado con los niños (ya tienen 15 meses, están para comérselos, ¡de verdad!). En la cola, se me ponen a hablar un par de señoras, y las dos concluyen lo mismo: «hi ha que veure, lo que ajuden ara els homens a les seues dones amb els fills» («hay que ver lo que ayudan ahora los hombres a sus mujeres con los hijos»). Ésta es una de esas situaciones que me encantan para poder provocar un poco y sacar mi lado más feminista. Pero hoy se hacía tarde para comer y me he limitado a sonreír, agradecer y seguir a casa.

niños

¿Que qué le habría dicho a estas señoras? Probablemente, como en otras ocasiones, les habría respondido con un «disculpe señora, pero no, ni ayudo ni pienso ayudar a mi mujer con los hijos». Y pasaría a explicarle cuál es mi punto de vista al respecto.

Antes de tener hijos yo nunca he sido de esas parejas o maridos que ayudan a su mujer con las tareas de casa. Pero es que mi mujer tampoco me ha ayudado nunca. Y cuando llegaron los hijos las cosas siguieron más o menos igual: ni le he ayudado con la casa ni ahora con los hijos. Habrá alguno que aún no haya pillado de qué va la cosa y esté pensando maravillas sobre mí y apiadándose de mi mujer (¡pobrecita, menudo le ha tocado!). No, yo no ayudo a mi mujer con los niños porque no puedo ayudar a alguien con algo que es mi entera responsabilidad.

Los hijos, al igual que las tareas domésticas, no son el patrimonio de nadie: ni pertenecen a la mujer ni pertenecen al hombre. Son responsabilidad de ambos. Por este motivo me llega a ofender cuando, de modo muy bienintencionado (soy consciente) me halagan con «lo mucho que ayudo a mi mujer». Como si no fueran mis hijos o no fuera mi responsabilidad. Hago, con mucho esfuerzo y mucho gusto ni más ni menos que aquello que me corresponde. Al igual que mi mujer. Y por mucho que me esfuerce nunca podré llegar a hacer tanto y tan bien como hace ella.

¿Por qué tenemos esta visión de las responsabilidades?

Tenemos aún en la mente un modelo de familia patriarcal en el que hay un reparto de tareas muy bien definido: el hombre es el proveedor de recursos, la mujer la gestora del hogar (ahí se incluyen los hijos). Sin embargo la sociedad ha cambiado profundamente en las últimas décadas (afortunadamente) y este reparto de papeles ha pasado en muchos casos a la historia. La mujer hoy en día, aunque sigue profundamente discriminada socialmente (no hay más que ver la diferencia en salarios u oportunidades de promoción laboral) es el agente de su propio desarrollo, tiene la capacidad de desarrollar una carrera profesional en los mismos ámbitos que un hombre y, si decide dedicarse al cuidado de los hijos es, en la mayoría de los casos, por una elección personal, y no por falta de oportunidades o derechos sociales.

Píldoras de Psicología Alberto Soler

En un momento en el que tenemos esta igualdad de roles entre hombre y mujer, asumir de facto que los hijos son responsabilidad de ellas es un vestigio del pasado. Hoy en día hombre y mujer se reparten (o deberían hacerlo) de modo equilibrado aquellas tareas que les atañen a ambos, como la casa y los hijos. ¿Y qué es «de modo equilibrado»? Ese equilibrio no implica en (casi) ningún caso un reparto 50-50, sino más bien una adaptación flexible entre la disponibilidad de los miembros de la familia y las tareas que se requieren. Pensemos por ejemplo, qué injusto sería un reparto de tareas 50-50 en un caso en el que la mujer llegara a casa a las 20:00 después de 12 horas de trabajo, y su pareja llevara desde mediodía en casa. Un reparto «mitad tú, mitad yo» sería tremendamente injusto. E igual a la inversa.

Los hijos implican dar un paso más allá en esta flexibilidad y suponen un importante test de compenetración y trabajo de equipo en la pareja (y cuando vienen a pares como en nuestro caso, más todavía). Ya hablé hace tiempo sobre el papel del padre durante la lactancia, ya que parece que muchos padres se sienten perdidos durante esta etapa pensando que la mujer es la única que puede hacer algo por el niño. Ni mucho menos. Pero conforme crecen los niños el papel que juega el padre crece más si cabe.

¿Cuáles son las tareas propias del padre y cuáles las de la madre?

Bueno, pues más allá de ser la madre (por obvios motivos) la encargada de la teta, el resto de las casi innumerables tareas relacionadas con los hijos no son patrimonio exclusivo de nadie, son total y absolutamente intercambiables entre padre y madre en función de las circunstancias, preferencias (de ellos o de los hijos -hoy quiero que me duerma la mami/el papi-) o habilidades de cada uno.

Un buen reparto de esas tareas es el que es equilibrado, justo, que no genera conflicto y que permite un desarrollo armonioso de la rutina doméstica.

¿Qué modelo quiero transmitir a mis hijos?

Quiero que mis hijos crezcan sin saber si planchar es cosa de hombres o de mujeres. Que no sepan si los baños son cosa de su padre o de su madre. Que no asocien la cocina con el feudo de nadie, ni tampoco la aspiradora, doblar ropa u ordenar los armarios. Que acudan con más o menos igual frecuencia a uno o a otro para dormir, para contar sus confidencias, para jugar o para enfadarse. Que no haya un «jefe» de la casa sino que todos convivimos del modo más feliz posible.

Así que no, señora, yo no ayudo a mi mujer con los niños. Tampoco con la casa. Estoy con ellos en el supermercado y les paseo porque son mis hijos y me acompañan allá donde voy. Les cambio los pañales, les baño, les llevo al parque o les preparo la comida no por ayudar a mi mujer, sino porque son mis hijos, son mi responsabilidad y quiero que crezcan con un modelo de familia y de reparto de tareas diferente a aquel que Ud. y yo hemos tenido.

[ACTUALIZACIÓN: aquí podéis encontrar una recopilación de artículos en prensa y participaciones en radio acerca de este artículo]

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Tripofobia

¿Qué es la tripofobia?

Cuando llevas 10 años dedicándote a la profesión y tienes la suerte de haber visto muchos, muchos pacientes, cada vez es más difícil encontrar algo que te sorprenda. Pues bien, esta semana he encontrado algo bien curioso. Se trata de la tripofobia. Y no ha sido un paciente, sino una compañera psicóloga quien me ha puesto sobre la pista.

Tripofobia

La tripofobia, también llamada fobia de patrón recurrente, es el miedo extremo a patrones formados por figuras geométricas muy juntas, especialmente pequeños hoyos. El término fue acuñado en 2005 como una combinación del griego trypo (puntazo, perforación o perforar agujeros) y fobia (miedo). No está contemplada en los manuales diganósticos como DSM o CIE (al igual que cualquier otra loqueseafobia, todas se engloban bajo el término de fobia simple), sin embargo, son muy numerosas las personas (algunos estudios sugieren que el 18% de las mujeres y el 11% de los hombres) que afirman tener miedo de objetos con agujeros pequeños aglomerados, como panales, hormigueros, hongos y las cabezas en las semillas de loto. Estas personas, al ser expuestas a estímulos que incluyan estos patrones experimentan síntomas que van desde cosquilleos, comezón o picazón en el cuerpo, hasta ansiedad o incluso náuseas.

Arnold Wilkins y Geoff Cole son los primeros en investigar esta fobia siguiendo el método científico, y defienden que la tripofobia responde más a una repulsión de origen biológico que a un miedo de origen cultural.  Wilkins y Cole afirman que las reacciones ante la fobia consistirían en un «acto reflejo inconsciente», basado en una «parte primitiva del cerebro que asocia la imagen con algo peligroso». Según Cole, que es experto en ciencias de la visión, los patrones visuales que causan la tripofobia tienen mucho en común con las manchas que muestran en su piel varios animales venenosos como la cobra real, el pulpo de anillos azules -uno de los animales más mortíferos del mundo-, el escorpión muerte acechante (Leiurus quinquestriatus) o diversas arañas. Así, esta fobia podría tener una explicación evolutiva, ya que los patrones que provocan rechazo instintivo en ciertas personas comparten rasgos visuales con ciertos animales que nuestros antepasados tuvieron que aprender a evitar para sobrevivir.

¿Entonces, tiene la tripofobia alguna relevancia clínica?

Desde mi punto de vista, esto no deja de ser más que una mera curiosidad psicológica. Podemos crear nombres de fobias para cualquier cosa que se nos ocurra, y no por ello estaremos descubriendo nada nuevo. Hay tantos miedos como personas, pero no deja de ser curioso que miles y miles de personas alrededor del mundo experimenten sensaciones tan desagradables ante la simple visión de un determinado patrón geométrico.

Pero más allá de la curiosa respuesta de repugnancia que pueda producir a muchas personas, para tener un mínimo de relevancia clínica habría que ver si este miedo produce conductas de evitación o escape que interfieran con la vida de la persona. Recordemos que para diagnosticar una fobia ésta debe cumplir una serie de características, entre otras las siguientes:

  • Temor acusado y persistente que es excesivo o irracional, desencadenado por la presencia o anticipación de un objeto o situación específicos.
  • La exposición al estímulo fóbico provoca casi invariablemente una respuesta inmediata de ansiedad, que puede tomar la forma de una crisis de angustia situacional o más o menos relacionada con una situación determinada.
  • La persona reconoce que este miedo es excesivo o irracional.
  • La(s) situación(es) fóbica(s) se evitan o se soportan a costa de una intensa ansiedad o malestar.
  • Los comportamientos de evitación, la anticipación ansiosa, o el malestar provocados por la(s) situación(es) temida(s) interfieren acusadamente con la rutina normal de la persona, con las relaciones laborales, académicas o sociales, o bien provocan un malestar clínicamente significativo.

Por lo tanto, para poder etiquetar esto como un problema debería cumplir como mínimo las características anteriormente citadas. Así que, si te atreves a buscar imágenes de tripofobia (¡no te lo recomiendo, a mí me resultan extremadamente desagradables!) y te producen repulsión pero no cumples los criterios arriba mencionados, recuerda que no es un problema. Es una mera curiosidad psicológica.

Ahora, si eres valiente, sigue el enlace para ver imágenes de Tripofobia.

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