Cuando te dan consejos que NO has pedido

Todos tenemos ese amigo, conocido, primo, cuñado, padre o madre que sabe mejor que nosotros mismos lo que tenemos que hacer con nuestra vida. Esa persona que, nada más le contamos un problema sale con el “mira, lo que tienes que hacer es…” Hoy vamos a hablar de los consejos no pedidos.

Hay un proverbio árabe que dice “Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que tu silencio” Qué difícil que es esto, ¿verdad? Cuando alguien nos cuenta un problema o una situación complicada que está atravesando, parece que salte automáticamente en nosotros un resorte para empezar a dar consejos como si no hubiera mañana: “Lo que tienes que hacer es”, “Mira, tú ve y dile que…”, “Si yo fuera tú, lo que haría es…” Los consejos no pedidos abundan…

En principio, la intención de quien da el consejo es buena; quiere ayudar a la otra persona, darle un recurso que le venga bien, al mismo tiempo que se siente útil y mejora su concepto de sí mismo. ¡Todos ganan! Pero hay un pequeño problema… y es cuando ese consejo no ha sido pedido por la otra persona. Y es que por muy buena que haya sido la intención, quizá la otra persona ni quiere ni necesita escuchar ese consejo. Muchas veces, cuando alguien comparte un problema o una preocupación con otra persona, lo que necesita no es que el otro le de un consejo para resolver su problema (tal y como lo haría el otro, claro), sino que lo que muchas veces necesita es, simplemente, sentirse escuchada. Esto es algo que nos cuesta mucho entender, que alguien “solo” quiera que le escuchen en vez de recibir una solución a su problema. 

Realmente, lo que ocurre muchas veces es que la otra persona, no es que no quiera resolver el problema; es que quizá esa que se le propone no es su forma de hacer las cosas, o que ahora no es su momento para hacerlo. O quizá, lo que pasa es que en un momento en el que lo que necesita es expresarse, se siente abrumada ante la avalancha de consejos e instrucciones que está recibiendo y se bloquea. 

Pero es que además, estos consejos no pedidos, por lo general, suelen ser bastante poco válidos. Cuando una persona comparte un problema con otra, muy probablemente lleve ya bastante tiempo dándole vueltas a su problema, sopesando posibles soluciones, valorando alternativas… para que, de repente, llegue una persona que acaba de enterarse de esa situación y se ponga en modo salvavidas a resolver ese problema. ¿Realmente quién va a tener más idea de cómo solucionarlo, quien lleva días, semanas o meses con ese problema, o quien se acaba de enterar?

A ver, que estos consejos también tienen su parte positiva: para empezar, vienen de una persona ajena al problema, y el hecho de estar fuera ayuda a que lo pueda ver con más objetividad; como no lleva tanto tiempo dándole vueltas, puede que vea alternativas que la otra persona no ha visto… O puede que esa persona sea especialmente hábil en resolver ese tipo de problemas, o que tenga información o métodos que el otro no tiene, con lo que su ayuda es muy válida. Pero esto no quita que quizá, su consejo, venga en un momento en el que no ha sido pedido. 

¿Cómo evitar dar consejos no pedidos?

Entonces, ¿cuándo podemos compartir nuestra infinita sabiduría con los demás? Un truco: el consejo se da SOLO cuando la otra persona lo pide: si no escuchas algo parecido a “¿qué puedo hacer?” o “¿tú qué harías en mi lugar?”, mejor guárdate tu consejo. 

Y esto es lo que más cuesta, y es el motivo por el que se dan tantos y tan malos consejos gratuitos: nos cuesta mucho “no hacer nada” cuando alguien nos comparte un problema. Si no damos consejos, ¿qué podemos hacer? Pues aquí van algunas sugerencias: 

  • Podemos preguntar a la otra persona cómo se siente: “ostras, qué movida lo que me estás contando, ¿cómo lo llevas?, ¿cómo te encuentras?”
  • También podemos simplemente reflejar sus emociones, lo cual hace que la otra persona sepa que le estamos comprendiendo: “buff, ya veo como te sientes”, “menudo agobio”, “entiendo que te preocupe, claro, no es para menos…”
  • Podemos emplear preguntas abiertas, que ayuden a expresarse a la otra persona y que abran la puerta a que podamos echarle un cable; por ejemplo, “¿Qué es lo que más te preocupa?”, “¿ya has pensado lo que vas a hacer?”, “¿hay algo en lo que te pueda ayudar?”

Con este tipo de preguntas, la otra persona se va a sentir comprendida, escuchada, y sobre todo, no se va a sentir abrumada ante la avalancha de consejos no solicitados. 

Así que, la próxima vez que alguien os cuente un problema, guardad vuestra infinita sabiduría, guardad vuestra capa de súper héroes salva vidas, y simplemente, escuchad. Veréis como eso sí que ayuda a quien tenéis enfrente. Y si os pide consejo, se lo dais, claro. 

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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