Fomentar un apego seguro desde los primeros días ha demostrado favorecer la independencia y madurez en la edad adulta.

Los niños dependientes y el apego seguro

La paternidad sigue dándome unas oportunidades magníficas de reflexionar sobre la educación y la crianza, ya que el día a día deja muchísimas anécdotas; ya os hablé hace unas semanas del apego, los brazos y los «peligros» de los que te alerta la gente cuando te ve coger en brazos a tus hijos. Pues bien, hoy ha vuelto a darse una situación similar, aunque con algunos matices.

Fomentar un apego seguro desde los primeros días ha demostrado favorecer la independencia y madurez en la edad adulta.

Fomentar un apego seguro desde los primeros días ha demostrado favorecer la independencia y madurez en la edad adulta.

Íbamos en el metro con los pequeños (ya a punto de cumplir los cuatro meses) y nos da conversación un hombre que iba sentado delante. Una vez hechas las preguntas habituales (si dormimos, si «son buenos», si «se portan bien», etc.), nos lanza una advertencia: tenemos que ir con cuidado, que son muy listos, que nos toman en seguida la medida. Y hace especial hincapié en los brazos (¡qué obsesión hay con coger a los niños en brazos!): que no les cojamos mucho en brazos que así se hacen muy dependientes. De modo totalmente altruista pone su propia historia como ejemplo para nosotros, intentaré reproducirla lo más literal posible:

Con nuestra primera hija estaban las abuelas por medio, y éstas y mi mujer la malcriaron mucho teniéndola en brazos todo el día. Al final por esto tuvimos muchos problemas, sobretodo para dormir. Escarmentado por lo que había pasado con la mayor, cuando nació nuestro segundo hijo se lo dejé bien claro a todo el mundo ya desde el hospital: «por mucho que llore el niño, nadie lo coge». Y así se hizo. 

En estas situaciones mi actitud suele ser bastante aséptica, cuando nadie me pide mi opinión yo me la reservo y era evidente que ahí quienes dábamos opiniones sobre crianza no éramos mi mujer (también psicóloga) o yo. Tratando de ser cortés, no recuerdo si mi mujer o yo, le preguntamos que cuántos años tienen ahora sus hijos:

Pues el niño ahora tiene 27 años y al muy golfo (textual) no hay quien lo saque de casa. Con 27 años, trabajo e Ingeniero en Telecomunicaciones el tío nos dice que «para qué me voy a ir de casa si como aquí no voy a estar en ningún sitio». Qué tío el chaval… Si es que hoy lo tienen todo, de hecho hasta le hemos buscado un pisito en La Patacona y no quiere irse porque no tiene piscina como la de casa.

En ese punto la verdad es que no pude resistirme y tan sólo le dije: «ya… es que hoy en día los niños son muy dependientes«. Llama mucho la atención la desconexión que había entre su «historia de éxito» acerca de no coger en brazos a su hijo para que no fuera dependiente, y la verdadera dependencia que hoy muestra su hijo. De su hija «malcriada» no nos dijo nada, por lo que deducimos que ya vive de forma independiente fuera de casa de sus padres.

Como sociedad estamos obsesionados con la dependencia de quienes deben ser dependientes, de aquellos que no tienen más alternativa que llamar la atención de los demás para poder sobrevivir. Un perro, un caballo, un corderito, nada más nacer tienen la autonomía suficiente para acercarse a su madre y comer. Identifican su necesidad y ejecutan (de manera más o menos coordinada) una serie de movimientos que les llevan a su madre y así pueden alimentarse y no morir. Un bebé humano no dispone de más recurso que el llanto. Si tiene hambre llora. Si tiene sueño y no puede dormirse (¡no es fácil!), llora. Si se aburre, llora. Si tiene calor, llora. Si tiene frío, llora. Si dejamos a un bebé y no hacemos absolutamente nada por él, sus opciones de supervivencia son nulas y dependen totalmente de la bondad de la gente que esté a su alrededor. Y para cualquier desplazamiento, nos necesita a nosotros y a nuestros brazos. Para sentir nuestra cercanía y nuestro calor, necesita que le tengamos en brazos.

Pero parece como si una vez superada la etapa infantil la dependencia de los hijos dejara de ser un problema. El modo de vida actual, en conjunción con la situación económica que estamos viviendo, genera nuevas formas de dependencia que sí constituyen un verdadero problema: hijos que siguen dependiendo de sus padres bien pasada la mayoría de edad, mujeres (y hombres) con una dependencia emocional patológica hacia sus parejas, dependencia de sustancias, del juego, de la tecnología, de tener que vivir siempre al límite.

Si queremos lograr adultos maduros e independientes tenemos que empezar desde el momento cero, fomentando la creación de un apego seguro desde el cual nuestros hijos se lancen a la aventura de explorar el mundo. El desarrollo de este apego seguro es una forma estupenda de favorecer una elevada autoestima, independencia y buena salud mental en la edad adulta. Como explica el psicólogo Francisco Sanchís en su Tesis Doctoral titulada «Apego, acontecimientos vitales y depresión en una muestra de adolescentes«:

Leondari y Kiosseoglou (2000) analizaron la relación entre los estilos de apego y la separación psicológica de los padres, según el funcionamiento psicológico de un grupo de adolescentes. Observaron que existía una asociación positiva entre el estilo de apego seguro y la libertad para sentir la ausencia de sentimientos de culpabilidad, ausencia de ansiedad y ausencia de resentimiento hacia los padres, lo que sugería una relación inversa entre un apego y la independencia emocional, funcional y actitudinal de éstos. Esto también puede llevarnos a suponer que los individuos que han desarrollado un estilo de apego seguro, tienen una percepción más positiva de sí mismos (Siegel, 1999), más seguridad y la capacidad para enfrentar los problemas con una estructura más organizada (Girón, 2003; Flores, 2001); al contrario de lo que podríamos esperar con aquellos que han desarrollado un estilo de apego inseguro. Hay investigaciones que sugieren la asociación entre estilo de apego y ciertas conductas de riesgo para la salud, como el uso de sustancias y la falta de compromiso con cualquier tipo de tratamiento (Girón, 2003).

Y bien, ¿cómo podemos facilitar el desarrollo de ese apego seguro? Aquí tenemos algunas ideas:

  • Disponibilidad: La madre, padre o el cuidador principal tiene que estar presente y focalizado en la tarea de cuidado del niño. Si la persona que cuida está con “la mente en otro lado”, la calidad del cuidado se puede ver afectada.
  • Sensibilidad para reconocer sentimientos y estados emocionales en el niño y en uno mismo.
  • Capacidad de respuesta sensible: implica reconocer las señales del bebé e intervenir apropiadamente en el momento adecuado. Es importante saber interpretar correctamente las señales y el llanto del bebé, no confundir un llanto producido por necesidad de contacto de un llanto producido por hambre o sueño, por ejemplo.
  • Capacidad para disfrutar del contacto: que la persona al cuidado del bebé pueda disfrutar de las demandas de disponibilidad y cuidado, y tener una respuesta afectiva adecuada, genuina y espontanea.
  • Capacidad de dar protección para que el niño se sienta seguro.
  • Consistencia y regularidad de la conducta: que la figura de apego actúe de manera regular y coherente frente a las señales y demandas del niño, de manera que su conducta pueda ser previsible para el niño. Las madres o padres que frente al mismo estímulo proveniente del niño reaccionan con respuestas ambiguas o contradictorias producen desconcierto en el bebé y sentimientos de inseguridad.
  • Capacidad para lograr un equilibrio entre satisfacer las demandas de dependencia emocional y satisfacer las demandas de autonomía adecuándose al momento evolutivo del niño.
  • Capacidad para permitir que el niño se relacione con figuras sustitutivas de apego.

Todo esto se puede resumir en conductas muy concretas: lactancia materna, contacto piel con piel, porteo, colecho, atención inmediata al llanto del bebé, juego, empatía. Dejar llorar a un niño, no atender sus necesidades, demorar la respuesta, etc. no son formas válidas de transmitir seguridad y, por tanto, facilitar la independencia del niño. Más bien todo lo contrario: de este modo se facilita un estilo de apego inseguro que a largo plazo va a desembocar en un adulto dependiente e inseguro.

Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

La crianza como batalla

La crianza como batalla

(ACTUALIZACIÓN 28/07/2014: Ahora este artículo también está publicado
en El Huffington Post, y puede visitarse aquí.)

Hace algunos días leí un artículo en el Huffington Post que me dejó bastante mal cuerpo. El artículo, titulado «5 razones por las que la crianza moderna está en crisis» está escrito por Emma Jenner, una niñera (a lo Supernanny) con al menos 20 años de experiencia según ella misma afirma. No obstante, pese a describirse como «especialista en desarrollo y conducta infantil», en ningún lugar de su propia web menciona ser psicóloga, pedagoga o tener algún tipo de formación universitaria en estas áreas. En su artículo defiende una visión de la crianza y la educación prácticamente opuesta a la que tengo, por lo que voy a tratar de responder punto a punto a algunas de sus afirmaciones.

La crianza como batalla

Al inicio de su artículo, afirma que la crianza moderna está en crisis. Inicialmente puedo estar de acuerdo con ella pero rápidamente me doy cuenta de que hablamos de cosas diferentes. Cuando pienso en la crisis de la crianza pienso en las políticas de conciliación; pienso en los recursos que dedica el estado al fomento de la natalidad; pienso en el retraso en la maternidad; pienso en esos padres que deben trabajar de 08:00 a 20:00 para sacar a su familia adelante mientras su hijo pasa de la escuela a las extraescolares para luego acabar con sus abuelos antes de ver diez minutos a sus padres antes de dormir. Para mí esto es la actual crisis de la crianza: cuando la sociedad impide el desarrollo normal de la misma. Pero la autora de este artículo tiene una idea bastante distinta a la mía.

Muchos de los padres que acuden a consulta por temas relacionados con la crianza y educación de sus hijos, tras meses o años de problemas, han acabado convirtiendo su casa en un campo de batalla. De algún modo han acabado creyendo que hay que oponerse sistemáticamente a cualquier deseo o preferencia del niño, los cuales interpretan como una forma de imposición, frente a la cual no se debe perder la batalla. Acaban desarrollando un pulso constante contra su hijo que deteriora de una forma muy importante el clima familiar, la relación de pareja y les impide disfrutar de su etapa de crianza. En muchas ocasiones se acaba en este punto por ideas preconcebidas muy erróneas que son las que defiende este artículo.

A los hijos hay que educarlos de un modo respetuoso, ya que el respeto con el que los tratemos desde el nacimiento modelará su respeto futuro hacia los demás. Hay que respetar su individualidad, sus deseos y preferencias, todo ello teniendo en cuenta su momento del desarrollo y enseñándole a vivir en el mundo.

Pero pasemos ya a a ver qué dice este artículo. En el primer punto, la autora afirma que «tenemos miedo a nuestros hijos» y lo ejemplifica del siguiente modo:

Suelo hacer una prueba por las mañanas en la que observo cómo un padre da el desayuno a su hijo. Si el niño dice: «¡Quiero la taza rosa, no la azul!» aunque la madre ya haya echado la leche en la azul, trato de observar con cuidado la reacción de la mamá. La mayoría de las veces, se pone pálida y vierte el contenido en la taza que el niño prefiere antes de que le dé un berrinche. ¡Error! ¿De qué tenéis miedo? ¿Quién manda de los dos? Deja que llore si quiere, y vete de ahí para no escuchar el llanto. Pero, por favor, no trabajes de más sólo para agradar al niño. Y, lo más importante, piensa en la lección que le estás enseñando si le das todo lo que quiere sólo por ponerse a llorar.

¿En verdad cree la autora que cambiar de taza es un error?, ¿respetar los derechos y preferencias de un niño es un error? Aquí vemos como la autora tiene un enfoque de la crianza basado en la guerra. Interpreta que el deseo o preferencia del niño es un desafío a la autoridad paterna. «No trabajes de más sólo para agradar al niño» afirma. A mí me gusta más interpretar esta situación como que el niño está aprendiendo a expresar sus deseos, que identifica sus necesidades y las comunica al mundo. Es una oportunidad magnífica para aprender del niño y, siempre que sea posible, ofrecerle la taza que prefiere. ¿Por qué no?, ¿cuál es esa consecuencia tan catastrófica que tiene respetar ese deseo? Parece que decir algo como «Cariño, voy a servir el desayuno, ¿qué taza quieres hoy? sea una cesión inconcebible. Además, incluso podríamos utilizar esta situación como una experiencia de aprendizaje para nuestros hijos: «De acuerdo, cambiaré la taza si la otra te gusta más, pero de aquí en adelante avísame antes de servir el desayuno». De este modo estamos enseñando al niño que su opinión es importante, que sus preferencias lo son. Otra opción más en función de la edad del niño sería: «Claro, podemos cambiar de taza pero tendrás que limpiar tú la otra» y permitir que el niño sea quien decida la opción que más le interesa. De cualquiera de estas formas favorecemos que desarrolle un locus de control interno y que, en un futuro, sienta que decisiones importantes respecto a su vida dependen de él: su trabajo, su pareja, su lugar de residencia, etc.

Luego la autora dice que «hemos bajado el listón» respecto a las exigencias que hacemos en cuanto a la educación de los niños. Dice que:

¿Crees que un niño no puede quedarse sentado durante la cena en un restaurante? Nada de eso. ¿Crees que un niño no es capaz de quitar la mesa sin que se lo pidan? De nuevo, no es así. La única razón por la que no se portan bien es porque no les has mostrado cómo hacerlo y porque no esperas que lo hagan. Así de simple. Pon el listón más alto y tu hijo sabrá cómo comportarse.

Me gustaría saber qué entiende la autora por «niño». ¿Habla de un niño de 2 años, de 8 o de 10? Porque, evidentemente, lo que podemos exigir a un niño está en función del momento del desarrollo en el que se encuentre. También me gustaría saber qué es lo que la autora considera como «portarse bien». Según el contexto social en el que nos encontremos, «portarse bien» tendrá unos atributos u otros. Pero en lo que no duda la autora es en culpabilizar a unos excesivamente permisivos padres que no han sabido imponerse y han perdido la batalla frente a sus hijos. Una pena.

Cuando habla de subir el listón a los niños, no puedo evitar pensar en el siguiente vídeo:

http://youtu.be/gSedE5sU3uc?t=17s

Aquí podemos ver a niños norcoreanos realizando unas interpretaciones a la guitarra verdaderamente fuera de lo común. Cualquiera podría pensar que si estos niños del régimen de Kim Jong-un pueden realizar estas interpretaciones, cualquier niño puede. El problema será de sus padres que no son lo suficientemente estrictos como para inculcarles esa disciplina. Por mi lado, se me ponen los pelos de punta al pensar el régimen de entrenamiento al que deben haber sido sometidos para tocar así, cuando muchos de ellos apenas han empezado a andar sin tambalearse.

De ahí, la autora pasa al tan manido tema de la resistencia a la frustración. Afirma:

Los niños también tienen que aprender a ser pacientes. Tienen que aprender a distraerse ellos solos. Tienen que aprender que no toda la comida va a estar siempre caliente y lista en menos de tres minutos y, si es posible, también tienen que aprender a ayudar en la cocina. Los bebés tienen que aprender a tranquilizarse solos; no hay que sentarlos en una silla vibradora cada vez que se pongan quisquillosos. Los niños tienen que aprender a levantarse cuando se caen, en vez de subir los brazos para que mamá y papá les cojan. Enseña a los niños que los atajos pueden servir de ayuda, pero que resulta muy satisfactorio hacer las cosas por la vía lenta.

Nuevamente falla al no decir qué considera por «niños». Insisto, las diferencias de edad son tremendamente importantes cuando hablamos de estos temas. Dice que los niños tienen que aprender a distraerse solos, que la comida no siempre va a estar «ya», a ayudar en la cocina, etc. Estoy muy de acuerdo, de hecho todos los niños lo aprenden en un momento u otro, pero para ser honesta, la autora debería decirnos si se refiere a niños de 2 años, de 6 o de 10. Porque la cosa cambia mucho.

Luego pasa a un terreno un poco más fangoso. Dice que los bebés tienen que aprender a tranquilizarse solos. Algo muy en la línea de los planteamientos de Estivill. La autora parece desconocer los efectos que a largo plazo puede tener una exposición temprana en un cerebro en desarrollo a elevados niveles de cortisol (hormona que se segrega en situaciones de estrés). Por otro lado, no conozco ningún niño que no haya aprendido a levantarse después de una caída porque sus padres le hayan cogido en brazos. La calle tampoco está llena de adultos varados en la acera porque sus padres no les enseñaron a levantarse de pequeños. Honestamente, el lenguaje que emplea parece más propio de un campamento militar que de una experta en la infancia.

El artículo se vuelve más delirante si cabe cuando habla de aquellos padres que ponen las necesidades de los hijos por encima de las suyas. Faltaría más. Desde el momento en el que se toma la decisión de ser padre por supuesto debe ser así. Una pareja no puede esperar que su vida siga siendo igual tras el nacimiento de su hijo. Deben comprender (y la mayoría gustosos aceptan) que su vida cambia, su ocio ya no es el mismo, y las actividades que antes hacían pasan temporalmente a un segundo plano. Pensar en lo contrario asusta.

Más adelante afirma:

Cada vez con más frecuencia veo a mamás que se levantan de la cama cada dos por tres para satisfacer los caprichos del niño. O a papás que lo dejan todo y se recorren el zoo de punta a punta y a toda prisa para comprarle a la niña una bebida porque tiene sed. No pasa nada por no levantarte en mitad de la noche para darle otro vaso de agua a tu hijo. No pasa nada si el papá del zoo dice: «Claro que vas a beber agua, pero vamos a tener que esperar hasta llegar a la próxima fuente».

Al hablar del zoo la autora podría haber elegido muchos ejemplos; podría haber pensado en golosinas, en un pastel o en un juguete. Pero no, la autora toma por ejemplo una necesidad básica que es el agua. En países como el nuestro en el que cada verano el Ministerio de Sanidad recuerda la importancia de prevenir los golpes de calor, en especial en población sensible (niños, embarazadas y ancianos), resulta una vergonzosa imprudencia siquiera sugerir el demorar la atención de tal necesidad. Da la impresión que es más importante demostrar a ese niño quién es el que manda, por encima de cubrir sus necesidades básicas. Vergonzoso. Imprudente. Y, sobretodo, poco respetuoso.

Cuando la autora dice que «si no empezamos a corregir, y pronto, estos cinco errores graves, los niños que estamos criando crecerán y se convertirán en adultos arrogantes, egoístas, impacientes y maleducados» no aporta ninguna fuente ni ningún estudio prospectivo o de cohortes en el cual se concluya lo que ella afirma. Por mi lado, puedo citar algunos estudios como, por ejemplo, éste de Girón (2003) en el que encuentran una asociación entre el estilo de apego inseguro y ciertas conductas de riesgo para la salud, como el uso de sustancias y la falta de compromiso con cualquier tipo de tratamiento. O, por ejemplo, este de Siegel (2001) en el que se encuentra que los individuos que han desarrollado un estilo de apego seguro, tienen una percepción más positiva de sí mismos, más seguridad y la capacidad para enfrentar los problemas con una estructura más organizada.

Por tanto, pido por favor a todos los padres y cuidadores del mundo que exijan más a los niños. Que esperen más de ellos. Que les hagan partícipes de sus luchas. Que les den menos. Que les pongan rectos y que, juntos, les preparemos para que tengan éxito en el mundo real, y no en el mundo protegido que hemos creado para ellos.

Si me lo permitís, a mí también me gustaría hacer un lacrimógeno llamamiento final a los padres: pido por favor a todos los padres y cuidadores que respeten más a los niños. Que esperen mucho de ellos y les ayuden a conseguir sus objetivos de acuerdo a sus capacidades y momento evolutivo. Que estén a su lado. Que les den todo lo que sean capaces de darles. Que les enseñen a respetarse a sí mismos y a los demás y, de este modo, tendrán éxito en el mundo real, y no en un mundo de constante batalla contra ellos como hemos creado.

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El Locus de Control es un concepto muy útil para conocer si una persona siente que tiene el control de su vida en sus manos.

¿Te sientes atrapado? La culpa es de tu Locus de Control.

Lo veo cada día. Son muchas las personas que se sienten atrapadas con su vida, que no encuentran una forma de salir de su situación actual; algunas de estas personas experimentan situaciones vitales verdaderamente complicadas que tienen difícil solución, pero hay muchas otras que se sienten atrapadas cuando en verdad no lo están. Tienen el control de su vida en sus manos pero no lo ejercen. ¿Por qué sucede esto? El concepto del Locus de Control es muy útil para explicarlo.

El Locus de Control es un concepto muy útil para conocer si una persona siente que tiene el control de su vida en sus manos.

El Locus de Control es un concepto muy útil para conocer si una persona siente que tiene el control de su vida en sus manos.

Tener un trabajo que no te gusta (o no tener trabajo), estar con una persona que no te llena y con la que no ves futuro, vivir en una ciudad que aborreces, sentir que la rutina del día a día poco a poco te va apagando… Son sensaciones que en mayor o menor medida todos hemos tenido en un momento determinado. Pero ante estas sensaciones, hay dos formas de actuar: esforzarse para lograr un cambio o dejarse llevar por la corriente.

En psicología se suele hablar del Locus de Control para referirse a la percepción que tiene una persona acerca de dónde se localiza el agente causal de los acontecimientos de su vida cotidiana. Es el grado en que un sujeto percibe que el origen de eventos, conductas y de su propio comportamiento es interno o externo a él. Por lo tanto, el Locus de Control puede ser de dos tipos: interno o externo.

[box type=»info» ]
  • Locus de control interno: percepción del sujeto que los eventos ocurren principalmente como efecto de sus propias acciones, es decir la percepción que él mismo controla su vida. Tal persona valora positivamente el esfuerzo, la habilidad y responsabilidad personal.
  • Locus de control externo: percepción del sujeto que los eventos ocurren como resultado del azar, el destino, la suerte o el poder y decisiones de otros. Así, el LC externo es la percepción de que los eventos no tienen relación con el propio desempeño, es decir que los eventos no pueden ser controlados por esfuerzo y dedicación propios. Tal persona se caracteriza por atribuir méritos y responsabilidades principalmente a otras personas.[/box]

Aquellas personas que tienen un Locus de Control externo es más probable que tengan una baja autoestima o problemas relacionados con la ansiedad o depresión. Se sienten frustradas por vivir marcadas por las consecuencias de un mundo que perciben como incontrolable.

Para poder tener una buena salud mental y una sana autoestima es mejor no atribuir los sucesos (y mucho menos nuestras acciones o nuestro futuro) al azar, al destino, a otras personas, etc. La mayoría de lo que hacemos, por automático que sea, depende de nostoros. Hay factores ambientales que nos influyen, pero somos nosotros en última instancia quienes decidimos.

Por supuesto esto no quiere decir que no puedan darse acontecimientos totalmente incontrolables por nosotros, los hay pero son mucho menos frecuentes de lo que en muchas ocasiones percibimos. En este punto, lo más importante es diferenciar entre aquellas cosas que son susceptibles de cambio y aquellas que no son. En ocasiones malgastamos mucha energía dándonos cabezazos contra la pared tratando de cambiar cosas que no podemos cambiar, pero mientras tanto estamos dejando de lado muchísimas otras cosas que sí dependen de nosotros y nuestro esfuerzo. Por ejemplo, podemos emplear toda una tarde en lamentarnos por la mala nota que hemos sacado en un examen (eso ya no se puede cambiar), lo cual nos impide estudiar para el siguiente (eso sí se puede cambiar). Como suelen decir los Alcohólicos Anónimos en sus reuniones:

Señor, concédenos serenidad
para aceptar las cosas que no podemos cambiar,
valor para cambiar las que sí podemos,
y sabiduría para discernir la diferencia.

También es importante que diferenciemos aquellas situaciones en las que no podemos hacer nada de aquellas situaciones en las que no queremos hacer nada. Es muy útil poder hacer esta diferenciación para evitar caer en la autocomplacencia. Las personas solemos actuar movidos por motivos puramente económicos (en el sentido estricto del término, no monetario): si los costes superan a los beneficios, no realizamos la conducta. Si los beneficios superan a los costes, nos lazamos a la acción. Por ejemplo, una persona que tiene fobia a los espacios cerrados puede decir: «no puedo subir en un ascensor». Este es un claro ejemplo de una situación en la cual sería más adecuado decir algo así como «el malestar que anticipo ante la idea de subir en un ascensor no me compensa por el simple beneficio de no cansarme al subir andando un par de pisos». El coste de subir en el ascensor (tener una crisis de pánico, en el peor de los casos) es muy superior al beneficio que se puede obtener (no cansarse al subir). Pero si cambiamos las condiciones, por ejemplo, sugiriendo a esa persona a subir a punta de pistola, el balance coste-beneficio cambia (crisis de pánico vs. morir).

No parece una buena idea dejar de avanzar por miedo al dolor. La vida está llena de situaciones inciertas y si queremos avanzar, si queremos lograr éxitos, debemos arriesgarnos. Y arriesgarnos implica aceptar la posibilidad de que podemos equivocarnos. Si evitamos de forma constante el riesgo en verdad lo que estamos es limitando nuestras posibilidades de lograr nuestras metas.

Recuerda que tú tienes el control de tu vida, tienes tu vida en tus manos. No eres como un tren, que avanza siguiendo unos raíles y sólo puede parar de vez en cuando. En lugar de ello, eres más bien como un buen todo terreno, el cual en cualquier momento puede salirse de la carretera y crear su propio camino. Si no lo haces quizá sea porque no quieres ensuciar la carrocería, no porque no puedas. Tienes mucho más margen para cambiar las cosas del que piensas.

Y como despedida os dejo una canción de Pearl Jam, «I am mine», que expresa a la perfección algunas de las ideas sobre las que hemos hablado hoy, espero que os guste:

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La vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes

El 8 de diciembre de 1980 John Lennon moría asesinado frente a la puerta de su casa en Nueva York. Poco menos de un mes antes lanzaba el que sería su último álbum, en el que se incluye la canción «Beautiful Boy».

Esta canción, escrita a su hijo Sean, comienza con John calmando a su hijo tras una pesadilla. La canción evoluciona describiendo de modo apasionado el amor que siente Lennon hacia su hijo y la felicidad que éste le proporciona. Poco antes de uno de los estribillos, John le deja a su hijo una importante lección para la vida, que acabaría convirtiéndose más tarde en una de sus más célebres citas: «life is what happens to you while you’re busy making other plans» («la vida es eso que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes»).

En efecto, la vida puede pasar por delante de nuestros ojos mientras estamos lamentándonos por el pasado que hemos tenido, o anhelando un futuro que no sabemos a ciencia cierta si llegará. Tanto si vivimos atados al pasado como si vivimos cegados por el futuro estamos perdiendo la oportunidad de vivir de forma plena el momento presente.

Hay personas que han tenido un pasado muy intenso con experiencias más o menos negativas que les han marcado hasta el presente. Dedican sus días a recordar una y otra vez aquello que han vivido, lo que les ha hecho daño, y no permiten que esos recuerdos queden «archivados». Todo lo contrario, de manera constante recuperan esos recuerdos negativos y los convierten en presentes: acaban viviendo condenados a revivir cada día sus peores recuerdos. Mientras tanto los días pasan, la vida sigue, pero ellos se mantienen mentalmente en ese pasado, como si el tiempo no hubiera avanzado. Utilizan constantemente ese pasado como pretexto o excusa que justifique su conducta presente: «es que yo de pequeño/a…», «si yo no hubiera vivido X…», «eso me ha marcado de por vida». Y lo peor es que no cuestionan tales afirmaciones. Si lo hicieran se darían cuenta de que lo que les ha marcado no es lo que han vivido, sino la gestión que han hecho de esos recuerdos y pensamientos. Al final, no haber vivido el presente pasa tanta o más factura que un pasado negativo, por muy negativo que sea.

Otras personas hipotecan su felicidad a determinadas condiciones futuras: «para ser feliz necesito…», «descansaré cuando consiga…». No viven el presente, sino que van persiguiendo esos objetivos de manera ciega, desesperada, sin darse cuenta de lo que están perdiendo por el camino. Como describe Kiyosaki en «Padre Rico, Padre Pobre»:

«La mayoría de las personas usan el miedo y la ansiedad en contra de sí mismos. Ese es el comienzo de la ignorancia. Muchos, a raíz de sus emociones de miedo y deseo, viven sus vidas a la caza de salarios, aumentos, y la seguridad de un empleo, sin cuestionarse realmente a dónde los están conduciendo esos pensamientos altamente emotivos. Es igual que la imagen de un burro tirando de una carreta, mientras el amo hace colgar una zanahoria delante de la nariz del animal. Puede ser que el dueño del burro esté yendo donde quiere, pero el animal está persiguiendo una ilusión. Al día siguiente, sólo habrá para el burro una nueva zanahoria.» Padre Rico, Padre Pobre. Robert Kiyosaki.

Ambos casos, el aquel que vive anclada al pasado y el de quien vive hipotecando su presente por el futuro, tienen en común en en ambas situaciones ninguno disfruta del presente. La vida pasa por delante de sus ojos sin dejar el menor impacto. Y lo peor es que en el futuro se lamentarán «por no haber estado ahí».

Con todo esto no quiero decir que debamos ser insensibles a nuestro pasado; todos tenemos un pasado el cual nos influye y gracias al cual somos, en última instancia, quienes somos a día de hoy. No podemos esperar que el pasado no nos influya o no nos deje huella, pero lo que no debemos permitir es que ese pasado lastre nuestro presente impidiéndonos disfrutar del día a día.

Por otro lado, tampoco defiendo que debamos vivir sin metas u objetivos. Todo lo contrario, de hecho ya he hablado sobre la importancia de este tema en varias ocasiones (por ejemplo, aquí o aquí). Lo que no debemos permitirnos a este respecto es que esas ilusiones, metas o proyectos acaben por condenar nuestro presente. Hay personas que viven cegadas por el trabajo, sin darse cuenta que éste no es más que un medio para lograr tener una vida un poco más satisfactoria. Cuando confundimos los medios y estos empiezan a ser fines en sí mismos, estamos alejándonos de nuestro camino.

Por lo tanto, no dejemos que la vida acabe convirtiéndose en aquello que pasa mientras hacemos otros planes. Quizá mañana no estemos aquí. Carpe diem.

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