La suerte no existe

Lo tenemos como algo coloquial que decimos sin pensar mucho, y quizá ahí resida parte del problema: “oye, qué suerte que has tenido”, le decimos a alguien a quien le ha ocurrido algo bueno, o “qué suerte que he tenido” cuando nos ocurre a nosotros. Pero cuando atribuimos a la suerte, a la buena o la mala, el resultado de ciertas decisiones, estamos pasando por alto todo el resto de factores que están implicados. Y eso a la larga nos puede traer problemas. Vamos a verlo.

Como os decía, es de esas cosas que decimos sin pensar demasiado; qué suerte que has encontrado trabajo, qué mala suerte que tiene fulanito con sus parejas, etc. Y, bueno… a ver… a veces sí, pero no sé… que quizá otras veces (muchas) no es suerte… La suerte es un concepto que usamos para referirnos a una serie de eventos o circunstancias que ocurren de manera fortuita o al azar, cosas que pasan sin que las hayamos planeado o controlado de alguna manera.

Este concepto de suerte ha estado presente a lo largo de toda historia de la humanidad, teniendo un papel distinto en función del momento y el lugar; la suerte se ha visto como una fuerza sobrenatural que podía influir en los acontecimientos de la vida humana. En ciertas culturas se consideraba como una forma de explicar los eventos que ocurrían de manera aleatoria o impredecible. De hecho, a día de hoy, aún hay personas que creen que la suerte es una fuerza misteriosa que puede ser influenciada por el pensamiento o la actitud, mientras que otras piensan que es simplemente una cuestión de probabilidades.

No es fácil hablar de la suerte y no mencionar las creencias o la religión; desde un punto de vista religioso en muchas ocasiones la suerte se relaciona con la idea de la predestinación, según la cual todo lo que ocurre en el mundo está determinado de antemano por una fuerza divina. En este caso, la suerte podría entenderse como el resultado de un plan divino ya establecido. En este sentido, la suerte podría entenderse como una forma de manifestación de la voluntad divina. Sería Dios quien da y quita la suerte. Pero… ¿en función de qué?, ¿quién merece la buena y la mala suerte? Se supone que Dios lo decidiría…

Sin embargo, en algunas religiones orientales, como el hinduismo o el budismo, la suerte se relaciona con la idea del karma, según la cual nuestras acciones en esta vida tienen un impacto en nuestra suerte en vidas futuras. En este sentido, la suerte podría entenderse como el resultado de nuestras acciones pasadas y presentes, y como una forma de recompensa o castigo por ellas.

En todo caso, atribuir a la suerte lo que ocurre en nuestras vidas no deja de ser algo cómodo, especialmente si las cosas no salen bien: “pues nada, ha sido mala suerte… (no es que mis decisiones hayan tenido nada que ver en todo esto)”. Cómodo lo es, sin duda, porque evita el incómodo proceso de analizar qué ha ocurrido, las decisiones que hemos tomado y que serían mejorables, otros factores que hayan podido influir y, especialmente, evita que tengamos que preocuparnos de cambiar algunas cosas para dejar de tener “mala suerte” en un futuro.
Recurrir al concepto de suerte, sin duda, puede acabar resultando problemático ya que nos aleja de tomar las decisiones necesarias para lograr nuestros objetivos y nos hace sentir a merced de fuerzas ajenas a nuestro control. En psicología tenemos un concepto muy relacionados con esto de la suerte: el de locus de control, que se refiere a la creencia de una persona sobre si tiene control sobre los acontecimientos de su vida (esto sería un locus de control interno) o si son determinados por factores externos a él (hablaríamos de locus de control externo). Una persona con un locus de control interno cree que tiene el control sobre lo que le sucede y que es responsable de sus propias acciones y resultados, mientras que una persona con un locus de control externo cree que los acontecimientos de su vida son controlados por factores externos, como la suerte, la casualidad o la influencia de otras personas.

En general, se ha visto que las personas con un locus de control interno tienen más “éxito” y son más felices que aquellas con un locus de control externo. Esto se debe a que las personas con un locus de control interno son más proactivas y tienen más iniciativa para tomar decisiones y solucionar problemas, mientras que aquellas con un locus de control externo tienden a ser más pasivas y a depender de la suerte o de factores externos para obtener resultados positivos.

¿Tiene suerte la persona que llega a los 70 años con buena salud? Bueno, probablemente algo de suerte haya tenido, porque también habría podido tener una enfermedad grave mucho antes o un accidente que le hubiera enviado al otro barrio… Pero muy problablemente si llega a esa edad con buena salud sus hábitos tengan mucho más que ver que su suerte: si ha tenido una vida activa, si no ha tenido hábitos tóxicos, si su alimentación ha sido saludable, si ha mantenido estimulado su cerebro…Atribuir a la suerte estos resultados distrae de intervenir sobre todas estas variables, en las cuales realmente podemos hacer mucho.

En todo caso, está claro que no podemos controlar todos los factores que rodean nuestra vida. Siempre va a haber una parte de suerte o mala suerte: nacer en un país u otro, en un barrio u otro, en una familia u otra, con unos u otros genes… eso está claro. Llámalo suerte, azar, designios divinos, o como quieras: lo que importa es el lugar que le damos y la responsabilidad que le atribuimos; la suerte puede ser percibida como un factor externo que determina nuestros resultados, o como simplemente una parte más de la vida que no determina totalmente nuestra capacidad de controlar nuestras propias acciones y resultados. Porque por mucha o poca suerte que hayamos tenido al nacer, en la historia siempre ha habido personas que han sabido hacerle frente a las adversidades y han conseguido salir adelante a pesar de unas condiciones de partida poco favorables, y por el contrario, podemos encontrar historias de personas con condiciones aparentemente favorables, que no han sabido aprovecharlas…

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