¿Obligar a los niños a dar besos? Por qué debemos evitarlo | Vídeo

Supongo que la mayoría de nosotros podemos acordarnos de lo incómoda que era aquella situación en la que siendo nosotros pequeños, nos obligaban a darle un beso a nuestra tía lejana a la que apenas conocíamos, o a aquel señor que directamente no sabíamos ni quien era, pero que había venido a casa de visita… ¿qué recordamos de aquella situación?, ¿cómo nos sentimos?, ¿qué ha cambiado desde entonces para que de repente seamos nosotros los que estamos presionando ahora a nuestros propios hijos para que den besos cuando ellos no quieren hacerlo?

Lo cierto es que para muchos de nosotros es una cuestión “de educación” el darle dos besos a un amigo o un familiar cuando nos reencontramos después de un tiempo. Esta es una costumbre que, entre adultos que comprenden la situación y comparten este marco cultural puede ser muy razonable, o simplemente “lo normal”, algo que hacemos sin pararnos mucho a pensarlo. Nos sale en automático, porque en nuestro contexto es lo esperable, lo que hacemos todos, lo que nos han enseñado desde pequeños…

Pero es tan sencillo como viajar un poco, para rápido descubrir que esto no es así en todos los sitios y que, igual que nosotros damos dos besos, en otros sitios dan, tres, uno, cuatro, o ninguno, porque lo que dan es la mano o un abrazo. Pero claro, partimos de la base de que son costumbres compartidas en diferentes sitios, y que las personas que conocen esas costumbres no suelen tener problemas en seguirlas.

Pero ¿qué pasa con los peques? Para ellos un beso o un abrazo puede ser algo más que un simple convencionalismo social, para ellos un beso o un abrazo son manifestaciones de cariño, que no se las dan a cualquiera que pasa por ahí. Y está bien que esto sea así, que sean selectivos y que miren bien a quien se acercan… Porque los niños no entienden de sangre, y por mucho que tú le digas “esta es la tía Antonia”, si ellos no conocen a la tía Antonia, no van a correr a darle un beso o un abrazo, porque para ellos es simplemente una desconocida. Quizá tan solo, con dejar pasar ese momento inicial, de romper el hielo, en el que a los niños se les disparan las vergüenzas y se esconden detrás de nuestras piernas… quizá si les dejamos tranquilos en ese primer momento, poco a poco se van relajando y muy probablemente 5 o 10 minutos después, puedan incluso estar jugando tranquilamente con la tía en cuestión. El caso es que si esta tía (o tío, o abuelo, o amigo de la familia) le dedica atención al niño, juega un poco con él, le escucha lo que este le quiera decir y no hace como si el niño no existiera, probablemente, en el momento de la despedida, sea mucho más fácil que el niño acceda a darle un beso de despedida (algunos niños lo darán espontáneamente, otros si se lo piden). Pero si ya hemos empezado la cosa forzando este beso nada más llegar, probablemente en el momento de la despedida, siga sin tener la mínima intención de ir repartiendo besos a extraños, especialmente si no ha habido apenas contacto desde esa primera situación, nada más llegar, en la que le hemos exigido al niño “que de un beso y sea educado”.

Lo cierto es que dar un beso, o dos o los que toquen, no es una habilidad compleja que debamos practicar desde pequeños para que de mayores nos salga bien… no es como dominar un segundo idioma o tocar el violín, no hace falta forzar las cosas desde pequeños, porque simplemente con esperar un poco a que ellos vayan entendiendo bien que es un convencionalismo, que hacemos todos sin mayor importancia, lo harán igual que lo hacemos los mayores… No hace falta hacerles pasar por esa situación desagradable.

Además, y esto es muy importante, es que eso de forzar las manifestaciones de afecto… ¿Qué les estamos enseñando? ¿que si un adulto les dice que tienen que dar un beso, ellos tienen que ser obedientes y hacer caso?, ¿realmente queremos que se comporten así?, ¿o que aprendan que solo ellos pueden decidir sobre su propio cuerpo y que tienen derecho a decir cuando quieren dar un beso y cuando no?

¿Esta misma situación, la consideraríamos apropiada en el caso de un adulto?, ¿le obligaríamos a nuestra pareja a dar un beso a alguien en contra de su voluntad? ¿Nos gustaría que nos obligasen a nosotros a dar esos besos?, ¿cómo nos sentiríamos?

La próxima vez que se dé una situación de este tipo, podemos plantearnos estas preguntas así como las posibles “consecuencias” de no obligarle… ¿de verdad pensamos “que no van a aprender” a dar besos?, ¿qué es lo que nos preocupa en realidad en esta situación, la educación de los pequeños o la mirada de los mayores?, el ¿qué pensaran de mi si no le digo nada a mi hijo? Una vez reflexionadas estas preguntas, que cada uno haga lo que crea conveniente, yo personalmente creo que depende mucho de la situación concreta, del grado de relación con la persona en cuestión, de la edad del niño y su grado de comprensión, etc. Y como en muchos otros aspectos de la crianza y la educación, pienso que forzando las cosas, muchas veces no conseguimos más que hacer más grande “el problema”, si es que en verdad esto es un problema.

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

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