El otro día me contaba una amiga que al hijo de unos amigos, de cuatro años de edad, la maestra le había diagnosticado hiperactividad. Es evidente que esto es un despropósito, por un lado, porque una maestra no tiene ninguna capacidad para emitir un diagnóstico clínico. Por otro lado, porque si nos atenemos a los criterios del DSM-IV (que es el libro que dice qué es un trastorno y cuáles son los criterios para tenerlo o no) no se puede diagnosticar TDAH en ninguna de sus formas a menores de 6 años de edad.

El efecto Pigmalión
Pero quizá el mayor error que ha cometido esa maestra ha sido etiquetar de forma innecesaria a un niño. Puede parecer algo trivial, pero las implicaciones que tiene son muy importantes. Algo que todo maestro debería conocer es el llamado efecto Pigmalión.
El efecto pigmalión es un fenómeno que describe cómo la creencia que una persona tiene sobre otra puede influir en el rendimiento de esta otra persona. Esto supone, por tanto, algo importante de conocer y estudiar para los profesionales del ámbito educativo, laboral, social y familiar.
Cuando etiquetamos a un niño (o cualquier otra persona) las expectativas que tenemos acerca de su conducta influyen en la misma, es decir, le ofrecemos un trato diferenciado en función de nuestras expectativas. Una misma conducta puede ser interpretada de forma muy diferente en función de quién la ejerza, pongamos por ejemplo, interrumpir al profesor en clase: si lo hace un alumno «bueno» es su forma de mostrar interés por la materia; si lo hace el «hiperactivo» tan sólo está llamando la atención porque «no puede estarse quieto».
De este modo, a los alumnos que son considerados como más capacitados se les dan más y mayores estímulos, más tiempo para sus respuestas, etc. Estos alumnos, al ser tratados de un modo distinto, responden de manera diferente, confirmando así las expectativas de los profesores y proporcionando las respuestas acertadas con más frecuencia. Si esto se hace de una forma continuada a lo largo de varios meses, conseguirán mejores resultados escolares y mejores calificaciones en los exámenes. Por el contrario, aquellos alumnos etiquetados de un modo negativo, de forma progresiva irán disminuyendo su rendimiento y capacidad, hasta llegar al punto de confirmar las sospechas iniciales del profesor.
Por todo esto podemos comprender que esa maestra de la que hablaba al principio del artículo efectivamente ha cometido un gravísimo error, y no es tan sólo el efectuar un diagnóstico sin estar capacitada para ello: es etiquetar y encasillar a un niño de modo innecesario, el cual quizá deba enfrentarse durante mucho tiempo (o de por vida) a una imagen que han creado de él, la cual puede implicar menores opciones de futuro y oportunidades, por el empleo de una etiqueta innecesaria.
Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
Tendría que preguntar a la amiga que me contó la historia, pero al parecer hay una tribu africana en la que ponen a los niños adjetivos calificativos como nombre (o digamos, nombres con connotaciones muy claras), llegado un punto de su edad. De esta manera, el que crece con todo el mundo llamándole Diablo acaba respondiendo irremediablemente al estereotipo.
Es interesante, pero no tengo más información. Me pregunto si alguien habrá hecho algún estudio con personas llamadas amable o Caridad.
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