Ceguera a la elección: por que fallamos (tanto) al tomar decisiones

A lo largo de un día, semana o mes, tomamos infinidad de decisiones. Decisiones con las que nos sentimos generalmente satisfechos y que somos capaces de defender a capa y espada. Decisiones que encajan perfectamente con nuestros valores, preferencias, visión del mundo y también con otras decisiones que hayamos tomado previamente. Todo muy lógico y coherente. Somos pura coherencia, ¿verdad? Pues resulta que no. En realidad vivimos más bien en una ilusión que crea nuestro cerebro para que tengamos esa sensación, aunque no sea necesariamente así… El fenómeno conocido como ceguera a la elección viene a desmontar muchas de nuestras creencias acerca de la toma de decisiones, ¡vamos a verlo!

https://youtu.be/u71HfHf2yDQ

Si te pregunto los motivos por los que vives donde vives, por los que has votado lo que votaste en las últimas elecciones, por los que llevas la ropa que llevas o por qué elegiste el último destino de tus vacaciones… muy probablemente darás unas argumentaciones más que convincentes para explicar esas elecciones. Y, por supuesto, no dudarás de esas explicaciones. Pero, ¿y si te digo que estos argumentos, lejos de ser unas refelxiones muy sesudas, te las has ido inventando sobre la marcha? Y aún más, ¿y si te digo que, si te hago un poco el lío podrías argumentar con la misma pasión las elecciones opuestas?

Aunque no nos gusta reconocerlo, y de hecho no somos ni conscientes, nos mentimos mucho a nosotros mismos, y eso es lo que permite que mantengamos una cierta sensación de coherencia en la vida. Hay varios experimentos que ponen en duda, o directamente echan por tierra la idea de que seamos tan racionales y tan conscientes en la toma de decisiones. Vamos, que aunque nos de miedo reconocerlo, parece que tomamos las decisiones bastante al tuntún y luego encima creemos que todo ha sido fruto de una gran reflexión de la que nos sentimos súper orgullosos, y la defenderíamos “hasta la muerte”. 

Ceguera a la elección

En los años 70 los psicólogos Richard Nisbett y Timothy Wilson mostraron que realmente nos inventamos las explicaciones que justifican nuestras decisiones. Tomaron a un grupo de mujeres y les dieron dos pares de medias para que eligieran las que más les gustaran. Una vez analizadas las medias y tomada la decisión, les pedían que justificaran los motivos que les habían llevado a elegir esas y no las otras. El color, la textura, el tacto, la suavidad… daban muchos motivos, en principio muy coherentes, pero de lo que no eran conscientes era de que los dos pares de medias eran exactamente iguales. 

Años después los neurocientíficos Hall y Johansson publicaron en Sciencie sus estudios, que suponen un paso más. Tomaban a un grupo de sujetos y les mostraban varios pares de fotografías de otras personas, y tenían que elegir de esas dos la que tuviera una cara que les resultara más atractiva. Tras la elección tenían que dar los motivos por los que habían elegido esa cara en cuestión. Nuevamente los motivos estaban expresados correctamente, encajaban con las preferencias y valores propios… pero en este caso también había una trampa. No es que las dos fotos fueran iguales como en el experimento de las medias, eso sería demasiado obvio. El caso aquí es que mediante un sutil truco de manos, el experimentador daba el cambiazo y la persona acababa justificando justo la elección contraria a la que había tomado. Pensaréis que esto es algo muy obvio, y que a vosotros no os la colarían. Vamos, lo mismo que yo pensé cuando leí el experimento, y también lo mismo dijeron el 85% de los que participaron en él, quienes se mostraron seguros de que se darían cuenta y no se la colarían. 

Tomada de Johansson, P., Hall, L., Sikström, S., & Olsson, A. (2005). Failure to detect mismatches between intention and outcome in a simple decision task. Science, 310(5745), 116-119.

Pues bien, de este grupo de personas tan seguras de que no se la colarían, resulta que se la colaron al 70%. Siete de cada diez personas justificaron con mucha lógica la decisión contraria a la que habían tomado, sin ser conscientes de lo que estaba pasando. Por eso a este fenómeno se le conoce como «ceguera a la elección». Lo que es curioso es que el cerebro hace exactamente el mismo proceso cuando estamos justificando una decisión propia que cuando estamos justificando una que, aunque creemos que es propia, en realidad no lo es. 

¿Y por qué pasa esto? Parece ser que nuestro cerebro da por sentado que el mundo es estable, aunque realmente no es así, el mundo es muy cambiante. Cuando los participantes elegían una u otra imagen, en el momento en el que el experimentador las ponía boca abajo para entregárselas, el cerebro asumía algo así como que “mi elección es la de la derecha” y entonces borraba la representación mental de esa imagen porque, «cómo va a cambiar». Al dar por supuesto que no tiene por qué cambiar, almacenar esa imagen sería un gasto inútil de energía, pero es que sí que cambiaba. Sería algo así como un fallo en Matrix pero en el mundo real. 

Esto lo que muestra es que, en contra de lo que comúnmente creemos, muchas veces justificamos nuestras decisiones después de haberlas tomado, no antes. Los resultados de estos experimentos nos llevan a cuestionarnos nuestras decisiones y muestran que somos capaces de inventar los motivos más diversos para conseguir que esa decisión random que hemos tomado encaje con el resto de nuestras vidas. 

Pero ojo, que estos experimentos no se quedaron en medias o en fotos: Hall y Johansson llevan más de 10 años estudiando este fenómeno, y han sido capaces de aplicarlo a numerosos ámbitos cada cual más interesante, por ejemplo, para los principios morales. Por ejemplo: mostraban una afirmación y la persona tenía que valorarla en una escala del 1 al 7, que iba desde “muy de acuerdo” hasta “muy en desacuerdo”. La afirmación era: “Una acción militar o policial siempre está mal si mueren inocentes”. Una vez la persona había dado su respuesta, simplemente cambiaban el “acuerdo” por “desacuerdo”, y le pedían que justificara: “Muy bien, ud. ha respondido que está de acuerdo con la afirmación de que una acción militar o policial siempre está mal si mueren inocentes, ¿podría justificar sus motivos?” Y otra vez, ocurría lo mismo que con las fotos: la gente racionalizaba y justificaba una respuesta que, en realidad, era la opuesta a la que inicialmente había dado. 

Otro ejemplo: “Se debería permitir una vigilancia a gran escala del gobierno a los emails y tráfico de internet para combatir el crimen internacional y el terrorismo”. Luego, cuando devolvían la respuesta simplemente cambiaban “permitir” por “prohibir” y listo. Y la persona argumentaba la decisión opuesta a la que había tomado. Como decía Groucho Marx, “estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros diferentes”.

Da miedo pensar las implicaciones que todo esto puede tener, ¿verdad?

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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