NO intentes gustar a todo el mundo: es un error

Aunque parezca una obviedad, en realidad es un tema que muchas veces es necesario reflexionar. Porque si somos sinceros, a todos nos gustaría poder gustar a todo el mundo. ¿Quien preferiría caer mal a los demás? Puedes ponerte una coraza más o menos gruesa y hacer como que no te importa, quizá hasta te lo crees, pero realmente no nos gusta a nadie. Es normal… El problema viene cuando intentando hacer malabarismos para agradar o contentar a todos, al final, acabas pagando un precio demasiado alto. Y además sin conseguir tu objetivo, claro. Vamos a verlo. 

Lo que decíamos; que realmente a todos, y a mí el primero, nos gustaría gustar a todo el mundo. Sería fantástico, generar simpatía y admiración allá donde fuéramos, con todo tipo de personas y en cualquier situación. Pero eso es sencillamente imposible. El mundo es muy diverso y hay personas de todos los tipos; piensa por ejemplo en la gente que te rodea, con sus diferentes valores, creencias, gustos… y eso que esa gente de la que te rodeas seguramente ya compartirá contigo cierta forma de ver la vida. 

La cosa es que eso de intentar evitar el rechazo lo llevamos grabado muy a fuego en nuestro ADN; los seres humanos somos seres sociales. Vivimos y nos hemos desarrollado gracias a pertenecer a un grupo y a la cooperación con nuestros iguales. En la antigüedad, la pertenencia a un grupo podía significar la diferencia entre vida o la muerte. Si en medio de la selva tu grupo de iguales te rechazaban, estabas vendido y a merced de otros grupos o clanes que probablemente no te tendrían mucha simpatía. En aquellos momentos, ser aceptado por el grupo era vital. Gracias a esa unión al grupo y a la colaboración, entre todos hemos llegado donde estamos hoy en día. 

Podemos pensar que hemos cambiado mucho, pero aquel miedo al rechazo que podían sentir nuestros antepasados de las cavernas sigue presente dentro de nosotros; cuando sentimos la amenaza de no agradar a alguien, de que nos rechacen, empiezan a invadirnos toda clase de pensamientos negativos: ”quizá me estoy equivocando”, “no tendría que ser así”, “me voy a quedar solo”, “nunca nadie me va a querer”, o, ”tengo que hacer lo posible para que esa persona no me rechace”. Esos pensamientos nos hacen sentir fatal, nos ponemos nerviosos, tristes, somos pesimistas y catastrofistas, y esas emociones negativas nos llevaban a comportarnos de una manera que, quizá es la que otros esperan, pero no es la que nosotros desearíamos. 

Cuando estamos demasiado centrados en agradar a los demás encontramos, por ejemplo, que nos cuesta mucho decir que no; tenemos miedo a que la otra persona no se tome bien ese “no” y que se enfade con nosotros. Y probablemente no nos falte razón: por lo general a nadie le gusta recibir un “no” por respuesta. Y muchos no dudan en mostrar su enfado ante el “no” de alguien. Por eso evitamos decir que no. 

Cuando el tema es muy gordo y no podemos evitar decir que “no”, entonces nos justificamos hasta el infinito y más allá: ”lo siento, no puedo quedar esta noche, pero es que verás, mi tía está ingresada y claro, como mi hermano está estudiando fuera, no sé qué, no sé cuántos, no sé menos…” Y así un buen rato. Realmente no estamos justificándonos, sino que estamos pidiendo permiso a posteriori por haber dicho que no. Si la persona acepta esas justificaciones como válidas, sentimos que nos ha dado permiso indirectamente para haberle dicho que no y entonces baja nuestro nivel de angustia. Si no, nos sentimos fatal. Porque no nos reconocen el derecho a decir que no. 

Así, por miedo al rechazo acabamos aceptando cosas que no nos gustan, planes que no nos convencen o formas de ser tratados que no nos merecemos. Ocultamos nuestros valores o nuestra forma de ver la vida por temor a espantar a los demás, llegando a creer incluso, que estamos equivocados. 

Todo esto nos hace malgastar un montón de tiempo y un montón de energía en perseguir un imposible: agradar a todos. Persiguiendo ese imposible acabamos renunciando a nuestras preferencias y deseos, o al menos, a ocultarlos ante los demás porque sentimos que no podemos ser aceptados tal y como somos. Y en parte es verdad, ¡hay personas que no te van a aceptar por tu forma de ser, por tus valores o por no aceptar lo que ellos esperan que hagas! Pero ocultar quién eres en verdad te puede llevar a sentirte como un farsante, y no es nada agradable vivir con esa sensación…

¿Y sabes lo peor? Que si te dejas llevar, puedes acabar convirtiéndote en un imán para personas que no dudan en abusar de los demás, personas de esas que les das la mano y te cogen el brazo. Son personas que, de manera consciente o inconsciente se dan cuenta de que quieres agradar, de que siempre estás disponible, y no dudan en aprovecharse de ti. Suena feo, pero es así. Se aprovechan de tu necesidad de agradar. Si tu única motivación es evitar el enfado de los demás, ten en cuenta que hay cosas peores que el enfado ajeno: puedes acabar siendo un esclavo de esa necesidad de agradar y llegar incluso a olvidarte de quién eres o qué necesitas. 

Pero bueno, llegados a este punto, ¿qué puedes hacer? Lo primero será aceptar que no puedes gustar o agradar a todo el mundo. Aceptar que no te gusta no agradar, pero que esto no puede condicionar tu vida. Aceptar que hay personas que te van a rechazar si te muestras como eres, pero que es peor no mostrarte así. Aceptar que si pones límites a los demás, probablemente se molesten. No existe una fórmula mágica para poner límites a los demás y que encima les parezca bien. Todo en la vida tiene consecuencias. 

¡¡Pero cuidado!! renunciar a agradar a todo el mundo no significa que tengas que convertirte en una persona estúpida y desagradable, incapaz de hacer un favor a nadie, inflexible, que siempre dice lo primero que le pasa por la cabeza sin tener en cuenta los sentimientos de los demás. No nos vayamos al otro extremo!! 

Más que querer gustar a todos, lo ideal es aprender a ser flexible, tener capacidad para ceder, pero no tanto por miedo al rechazo, sino porque entiendes que a veces cedes tú y otras veces ceden los demás, porque todos nos necesitamos los unos a los otros. Habrá veces que puedas ceder y otras en las que no. Pero el motor de tus decisiones no debería ser el evitar el rechazo a toda costa. Porque no te conviene, y porque por mucho que te empeñes, tampoco lo vas a conseguir. 

A la venta en todas las libreras nuestros libros "Niños sin etiquetas" e "Hijos y padres felices"".
En "Niños sin etiquetas" (Ed. Paidós, 2020) hacemos un recorrido por las etiquetas que más habitualmente se utilizan para calificar a los niños: consentidos, malcriados, caprichosos, mentirosos, desobedientes, tiranos, dependientes, mal comedores… Y damos algunas ideas, consejos y múltiples ejemplos para para educarlos evitando caer en ellas.
"Hijos y padres felices" (Ed. Kailas, 2017) es nuestro libro sobre crianza centrado en la etapa 0 a 3 años: apego, lactancia, alimentación, sueño y colecho, rabietas, límites, premios y castigos, movimiento libre, retirada del pañal… Aquí abordamos gran parte de lo que ocurre durante los primeros años de vida de los niños. 
Niños sin etiquetas alberto soler concepción roger
Y si os interesan los temas relacionados con la crianza y la educación, podéis acceder ya a nuestros cursos en la Escuela Bitácoras, “El sueño en la infancia”, “Rabietas y límites desde el respeto” y “Cómo fomentar la autonoma”. Cada uno de ellos con más de tres horas de contenido. Son cursos que puedes hacer a tu ritmo, viendo cada lección tantas veces necesites, e incluso descargando en mp3 el audio para escucharlo dónde y como quieras. ¡Y si utilizas el código ALBERTOSOLER tendrás un 10% de descuento!
Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
Tags: No tags

Responder

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.