Seguro que os ha pasado alguna vez que cuando una persona os cae bien, parece que todo lo que viene de ella os gusta (por ejemplo al empezar una relación de pareja), y por el contrario, que cuando alguien “se os atraviesa” parece que todo lo que venga de ella moleste o lo cuestionáis porque viniendo de ella, ya se sabe… Esto es algo muy normal y muy frecuente, y lo que hay detrás es un “sesgo cognitivo” que tenemos todos, del que no siempre somos de todo conscientes, pero que está ahí, influyendo en nuestra percepción del mundo y en nuestra forma de pensar. Hoy vamos a hablar sobre el efecto halo…
El efecto halo
El efecto halo se refiere a un sesgo cognitivo, un pequeño “error” en nuestra forma de pensar, por el que una vez tenemos una idea acerca de una persona, la nueva información que nos llegue se va a ir acomodando a la idea que ya teníamos formada. Así, a partir de un rasgo concreto, generalizamos esta idea positiva o negativa a otras características que en realidad no tienen por qué estar relacionadas con esta primera… Y ojo, esto no solo se aplica a personas, también a situaciones, objetos, ideas, etc.
Cuando decimos eso de que “la primera impresión es la que cuenta”, nos estamos refiriendo a este efecto halo, por eso nos arreglamos más para ir a una entrevista de trabajo o a una primera cita: queremos causar buena impresión porque sabemos que esa primera impresión es importante. Y hacemos bien, porque según los datos es verdad que así es: la primera información que nos llega acerca de algo o de alguien acaba “arrastrando” al resto de la información y condicionando la impresión general que nos formemos.
El experimento de Solomon Asch
En 1946 el psicólogo Solomon Asch planteó un experimento en el que una persona era descrita como “inteligente, trabajadora, impulsiva, crítica, testaruda y envidiosa” y otra como “envidiosa, testaruda, crítica, impulsiva, trabajadora e inteligente”. La primera persona recibía evaluaciones más positivas que la segunda, a pesar de que los adjetivos empleados para describirlas eran los mismos, y lo único que cambiaba era el orden en el que los habían presentado. En el primer caso, los adjetivos positivos se presentaban en primer lugar y estas ideas afectan a cómo se recibe la información posterior, de forma que lo que prima es la inteligencia y el hecho de ser una persona trabajadora, y digamos que lo que viene detrás no sería tan importante. Por su parte, a la persona a la que se define en segundo lugar, con adjetivos negativos, como envidiosa y cabezota, estas ideas serían las que eclipsarían al resto, haciendo que incluso los atributos positivos se lleguen a interpretar de una forma más negativa. En el primer caso, a la persona inteligente y trabajadora “se le disculpa” el hecho de ser “un poco cabezota o envidiosa”, pero de la persona “envidiosa y cabezota” no nos gusta nada que además de esto sea trabajadora e inteligente, porque estos atributos que en el primer caso eran positivos, en este caso pueden llegar a ser de hecho una amenaza.
Como algunos estaréis pensando, este efecto halo está muy relacionado con el efecto Pigmalión del que os he hablado muchas veces. Como dice Paul Ekman, un psicólogo experto en el estudio de las mentiras, en las aulas el efecto halo funciona de la siguiente manera: si un profesor tiene mal concepto de un alumno, podría pensar de él que es un mentiroso. Al no fiarse de él, le tendrá más vigilado, y aunque mienta tanto como otros alumnos, al estar más vigilado es más probable que le pillen si miente, con lo que mintiendo igual que sus compañeros le pillarían más veces, y de esta forma se confirmaría la idea previa del profesor de que “este chaval no es de fiar”. Ya tenemos la profecía autocumplida. Y lo mismo pasaría al contrario, el alumno preferido del profesor puede estar mintiendo con la misma frecuencia que el niño conflictivo, pero al no levantar sospechas no le pillarían tantas veces.
En el ámbito de la publicidad y el marketing son muy conocedores de este efecto, y lo utilizan para “transferir” los atributos positivos de una persona famosa y con buena reputación a un producto que se quiere promocionar. Por eso los deportistas famosos pueden conseguir tanto dinero con sus competiciones como anunciando zapatillas, vendiendo teléfonos o cediendo su imagen a un banco, por poner algunos ejemplos. Otros ejemplos del efecto halo en el mundo de la publicidad serían esas campañas tan agresivas en las que se invierte mucho en publicitar algunos productos gancho muy rebajados en los supermercados, con lo que hacen que la gente entre allí a comprar esa tostadora o microondas tan rebajados, pero luego salen con el carro hasta arriba de muchos otros productos que quizá no estaban tan bien de precio: como el microondas era barato, asumes que todo allí lo es, aunque probablemente esto no sea así. En realidad lo han puesto de gancho y has picado…
El efecto cuerno
Pero como dice Paul Ekman, este efecto actúa en los dos sentidos, y es que la idea que tenemos de alguien puede hacer que todo lo que pensemos de ella tenga este filtro positivo que veíamos en el caso de la persona inteligente y trabajadora, pero también puede hacer que lo veamos todo un poco más turbio de lo que es en realidad, como le pasaba a la “persona envidiosa y cabezota”. Aquí en vez de hablar de efecto Halo, Paul Ekman habla de efecto cuernos. En este sentido, también hay trabajos que demuestran que la apariencia de una persona puede condicionar lo arriesgados que seamos a la hora de apostar en juegos de azar. Repito, en juegos de azar. Sabemos que el resultado solo depende del azar, pero aún así, si el otro jugador “tiene buena pinta”, viene bien vestido, aseado, peinado y oliendo a colonia, seremos más conservadores que si nos ponen enfrente a otro jugador con pinta de ser menos avispado, más desaliñado, peor vestido, mal peinado… Este mismo efecto también es bien conocido por los estafadores que no dudarán en usarlo en nuestra contra. Si los vendedores tienen que ir bien presentables para causar buena impresión, los estafadores también saben que si se hacen los tontos pueden utilizar este efecto a su favor para engañar a sus víctimas con timos de toda la vida como el tocomocho o el timo de la estampita que, aunque parezca increíble, a día de hoy siguen utilizando, especialmente con personas mayores.
Por lo tanto, frases de la sabiduría popular como “crea fama y échate a dormir” o “por un perro que maté, mataperros me llamaron” no están tan alejadas de la realidad.