Hay una creencia muy extendida de que cuando estamos enfadados o de mal humor (y ahora mismo hay mucha gente enfadada), lo mejor que podemos hacer es descontrolarnos: despotricar bien despotricado, soltar sapos y culebras por la boca, explotar si hay que explotar… y eso pille a quien pille y pese a quien pese. Porque oye, “aún nos queda el derecho a la pataleta”, ¿no? y así al menos nos quedamos bien a gusto. ¿Os parece una buena idea? Pues quizá no lo es tanto. Hoy hablamos de la falacia de la catarsis:
En este vídeo vamos a hablar de la “falacia de la catarsis” o como suele decirse en lenguaje llano, del “derecho a la pataleta”. Y es que, como decíamos, hay una creencia muy extendida de que cuando estamos enfadados o de mal humor, lo mejor que podemos hacer es descontrolarnos y dar rienda suelta a ese enfado, sacarlo bien sacado, ni reprimirlo ni controlarlo. Que salga todo…
La falacia de la catarsis
Y es que pensamos que la catarsis, el hecho de dar rienda suelta a nuestro enfado, es una forma adecuada de manejar la irritación o algo que nos va a ayudar a sentirnos mejor. Pero la realidad es que esto no tiene por qué ser así, y de hecho nos puede acabar acarreando más consecuencias negativas que positivas. A nosotros o a los demás.
Como explica Daniel Goleman, en su famoso libro “La inteligencia emocional”, ya desde los años 50 se sabe, porque se ha comprobado experimentalmente, que el hecho de airear el enfado no contribuye a mitigarlo. Hay circunstancias en las que puede estar bien y resultar de utilidad expresar abiertamente nuestro enfado, por ejemplo: cuando se trata de comunicar algo directamente a la persona causante de nuestro enfado, cuando esto sirve para restaurar la autoridad, el derecho o la justicia, o cuando con esa expresión del enfado se consigue cambiar la situación que nos molesta.
Pero una dificultad es lograr expresarnos sin extralimitarnos. Esto es, siendo asertivos, educados y respetando los derechos de la otra persona. Goleman avisa de que, cuando estamos enfadados, eso de expresarnos sin extralimitarnos es algo más fácil de decir que de hacer debido a “la naturaleza altamente inflamable de la ira”. ¿Qué es lo que suele pasar? Pues que a veces queremos decir algo de buenas formas, pero si estamos enfadados es muy fácil pasar de la asertividad a la agresividad. Podríamos decir que si ya están saltando chispas, es fácil que prenda la llama.
Y volviendo al razonamiento de “soltarlo para sentirte mejor”: se ha comprobado que expresar abiertamente el enfado delante de la persona con la que estamos enfadados, no sólo no acorta el mal humor sino que de hecho lo prolonga. Entonces, ¿qué hacemos? La respuesta más eficaz es primero calmarse, para después, en otro momento, desde una posición más serena, poder emplear un tono más asertivo y conciliador. Según Goleman, la mejor manera de gestionar el enfado sería “ni reprimirlo ni dejarnos arrastrar por él”.
Como decía Aristóteles, “enfadarse es fácil, eso lo puede hacer cualquiera. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso ciertamente no resulta tan sencillo”, por lo que tendremos que practicar, practicar y practicar.
Así que ya sabéis. Si os queréis enfadar, os enfadáis, si lo queréis expresar, pues lo expresáis. No seré yo quien os pretenda quitar este supuesto “derecho a la pataleta”, pero ya sabéis que si lo hacéis para sentiros mejor, quizá no es tan buena idea. Y tened en cuenta que una cosa es expresar lo que os molesta y otra muy distinta es explotar a lo bruto, faltando el respeto o poniéndoos en riesgo a vosotros o a los demás.
Si pensamos un poco en las personas que conviven con nosotros, explotar de manera descontrolada quizá no es la mejor idea. Ni en tiempos de confinamiento ni tampoco en otros momentos. Además de nuestro “derecho a la pataleta” está el derecho de los que nos rodean a “tener la fiesta en paz”. Quizá sea útil cambiar en nuestra mente el discurso del “derecho a la pataleta” por el de la “responsabilidad de dominar nuestro mal humor”, por nosotros mismos, y por quienes nos rodean. Porque es muy pesado convivir con una persona que está siempre enfadada o de mal humor, y seguro que ninguno queremos ser esa persona con la que es complicado vivir.