El TOC de amores en primera persona

El artículo que os traigo esta semana es muy especial. Hace pocos días he dado el alta a un paciente que acudió a la consulta con un problema cada vez más frecuente, pero con poca visibilidad. Lo que se conoce popularmente como TOC de amores. Y ha accedido a compartir en primera persona cuál ha sido su experiencia. Sin duda, un testimonio que tiene mucho valor.

TOC de amores

El TOC de Amores es un tipo de trastorno obsesivo que se caracteriza por la presencia de ideas obsesivas acerca de no amar a la pareja. Las personas que lo sufren se cuestionan de manera reiterada si la relación funciona bien, si la pareja es la adecuada, si ellos son los adecuados para esa relación, etc. Se piensa que si la relación no es intensa a cada minuto, ésta está abocada al fracaso. Al escuchar canciones, ver películas, se cuestionan por qué su relación no tiene esa intensidad. Se comparan con todas las relaciones que ven a su alrededor, sin comprender por qué todas las relaciones funcionan de manera tan fluida excepto la suya.

Si bien es verdad que estos pensamientos pueden aparecer en todas las relaciones sin que ello constituya un problema en absoluto, lo que caracteriza al TOC de amores es que los pensamientos son insensibles a la evidencia: quien los sufre lo hace sin darse cuenta de cuál es la realidad de la relación, de los aspectos positivos y negativos. Todo viene filtrado por esos pensamientos obsesivos e irracionales.

La consecuencia más frecuente al TOC de amores son las freucentes rupturas de pareja derivadas por el malestar que genera estar en una relación; la persona que lo sufre se ve incapaz de comprometerse, no por falta de interés, sino por el torrente de emociones y sensaciones negativas que aparecen con cada nueva relación de pareja.

Os dejo con el testimonio de este paciente, aprovechando de nuevo para darle las gracias por compartir esta experiencia de manera pública, lo cual sin duda va a ser de mucha ayuda para otras personas que sufren un problema similar al que él tuvo.

«Todo esfuerzo tiene su recompensa»

Cuando hace más de un año me embarqué (por segunda vez) en la aventura de tratar de solucionar mi problema estaba convencido de que lo pasaría mal. Pero igual de convencido estaba de que, por fin, esta vez sería definitiva. Por más que me retorciera. Por mal que me fuera a sentir.

Con 30 años nunca había tenido pareja. Amigas esporádicas, unas cuantas. Cada vez que la cosa iba a más, me bloqueaba. Me cambiaba el ánimo. Tan pronto me daba cuenta que la persona me gustaba, se activaba un mecanismo imparable que me atosigaba hasta el punto de, con dolor, tener que dejar a la persona que tenía en frente. Cuando era joven, me daba igual. “Ya se me pasará”, decía en mis años universitarios. Cuando tienes 30 años y ganas de construir una familia, ya te lo planteas de otro modo. Y pedí ayuda. Y encontré a mi terapeuta a través de una persona en común.

Lo primero que tengo que decir es que no es fácil contarle a nadie, y menos a un extraño, lo más profundo de lo que pasa por tu cabeza. A veces pensamientos alarmantes, que me horrorizaban. Había probado de joven ir al psiquiatra, que me recomendó antidepresivos. “¿Pero si yo no estoy deprimido?”, me preguntaba. Mi gran problema era la ansiedad y el malestar en cuanto estaba con una persona que me gustaba . Y que yo sabia que además ella podía estar interesada en mi.

El cuadro general quizá sea conocido por el lector. Si has buscado información y has acabado leyendo esto, supongo que conocerás los síntomas: cabeza totalmente “zumbada”, como la llamo yo; con mil pensamientos de un lado a otro; cualquier película, imagen, artículo de periódico, cartel que veas por la calle…cualquier cosa sirve de estímulo para montarte tu “película”, que además sabes que es irreal. Pero no puedes ponerle fin.

Les pongo un ejemplo: me presentaban a un chico y yo asociaba de inmediato que él por sus características iba a ser idóneo para mi pareja. No era un tema de celos. Era que, sin que ni siquiera los dos se conocieran, yo me situaba en este escenario absurdo e ilógico. A partir de ahí un carrusel de pensamientos que me atormentaban. Hasta que lo atajaba y empezaba de nuevo con otro pensamiento. Y así hasta el infinito.

Empecé así, pero estos pensamientos saltaron a otros ámbitos de mi vida. Era obvio que no podía seguir de este modo. En cuanto dejaba a la persona, volvía la normalidad. Los pensamientos paraban, todo se tranquilizaba. Dejaba a esa persona con lágrimas en los ojos. Porque imaginen romper una relación (sobre todo al inicio, cuando más te gusta la otra persona) con la impotencia de hacerlo por no volverte loco (o creer que uno se volvía loco).

Hasta aquí el planteamiento inicial. Mis síntomas.

Después de buscar ayuda he conseguido solucionar el problema, por más difícil que me parecía al principio. Por eso el primer mensaje es que esto se supera. Que a nadie le queda duda. Para ello es importante, en primer lugar, creértelo. Querer seguir adelante y tener el convencimiento absoluto de ello. Cada vez que tenía una crisis de caballo, miraba a mi pareja y como un mantra me repetía para mis adentros: “Te pongas como te pongas, sigue adelante”. Es duro, claro que lo es.

Hay muchos días que vas al trabajo con la cabeza en otro sitio, no te concentras; no disfrutas de nada; qué les voy a contar si están pasando por lo mismo. Mi cabeza no paraba de lanzar pensamientos que se convertían en sentimientos reales. Cuando más trataba de pararlos más fuerte se hacían. Entonces, y aquí viene la clave, empecé a trabajar con mi terapeuta (Alberto).

Me parece básico la auto-aceptación del problema. Saber que está ahí, pero esos pensamientos ni son reales, ni son lo que tu piensas realmente. La realidad es otra cosa, es el día a día. Esto también lo interioricé como un mantra. Claro que hubo días horribles, de querer tirar la toalla, de llorar. De estar destrozado. Pero seguí adelante. Es clave, desde mi punto de vista, buscar apoyo en dos o tres personas de absoluta confianza a quien poder contarle sin pelos en la lengua esto que te pasa. En mi caso fue a mi madre, a un compañero del trabajo y amigo, y a mi novia, cuando creí que era el momento para ello. Porque ese es otro factor clave, poder aceptar y vivir con naturalidad, junto a tu pareja, el problema que tienes. No hacer de él el centro de la relación. Pero ella tiene que saberlo. Te ayudará mucho, de verdad.

Otra cosa que me ha ayudado, y que quizá les pueda servir, es ser disciplinado. Mis sesiones con mi terapeuta eran casi como clases de la universidad. Convertí esta tarea en la más importante de mi vida. Tomaba apuntes; escribía notas durante las sesiones. Las pasaba a limpio, las releía. Me mandaba, en los peores momentos, extractos de las sesiones al móvil y acudía a ellas como calmante cuando me encontraba mal. Funcionó.

Es un proceso largo. Los temas de la cabeza son difíciles. No es como cuando te duele una muela. Te tomas un analgésico y ya está. En mi caso, el problema lo gestioné mejor que otras veces durante los 4 primeros meses. En todo ese tiempo, aunque mi cabeza me decía otra cosa, fui dando pasos en mi relación con mi pareja. Aunque a veces pensara, “pero qué hago, si al final es probable que mande todo al garete una vez más”. Olviden eso. Sigan adelante. Nos fuimos de viaje; fines de semana en hoteles; vamos, lo que hace una pareja normal. No crean que era sencillo. Cada paso suponía un quiebro para mi; días de sentirme fatal, de estar inseguro; de no creerme que la relación realmente caminaba. Pero estaba caminando.

Después metí la pata. En unas vacaciones con mi pareja me fumé el clásico canuto. Nada serio ni que no hubiera hecho en mis tiempos universitarios; pero me desencadenó una crisis importante de nuevo que dejó a las claras que solo con terapia psicológica no podría superar el problema. Fue entonces cuando, a pesar de mi reticencias, opté –y por consejo de Alberto- completar el tratamiento con visitas al psiquiatra. Tuve la suerte de dar con uno muy bueno; me hicieron todo tipo de pruebas. Mi cabeza estaba bien, pero tenía mucha ansiedad y había que tomar algún fármaco que me ayudara a relajar la velocidad de esos pensamientos, y sobre todo, su capacidad de reiterarse.

Y fue entonces cuando comencé la segunda etapa, complementando (siempre con altibajos) la parte psicológica con la psiquiátrica. Dejando de todo el alcohol (no es que fuera un borracho, pero no ayuda), llevando una vida más ordenada, tratando de controlar el estrés a pesar de tener un trabajo muy estresante. Y la cosa cada vez fue mejorando; y más y más. Hasta que te das cuenta de que pasan los días y vas yendo bien.

La última sesión de terapia con Alberto la tuve justo unos días después de cumplir mi primer aniversario con mi novia. He necesitado este período para tener un “insight” muy importante: entender que todo lo que movía mis pensamientos estaba motivado por miedos: a perderla, a enamorarme de otra persona, a no dar la talla, a que ella se enamorara de otra persona,… Todo, absolutamente, eran miedos. Ahora he conseguido relativizarlo y asumir que puedo pasar por ello sin que se desencadene una catástrofe dentro de mi persona.

Por primera vez, además de entenderlo desde un punto de vista racional, lo he entendido desde un punto de vista emocional, lo que facilita anular ese malestar que antes surgía a las primeras de cambio. No quiere decir que ahora ya no exista, sino que no se descontrola y me permite convivir con el durante unos minutos, un rato o unas horas, hasta que se pasa sin darme cuenta.

También he aprendido a ser yo, con mis altos y con mis bajos, que asumo que voy a seguir teniendo. No es positivo aspirar a una situación idealizada de realidad perfecta. Eso no existe. Si para algo me ha servido todo este camino ha sido para conocerme mejor, saber en cada momento por qué reacciono de un modo determinado, quitarle importancia a las cosas cuando sabes que no la tienen.

Y toca seguir trabajando. Mi mensaje es claro: se puede conseguir. Yo soy un ejemplo y era de los que pensaba que sería imposible. Pero con trabajo y constancia. Les deseo que ustedes también lo consigan.

Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

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