La incómoda incertidumbre

Todos habremos jugado alguna vez a la gallinita ciega; nos vendan los ojos y, de repente, todo nuestro marco de referencia externa se desvanece y nos sentimos perdidos. No sabemos si con el próximo paso que demos acabaremos de bruces contra la pared, o sobre el suelo. Nos sentimos inseguros. 

Esta sensación es algo que experimentamos numerosas veces a lo largo de nuestra vida, y es una sensación común de gran parte de los pacientes que acuden a consulta. Como seres humanos, necesitamos sentirnos seguros y nos aferramos a cualquier elemento que pueda darnos una pizca de esa seguridad. Necesitamos estar seguros de que mañana será un día mejor, que ese proyecto que vamos a emprender funcionará, que nuestra pareja mañana seguirá ahí, que en nuestra próxima reunión no nos temblará la voz ni nos quedaremos en blanco, o incluso, ¿hemos cerrado la llave del gas?

Necesitamos que alguien nos de esa seguridad, aunque sepamos que tal certeza no existe; y eso lo saben los 906, quienes leen la mano, quien interpreta los posos del café o quien hace tarot; por eso leemos el horóscopo aunque sepamos que esa seguridad que nos ofrece es de cartón piedra. Por eso la gente necesita tener fe.

incertidumbre

Pero para crecer como personas debemos aceptar que nunca podemos aspirar a lograr la absoluta certeza sobre nada; la vida implica riesgo, implica oportunidades y peligros, y tendremos que aprender a convivir con la duda.

Para jugar al juego de la vida debemos comprar nuestra papeleta y apostar; podremos ganar o perder, reír o llorar, disfrutar o sufrir, pero independientemente del resultado, tendremos la oportunidad de aprender y mejorar como personas. Pero para ello debemos apostar.

¿Jugamos?

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Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

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