Se suele decir que “la mentira tiene las patas muy cortas”, o que “se coge antes a un mentiroso que a un cojo”. Pero la sabiduría popular a veces acierta y otras falla. ¿Acierta en esta ocasión? Esta semana vamos a hablar de las mentiras en los niños, ¿podemos identificarlas? Vamos a verlo.
Muy probablemente la mayoría de quienes estáis viendo este vídeo seáis madres y padres de niños que ya han comenzado con sus primeras mentiras… Antes que nada, que no cunda el pánico.
Como dice el investigador de la Universidad de San Diego Kang Lee “si descubres que tu hijo de 2 años está empezando a mentir, en vez de preocuparte, deberías celebrarlo, porque es la señal de que tu hijo ha alcanzado un nuevo nivel de su desarrollo”.
¿Los niños inteligentes mienten más?
Y no es una exageración. Parece que la capacidad para mentir está directamente relacionada con el desarrollo de competencias cognitivas. Según cuenta Lewis, los niños que tienen un mayor cociente intelectual mienten con mayor frecuencia que los que tienen un cociente intelectual más bajo; y lo mismo pasa con medidas de inteligencia emocional: quienes puntúan más en estas escalas tienden a mentir más que quienes obtienen unas puntuaciones más bajas. Y también lo mismo pasa con otras variables como el juicio moral, las funciones ejecutivas o la teoría de la mente. Cuanto más puntúan en ellas, más tienden a mentir. Teniendo esto en cuenta, no es raro que haya una relación directa en el tamaño del neocortex cerebral y la mentira en los primates: a mayor uso del engaño entre los primates, mayor tamaño de su neocortex.
Descubrir las mentiras en los niños es muy difícil
Pero bueno, volviendo al tema de descubrir las mentiras: ¿os creéis capaces de detectar cuándo mienten vuestros hijos? Probablemente la mayoría sí, ¿verdad? Pues Andrea Evans publicó un estudio en 2016 en el que señalaba que a los padres les suele costar bastante detectar cuándo están mintiendo sus hijos, y de hecho, los padres que se mostraban más seguros de su propia capacidad, no lo hacían mejor que el resto.
Como muestra Kang Lee en una súper interesante Ted Talk, los niños son, en verdad, bastante hábiles a la hora de mentir y los adultos muy malos al tratar de identificar si un niño miente o no. En un experimento mostraban un conjunto de vídeos a diferentes adultos. En estos vídeos se podía ver a diversos niños respondiendo a una pregunta; la mitad de los niños decían la verdad, y la otra mitad mentían. Los investigadores les pedían a los adultos que adivinaran cuáles eran los niños que decían la verdad y cuáles estaban mintiendo. Ya que había tantos “mentirosos” como “sinceros”, si los participantes hubieran respondido al azar, su tasa de aciertos sería cercana al 50%, por lo que una tasa de aciertos cercana a esta cifra mostraría un claro fracaso en su habilidad para detectar las mentiras. Y bien, ¿cuáles fueron los resultados? Entre los adultos que participaron en el experimento habían estudiantes universitarios, trabajadores sociales, abogados de protección infantil, jueces, funcionarios de aduanas, policías…
¿Quiénes pensáis que lograrían identificar mejor a los niños que mentían? Pues ninguno de ellos… todos dieron unas tasas de acierto muy cercanas al 50%. Pero además de ellos, también habían padres, e incluso estaban los padres de los niños que participaban en los vídeos. ¿Y cuál fue su tasa de acierto? También del 50%, la misma que si hubieran respondido al azar ante vídeos de niños ajenos. Si tenemos todo esto en cuenta, eso de “a mí me puedes engañar, pero no puedes engañarte a ti mismo” quizá sea más acertado que pensar que les podemos pillar cuando mienten “porque les conocemos como si les hubiéramos parido”.
El efecto Pinocho
¿Y por qué son tan difíciles de detectar las mentiras de los niños? Porque su expresión facial cuando mienten es neutra. O mejor dicho, neutra a nuestros ojos. Porque en realidad sí hay diferencias en la musculatura facial y en la irrigación sanguínea del rostro entre quienes mienten y quienes dicen la verdad, el problema es que esos cambios son tan sutiles que son indetectables al ojo humano, y si no empleamos sofisticadas técnicas como las “imágenes ópticas transdérmicas” (que logran una precisión cercana al 85%), somos incapaces de detectarlos.
Qué sencillo sería si los niños fueran como Pinocho, y les creciera la nariz cada vez que mienten, ¿verdad? Pues resulta que sí, que en cierta medida algo de eso pasa. Es lo que se conoce como el “efecto Pinocho”, y es que se ha visto que cuando la gente miente, el flujo sanguíneo facial disminuye en las mejillas y aumenta en la nariz. Pero, nuevamente (y lo sentimos por la decepción) esto es indetectable al ojo humano.
En resumen: que los niños mienten, que es normal que mientan y que somos mucho peores a la hora de detectar sus mentiras de lo que creemos. Precisamente por eso, ante una situación de duda, es mejor fallar en favor de nuestro peque. Porque que nos la cuele en un momento determinado puede tener arreglo, pero si de manera sistemática les acusamos de actos que no han cometido, la relación de confianza que pudiera existir y el clima entre nosotros se va a ver claramente afectado. Es mejor que nos dejemos engañar a que acusemos en falso.
Sin duda este tema de las mentiras es apasionante y genera un montón de dudas. Si queréis ampliar información, en nuestro libro Niños sin etiquetas le dedicamos un capítulo entero a este tema, analizamos los distintos tipos de mentiras que existen, por qué se dan, cómo prevenirlas y, especialmente, cómo actuar cuando las descubrimos. Seguro que os resulta muy práctico.