padres muy exigentes

Padres para los que nunca nada es suficiente [Vídeo]

Sigo viendo con mucha frecuencia conductas de padres hacia sus hijos que, aunque son muy bienintencionadas, pueden acabar destrozando su autoestima. Hoy me voy a centrar especialmente en el papel de esos padres hiperexigentes, esos padres para los que nunca nada de lo que hace su hijo es suficiente.

Estos padres son muy críticos con sus hijos porque tienen miedo de que se relajen y dejen de esforzarse por mejorar. Creen que no tiene ningún sentido reconocerles lo que hacen bien “porque eso ya lo sabes tú”. De este modo, sólo ponen el foco en lo que va mal, en lo que no funciona o en lo que hay que mejorar. Su intención puede ser buena (ayudar a su hijo a esforzarse más y mejorar, ya que confían en sus capacidades) pero los efectos que tiene sobre la autoestima de sus hijos son muy peligrosos: si sólo ponemos el foco en lo negativo, el mensaje que le llega a nuestro hijo es: “no importa cuánto te esfuerces, no importa lo bien que lo hagas, nunca será suficiente. Siempre lo harás mal” Esto, lejos de motivarle para hacerlo mejor, como esperarían sus padres, le desalienta y le sume en una actitud de indefensión aprendida: se ve como única opción para evitar los fracasos dejar de intentarlo, ya que todos los esfuerzos previos han sido en vano. Si no vuelven a arriesgarse, no cometerán nuevamente errores.

Para evitar caer en esto, es importante reconocer los pequeños éxitos y logros de nuestros hijos, eso les ayuda a crecer y a darse cuenta que somos sensibles a su esfuerzo. No sólo hay que fijarse en el resultado sino en el proceso. Cuidando estos aspectos, ayudaremos a nuestro hijos a construir una autoestima mucho más fuerte.

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Queremos creer: ¿por qué nos dejamos engañar por las pseudociencias? [Vídeo]

Hasta las personas más inteligentes a veces creen en cosas verdaderamente estúpidas; por ejemplo, el mismo Steve Jobs, que con uno de los pocos tipos de cáncer de páncreas curables , optó por “tratamientos naturales” que le llevaron a la tumba. Y como él, muchas personas anónimas. Los hay que creen que el hombre nunca llegó a la luna, los que creen en el horóscopo, el tarot, los chakras o los ovnis, los que dicen “a mí la homeopatía me funciona” o los que creen que las vacunas causan autismo. Y la lista es infinita. ¿Qué tienen en común todo esto? Por un lado, que es un mercado que funciona muy bien: detrás de todas estas ideas hay gente que se lucra a costa de la credulidad de los demás. Y por otro lado, que todas esas creencias son meras supersticiones facilitadas por un modo muy concreto de funcionar de nuestro cerebro.

Las personas necesitamos creer, en algo, en lo que sea. En parte ello se debe a la aversión que tenemos por la incertidumbre. Preferimos creer que dudar, la duda es incómoda y la creencia nos soluciona ese problema. Es algo que ha venido sucediendo desde que el hombre es hombre: suena un trueno, lo cual es algo verdaderamente extraordinario, y como algo tan grande e imponente no puede ser casual, nos inventamos el dios del trueno para explicarlo. Cae agua del cielo, y creamos al dios de la lluvia. Y así hasta nuestros días, donde muchas personas creen en conspiraciones del gobierno, en los Illuminati o en los espíritus. Atribuimos origen y causalidad a aquello que consideramos extraordinario, porque creemos que “grandes fenómenos” deberían tener detrás “grandes causas”. Y no siempre es así.

De este modo vemos como tendemos muchas veces a ver causalidad donde no la hay, donde sólo hay datos aleatorios que incomodan a nuestro cerebro. A veces las casualidades existen: no porque A y B se den al mismo tiempo significa que A y B estén relacionados. Y tampoco porque se produzca A y luego B significa que A sea el causante de B. Pero a nuestro cerebro le encanta establecer esas conexiones para bajar nuestro nivel de incertidumbre. Por ejemplo, haber tomado homeopatía y haber mejorado en la sintomatología de un resfriado no tiene por qué estar relacionado, y de hecho no lo está. Al menos a día de hoy no existe ningún estudio científico que así lo afirme. Hay muchos estudios que, de modo jocoso, muestran la correlación que existe entre la población de cigüeñas en una determinada ciudad y el nacimiento de bebés. Ambas variables correlacionan, pero ello no quiere decir que estén relacionadas. Al igual que entre la homeopatía y los resfriados hay otra tercera variable que explica la recuperación, el propio proceso autolimitado del resfriado común, aquí también hay otra variable que explica este efecto: el tamaño de la ciudad: a mayor área urbana, más cigüeñas y también más nacimientos de bebés. Si tenéis curiosidad, en esta web podéis hacer ver muchas de estas correlaciones llamadas “espurias”.

Al igual que tendemos a ver causalidad donde sólo hay casualidad, también a nuestro cerebro le gusta jugar a identificar patrones. De hecho es una de las cosas que mejor se le dan a nuestro cerebro. Ya lo hemos dicho, nuestro cerebro siente aversión por la información ambigua, por lo que cuando se encuentra ante un patrón de estímulos que no comprende, trata de identificar un patrón en esa información abstracta, nuestro cerebro “conecta los puntos”. De hecho hay dos fenómenos psicológicos que están relacionados con esta tendencia a la búsqueda de patrones: la pareidolia y la apofenia.

La pareidolia es un fenómeno psicológico donde un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible. Ver formas en las nubes, caras de mujer en la superficie de Marte o figuras religiosas en las manchas de humedad de la pared tienen detrás este fenómeno. En nuestro cerebro, hay un área concreta que se encarga de ello, el giro fusiforme del lóbulo temporal

Por su lado, la apofenia (o patronicidad) es la experiencia consistente en ver patrones, conexiones o ambos en sucesos aleatorios o datos sin sentido. Esta tendencia a identificar patrones está relacionada con una sustancia cerebral llamada dopamina; si se administran agonistas dopaminérgicos (sustancias que incrementan la dopamina, como la cocaína o las anfetaminas -incluída la medicación para el TDAH-) las personas tienden a ver más patrones; si se administran antagonistas (que disminuyen esta sustancia, por ejemplo los fármacos que se usan en el tratamiento de la esquizofrenia) se ven menos.

Otro fenómeno psicológico que está detrás de nuestras exóticas creencias es el sesgo de confirmación, la tendencia a favorecer la información que confirma las propias creencias o hipótesis: prestamos más atención a la información que coincide con nuestras expectativas y deseos previos, descartando toda la información que nos hace entrar en contradicciones. Los que creen en las conspiraciones suelen prestar sólo atención a información que confirma sus creencias conspiranoicas, descartando la información que hace que sus creencias se tambaleen. Sin embargo muchas veces somos ciegos a cosas que tenemos delante de nuestros propios ojos: mientras nos preocupamos por cortinas de humo, cada vez reaccionamos menos ante la corrupción, la pobreza o la guerra.

El funcionamiento de nuestra memoria tampoco es perfecto, o al menos no funciona como muchas veces creemos que lo hace. No grabamos en nuestro cerebro recuerdos como si de una película se tratase, ni lo recordamos todo, ni todo lo que recordamos verdaderamente ha sucedido. Hay personas que afirman que “cada vez que ha sonado el teléfono y he pensado en fulanito, resulta que era él quien llamaba”., fenómeno que atribuyen a algún tipo de percepción extrasensorial. Probablemente sea verdad lo que cuentan, y eso haya ocurrido unas cuantas veces, pero esa persona está olvidando todas las muchas ocasiones en las que el teléfono ha sonado, ha pensado en fulanito, pero en verdad quien llamaba era menganito. O las veces en las que has pensado en fulanito pero no ha llamado nadie. Recordamos con más frecuencia la información o los acontecimientos más extraordinarios, y olvidamos el resto.

También tenemos una extraña empatía por los proscritos, los malditos, los que van a la contra. Es lo que hace que al escuchar “Expulsan a un científico de la Universidad de X que afirma haber descubierto que el agua con azúcar cura” le creamos y empaticemos con él; pero no prestamos atención al hecho de que le echaron de esa universidad por su falta de rigor profesional, y que frente a ese único estudio hay cientos de miles que afirman lo contrario.

Así hay muchos más fenómenos psicológicos que están detrás de nuestras creencias más irracionales; pero el mensaje ya ha quedado claro: “creer” es el camino fácil, sólo hay que dejarse llevar y el cerebro lo hace todo él sólo, porque está programado para ello. Ser racional, escéptico o simplemente dudar, es mucho más difícil porque nos resulta muy incómodo no tener algo en lo que creer.

Ademas, muchas personas piensan que la ciencia es algo que les es ajeno y que hacen personas con bata blanca, sin darse cuenta de la importancia que tiene en su día a día. Esta falta de pensamiento científico tiene, en parte, su origen en la poca presencia de estos temas en nuestro sistema educativo y medios de comunicación (o en los presupuestos del gobierno).

La vida es maravillosa, y el mundo está lleno de acontecimientos verdaderamente fascinantes. No necesitamos recurrir a la magia, la brujería o las supersticiones para poder maravillarnos con el mundo que nos rodea. Pero hasta que no reconozcamos la importancia que la ciencia tiene en nuestro día a día, y lo necesario que es desarrollar un pensamiento crítico y escéptico, seguiremos siendo blanco fácil para todos esos que buscan lucrarse a costa de la credulidad de los demás. 

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Cómo evitar que los niños abusen de la tecnología [Vídeo]

Ya lo dije hace tiempo: la tecnología no es mala. No lo es la televisión, ni los móviles, ni los tablets, ni los coches. Sólo hay que tener en cuenta a quién va dirigida y regular de un modo consciente su uso. Los coches no son malos, pero no permitimos a los niños conducir, y todos estaremos de acuerdo en que será más recomendable ir a por el pan andando que hacerlo en coche. Pues con la tecnología sucede lo mismo, no es mala (de hecho es buenísima e imprescindible), pero un mal uso de ella puede tener unas implicaciones muy negativas para la salud. Por ello, en la Píldora de Psicología de esta semana os voy a dar algunos trucos para ayudar a los niños a hacer un uso racional de la misma. ¡Espero que os guste!

¿Cuánto tiempo deberían estar los niños viendo la tele o usando ordenadores, tablets o móviles?

La recomendación general está muy clara, y no lo digo yo: lo dice la Academia Americana de Pediatrá (AAP) y lo comparten la mayor parte de asociaciones médicas mundiales: los niños menores de 2 años no deberían ver la televisión ni usar móviles o tablets. Por encima de esta edad, la exposición no debería ser superior a las dos horas diarias, siempre que sea a contenidos adecuados a la edad y momento del desarrollo del niño.

No voy a entrar en detalles porque ya escribí sobre este tema hace algunos meses de manera muy extensa (en ese artículo os explico en detalle los estudios que ahora os comentar) pero en resumen podríamos decir que la mayor parte de estudios coinciden al señalar diversos efectos negativos que puede tener para la salud una sobreexposición a pantallas (televisión, móvil, tablets, etc.) En el mejor de los casos, y siempre que se respete el tiempo máximo de exposición, la visión de programas educativos adecuados a la edad del niño o el uso de aplicaciones educativas parece no tener efecto negativo o incluso mostrar cierto efecto beneficioso, pero éste no es superior al que se puede experimentar mediante otros materiales educativos o mediante la experimentación directa con el entorno.

El exceso de exposición a pantallas ocupa un tiempo que, de otro modo, podría haber sido empleado en la solución de problemas, lectura, deporte, desarrollo de aficiones o tiempo de interacción con familia y amigos, actividades al aire libre o en contacto con la naturaleza, etc. Es lo que se conoce como coste de oportunidad.

¿Cómo lograr que los niños no abusen de la tecnología?

Entendiendo tecnología como “exposición a pantallas”, hay algunos trucos que podemos poner en marcha a partir de estas edades que es interesante conocer, y así nos resultará un poco más sencillo seguir las orientaciones que comentábamos antes de la AAP:

  • Los niños no deberían tener televisión en su dormitorio. Aparte del poco control que de este modo podemos ejercer sobre qué contenidos ven o con qué frecuencia, se ha demostrado que aquellos niños que disponen de TV en su dormitorio tienen más riesgo de desarrollar sobrepeso, dormir menos horas o desarrollar TDAH.
  • En casa los ordenadores deberían estar en una zona común o de paso, con una sesión para cada miembro de la familia y siendo su uso supervisado por los padres.
  • Los teléfonos móviles y tablets se deberían cargar siempre en una zona común, nunca en el dormitorio. De este modo protegemos la zona de descanso y estudio de distracciones innecesarias.
  • Es positivo establecer un “toque de queda” tecnológico: a partir de una determinada hora, ningún miembro de la familia hace uso de teléfonos o tabletas.
  • No es recomendable tener la televisión de fondo si nadie la está viendo. Se ha demostrado que tener la TV de fondo tiene un efecto casi tan negativo como su exposición directa.
  • La televisión no debería estar encendida en los horarios de comidas o cenas, dado que desvía nuestra atención y disminuye la cantidad y calidad de la comunicación familiar.
  • Siempre es necesario respetar la recomendación de edad de películas, programas y videojuegos. 
  • Es muy importante que nosotros como padres limitemos también el uso que hacemos de estos dispositivos personales delante de nuestros hijos, porque debemos recordar la importancia que los padres tenemos como modelo: lo que hacemos nosotros, ellos lo van a replicar.

Recordemos, la tecnología no es mala: el wifi no fríe el cerebro ni las pantallas de los móviles las retinas, pero cada cosa tiene su momento, y los niños aprenden mucho mejor de la interacción con iguales que mediante pantallas.

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emociones pegajosas

Las emociones son pegajosas… ¡y tu cerebro te engaña! [Vídeo]

El mundo es muy complejo, contiene una enorme cantidad de información que debemos procesar para comprenderlo; pero debido precisamente a esa complejidad, manejar en bruto toda la cantidad de información existe resulta una tarea muy dura para nuestro cerebro. Es por ello que, sin prácticamente darnos cuenta, el cerebro procesa y selecciona la información que le llega, haciendo que sólo seamos conscientes de la más relevante, y omitiendo toda aquella que no nos es útil. ¿Y en qué se basa para decidir cuál es relevante? En esta nueva Píldora de Psicología vamos a ver alguno de estos criterios:

A veces digo que las emociones son pegajosas, porque unas tienden a pegarse a otras similares a ellas. Y así sucesivamente. Esto es porque tendemos a percibir con mayor frecuencia aquellas emociones y aspectos del mundo que nos rodea que son concordantes con el estado de ánimo que tenemos en el momento actual. Este es un modo por el que nuestro cerebro filtra la realidad: considera que de algún modo la información que va de la mano con nuestras emociones será más relevante que el resto.

Todos lo hemos experimentado muchas veces: cuando estamos de buen humor el mundo es maravilloso, la gente es simpatiquísima, la vida nos sonríe y el día tiene pocas horas para todo lo que queremos hacer. Sin embargo, cuando estamos mal, el mundo es un lugar oscuro y hostil, la gente es mala, el futuro negro y el día se nos hace demasiado largo. Pero en verdad el mundo es el mismo, la gente es la misma, y el día tiene exactamente las mismas horas. Sólo cambia dónde ponemos el foco.

El problema es que al final acaba produciéndose un círculo vicioso. Como me siento mal veo que el mundo es malo, y ver un mundo así de malo hace que me sienta mal. Y así, sucesivamente.

Y una dificultad añadida a todo esto es que el cerebro se las ingenia para que mantengamos el estado emocional que tenemos, ya sea positivo o negativo: generalmente actuamos de tal modo que perpetuamos el estado emocional en el que nos encontramos. Cuando estamos bien, hacemos cosas que nos ayudan a seguir estando bien, pero cuando estamos mal, nuestras acciones nos llevan igualmente a mantener ese estado de ánimo. Esto puede generar un nuevo círculo vicioso, por el cual “no hago nada porque estoy mal, y estoy mal porque no hago nada”. Esto es muy frecuente en la depresión, tal y como vimos hace algún tiempo en este artículo.

Es importante conocer todo esto para saber cómo funciona el cerebro y qué podemos esperar de nosotros mismos en esas situaciones. Si somos conscientes, podremos poner los medios necesarios cuando haga falta compensar esa tendencia. Recuerda que el mundo es muy complejo y que tu cerebro elige aquella la información que percibe, que es lo que tú finalmente conoces como “realidad”. Habrán tantas realidades como cerebros percibiendo información, pero recuerda que, como hemos visto, a veces ese proceso de filtrado falla, haciendo que percibamos las cosas de un modo bastante alejado de la realidad, y eso te puede hacer sentir bastante mal.

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