Cuando una persona va al psicólogo, habitualmente, es porque está atravesando un momento más o menos complicado, y en muchas ocasiones necesita tomar decisiones para poder encauzar de nuevo su vida. ¿El problema? Que a muchas personas les cuesta un montón eso de tomar decisiones, y pueden quedarse enganchados y no ser capaces de elegir uno u otro camino. Hoy vamos a hablar del proceso de toma de decisiones…
Hay dos grandes tipos de problemas ante los que a muchas personas les cuesta tomar decisiones; por un lado estarían las pequeñas decisiones sobre asuntos cotidianos, que realmente no tienen mayor trascendencia ni grandes implicaciones. Y luego estarían las decisiones gordas, que sí tienen más efectos a medio y largo plazo.
Cómo tomar decisiones en problemas pequeños
Vamos a empezar por las primeras, las pequeñas decisiones. Aquí entrarían decisiones como qué pedir en un restaurante, si ir a la piscina o a la playa, si comprar uno u otro teléfono, o si ponerte la camisa de cuadros o la lisa. ¿Y cómo puede a alguien costarle tomar estas decisiones? Aunque a muchos os cueste creerlo, doy fe de que estas cosas cotidianas llevan de calle a muchas personas. Pueden ser asuntos menores, pero son muy frecuentes, y la dificultad para tomar una u otra decisión acaba generando un grado importante de malestar a la persona que no es capaz de elegir, o incluso a la gente de su entorno. De hecho, aunque no sean de vital importancia, pero sí que tienen implicaciones; si has quedado con los amigos y no decides si ir a un sitio u otro, puede que finalmente acabes echando a perder el día porque cuando has tomado una decisión ya no da tiempo a nada, te has quedado sin reserva o la gente se ha cansado de tu indecisión y han decidido hacer otros planes. También puede pasar que llegues sistemáticamente tarde al trabajo porque te cuesta mucho decidir qué ropa escoger. O que demores en exceso la compra de algo que necesitas por verte incapaz de elegir modelo. Puede que inviertas demasiado tiempo y energía en cuestiones que en principio no deberían requerir tanto de ti.
¿Cómo abordar estas decisiones? En estos casos “menores”, si nos cuesta tanto tomar una u otra decisión es porque realmente no hay una opción buena o mala, tomes la opción que tomes acabarás acertando. No hay un gran error que debamos evitar. La clave está en identificar adecuadamente estas situaciones y, llegado el momento, sí hace falta, echar la decisión a suertes. Sí, sí, a cara o cruz, eligiendo un papelito de una bolsa, a pito pito gorgorito o como queramos. Recuerda, da igual lo que salga, no hay mala decisión posible, lo importante es salir del bloqueo, que es lo que en verdad está teniendo coste para ti. Y una vez el azar ha hablado, ejecuta esa decisión sin cuestionártelo. No tiene sentido seguir invirtiendo más tiempo o energía en ello. A otra cosa.
Cómo tomar decisiones en problemas más difíciles
Vale, ¿y cuando estas decisiones son más trascendentes? Cuando no hablamos de elegir la camisa verde o azul, sino de qué casa comprar, del colegio al que irán tus hijos, de si dejar tu trabajo para montar una empresa, etc. aquí no podemos jugarnos nuestro futuro a suertes. Debemos tener un plan. Para estos casos tenemos los protocolos de toma de decisiones, que consisten en una serie ordenada de pasos que, si los cumplimos, pueden ayudarnos a resolver adecuadamente el problema.
Paso 1: definir el problema
El primer paso siempre es definir adecuadamente el problema. ¿Qué es lo que ocurre, y por qué nos cuesta avanzar? Cuantos más detalles incluya es definición del problema, más fácil será llevar a cabo los siguientes pasos.
Paso 2: posibles soluciones
Una vez definido el problema, el segundo paso es enunciar todas las posibles soluciones que se nos ocurran; esto lo podemos hacer de manera individual o con otras personas implicadas, si las hay. Este punto muchas veces se enfoca como una lluvia de ideas, en la que todo cuenta, por lo que es muy importante la creatividad. Durante esta fase no hay que descartar ninguna opción, por loca o extrema que parezca. Lo importante es tener suficientes para luego poder elegir.
Paso 3: evaluar las diferentes opciones
Cuando ya tengamos suficientes, la tercera fase consiste en evaluar esas opciones. Vamos a descartar las más locas o extremas, y nos quedaremos con las más viables, o las que pensemos que tienen más papeletas de poder funcionar. Una vez las tengamos, podemos analizarlas en mayor profundidad, valorando los pros y contras de cada una, sus posibles implicaciones en un futuro, etc. Lo ideal sería que pudiéramos establecer una jerarquía con esas opciones, ordenándolas de mayor a menor puntuación.
Paso 4 y 5: seleccionar la mejor opción y ejecutarla
La cuarta fase consistiría en seleccionar una de esas decisiones, probablemente la primera de la jerarquía (si hemos logrado hacerla) la quinta en ejecutarla, llevarla a cabo. Si ya hemos visto que probablemente sea la mejor opción, ¡lancémonos a ello!
Paso 6: evaluación de los resultados
Pero aquí no acaba la historia, hay una última fase, la evaluación de los resultados. ¿Estamos obteniendo los resultados que esperábamos? En caso contrario, toca dar marcha atrás, hasta la fase de evaluación, elegir otra opción, y llevarla a cabo, hasta que finalmente logremos nuestro objetivo.
Con estas dos estrategias podremos hacer frente a muchas de las situaciones del día a día en las que nos sentimos bloqueados y no podemos avanzar.