Hay personas se vanaglorian de ir siempre “de cara”, “con la verdad por delante”. Y, a ver, que la sinceridad está muy bien. Pero sin pasarse de la raya. Porque una cosa es la sinceridad, y otra muy distinta es el sincericidio. Vamos a verlo!
Siempre lo digo. Que las relaciones sociales son complicadas. Que sí, que todos nos relacionamos con otras personas, pero que todos lo hagamos no significa que sea sencillo ni tampoco que lo hagamos bien.
Pero bueno, al tema: como atributo moral la sinceridad gana por goleada a la mentira; si tienes que elegir entre relacionarte con una persona sincera o mentirosa, ¿qué preferirías? Creo que todos lo tendríamos claro, ¿no? Con una persona sincera sabes que lo que te diga va a ser cierto, mientras que con una persona mentirosa no lo vas tener claro nunca. Ni siquiera cuando te dice que está siendo sincero, porque claro, hemos dicho que es una persona mentirosa… Pero cuidado, que aquí hay trampa.
Como ocurre en muchos otros aspectos de la vida, no podemos hablar de blanco y negro, sino que el quid de la cuestión está en los matices. Y matices hay muchos. Entre la mentira patológica y el sincericidio hay muchos puntos intermedios en los que la mayoría nos situamos. Y a nivel social es tan negativo estar en un extremo como en el otro.
¿Qué es el sincericidio?
Llamamos sincericidio, sinceridad extrema u honestidad brutal a decir la verdad sin límites, sin tener en cuenta a la otra persona, sus sentimientos o las consecuencias que escuchar “esa verdad” pueda tener. Caemos en el sincericidio cuando usamos la verdad como arma para hacer daño a la otra persona, porque la verdad no siempre es una carícia, a veces puede ser una patada en la espinilla.
En estos casos, ya no importa tanto que lo que se diga sea cierto o no lo sea, sino que es un pretexto para atacar al otro y salir nosotros victoriosos. Y ojo, cuidado, que hay grados y grados. Hay personas, como decíamos, que creen que lo moralmente correcto es decir siempre la verdad, lo han interiorizado, y creen que de esa manera se construyen una imagen positiva para los demás, como una persona “que va de cara”. Son personas que se sienten muy orgullosas de sí mimas, por no callarse nada, por decir las cosas tal cual les pasan por la cabeza, y se vanaglorian de su sinceridad como si esto fuera algo que les sitúa por encima del resto de mortales.
Seguro que conoces a alguna persona de estas que no duda en decirte que “esos pantalones te sientan mal”, que tienes mala cara, que has engordado, o que esa decisión que has tomado es una gran cagada. Y encima cree que te está haciendo un favor. Pues no. Todo lo que le sobra de sinceridad le falta de empatía.
El sincericidio realmente no aporta nada; no te hace mejor persona, no mejora tu autoestima, ni la de los demás, no mejora tus relaciones sociales… más bien lo contrario. Más que esforzarnos por decir siempre la verdad, quizá el foco lo tendríamos que poner en cómo decimos las cosas, en las habilidades para comunicarnos sin herir a los demás.
Personas incapaces de mentir
También hay personas que se sienten incapaces de mentir incluso ante la más mínima situación cotidiana. No me refiero a grandes mentiras en plan “ups, había olvidado decirte que tengo otra mujer y dos hijos y realmente no soy médico”. No, hablo de mentiras cotidianas, de esas que todos decimos sin reparar realmente en que estamos mintiendo. Cuando se dice que las personas mentimos una media de 2 veces al día, pues ese tipo de mentiras. Bueno, todas las personas no. La mayoría. Ese dato es una media, claro. Los hay que mienten más y que mienten menos… Pero aquí no hablaríamos de sincericidio, ya que su conducta no hace daño a otras personas; de hecho los principales perjudicados por ese exceso de sinceridad son ellos mismos, ya que en un mundo en el que todos (o casi todos) mienten, el hecho de no hacerlo te sitúa en una situación de desventaja.
Pero es que, como decíamos, existe una falsa dicotomía entre verdad y mentira. No todo es blanco o negro.
Tipos de mentiras
Hay muchos motivos para decir la verdad, y también muchos para mentir. Y no todas las mentiras son iguales. Según Michael Lewis director del Institute for the Study of Child Development y autor de más de un centenar de artículos científicos, existirían cuatro tipos fundamentales de mentiras: por un lado las destinadas a proteger los sentimientos de otra persona, luego estarían las destinadas a protegerse a uno mismo, para evitar el castigo, en tercer lugar tendríamos el autoengaño, y finalmente las mentiras destinadas a hacer daño a los otros.
Pues bien, centrémonos en el primer tipo de mentiras, las destinadas a proteger los sentimientos de los otros. Este tipo de mentiras «piadosas» son necesarias para mantener unas relaciones sociales satisfactorias, esto es, para sentirnos a gusto con los demás y que estos se sientan a gusto con nosotros. Por ejemplo, cuando vas por la calle y te encuentras con alguien que hacía mucho que no veías, es mejor decir «¡me alegro mucho de verte!», en vez de «me es bastante indiferente verte. Apenas pienso en ti, por eso hace años que perdimos el contacto a pesar de vivir en el mismo barrio».” ¿Estás siendo sincero, yendo con la verdad por delante? Sí. ¿Estás siendo bastante imbécil? También.
Pues bien, estas mentiras tienen un papel importante como amortiguador en las relaciones sociales. De hecho, se ha visto que los niños más hábiles para enmascarar sus emociones para proteger las emociones de los demás, eran más queridos y populares.
¿Educar para mentir?
Entonces, ¿deberíamos fomentar las habilidades relacionadas con el engaño y la mentira en los niños? Bueno, pues… aunque suene raro, en realidad no lo es tanto. La mayoría de los padres antes o después les explicamos a los niños ante ciertas situaciones que «esas cosas no se dicen» o que «a la gente no le gusta que les digan esas cosas», con lo que, además de enseñarles «a ser educados», les estamos enseñando a mentir, pero también a tener en cuenta los sentimientos de los demás.
En fin, eso, que si hablamos de la verdad y la mentira, no es tan sencillo como concluir que decir la verdad es siempre lo correcto y mentir lo incorrecto. En la mayoría de situaciones será así, pero en muchas otras la verdad puede ser mucho más contraproducente y dañina que la mentira, y de hecho, ser hábiles a la hora de mentir en según qué circustancias puede ayudarnos en nuestras relaciones sociales.