Un error muy frecuente al poner límites a los niños

El tema de los límites en la infancia preocupa mucho a las familias y, en ocasiones, encontrar el equilibro adecuado parece complicado. Los adultos, a veces, le damos un enfoque a todo este tema de normas, límites, premios y castigos que quizá no nos ayuda y nos trae más problemas que otra cosa. Vamos a ver un error muy frecuente a la hora de poner límites a los niños y cómo evitarlo.

Los límites son un tema sobre el que nos preguntáis mucho y siempre genera dudas; tenemos varios vídeos sobre este tema, lo tratamos con detalle en nuestros dos libros, hacemos talleres sobre esto… y siempre surgen un montón de dudas. Y, como os decía, muchas de las dudas y los problemas surgen de un enfoque por parte de los adultos que, quizá, no es el mejor. 

En los talleres en los que hablo sobre este tema suelo mostrar esta imagen, y pregunto cómo podríamos decir que “no” a un niño, por ejemplo, si nos pide algo que no queremos comprarle en la cola del súper:

 

Las respuestas para poner límites a los niños que se suelen dar son buenísimas, y muestran que quienes asisten a este tipo de talleres leen mucho sobre el tema y “se lo curran” un montón: hablan de dar alternativas, de posponer gratificaciones, de negociar, dialogar, distraer… Pero por lo general suele pasarse por alto la respuesta más obvia: simplemente decir que no. De manera calmada y respetuosa, por supuesto, pero a veces toca decir que no. Esas respuestas son geniales, están muy bien, pero realmente no están dirigidas a poner un límite, sino a poner un límite y que encima al niño le parezca bien y nos dé las gracias. Y eso no va a pasar.

Antes no había tanta preocupación por cómo poner las normas o cómo fijar límites, porque tampoco nos cuestionábamos tanto las cosas relacionadas con la crianza. No es que se hicieran “arreu”, como decimos en Valencia, pero tampoco había ningún problema en ser autoritario, de hecho, estaba bien visto “llevar a los niños así de rectos”. 

Pero ahora las cosas son diferentes; las familias no quieren caer en ese “ordeno y mando”, pero tampoco vivir en una anarquía total que pueda perjudicar a sus hijos. Y de intentar buscar un equilibrio viene todo este lío. Porque, parece que no, pero sigue costando ser firmes a la vez que afectuosos.

Creemos que existe una especie de fórmula mágica que, si conseguimos decirla de la manera correcta, lograremos poner los límites y éstos serán aceptados e incluso agradecidos. Y no, todo no puede ser. La cosa es que en base a esto se venden libros, cursos, talleres… por ejemplo los nuestros, pero nosotros no lo escondemos, desde el primer momento ya os decimos que esa fórmula mágica no existe. Pero es que a veces incluso las familias llegan a utilizar un lenguaje bastante artificial y poco natural al dirigirse a sus hijos, con el objetivo de conseguir enunciar de manera justa esa fórmula: “no digas «pero», mejor di «y»”, “describe lo que ves, no juzgues”, etc. Lo que hay detrás puede tener mucho sentido, pero de ahí a tener la fórmula mágica hay un mundo. 

Y aquí viene algo que para mí es clave: los niños son niños, tienen valores y preferencias distintas a las de los adultos, y está bien que sea así. A la hora de poner un límite no hay que pretender que lo vean como nosotros y además nos den las gracias por limitarles, porque lo que ellos piensan y sienten es otra cosa. Podemos razonar o explicar, pero pretender convencerles o incluso imponerles pensar y sentir como los adultos que no son, es poco empático y Adultocentrista. Los niños son niños, y por su propia naturaleza quieren hacer cosas que en ocasiones a los adultos no nos parecen bien. No podemos esperar que a ellos tampoco les parezcan bien, y muchas veces tampoco que entiendan y compartan por qué se lo impedimos. Deben aceptarlo, pero no tienen por qué compartirlo. 

Hay familias que insisten, insisten e insisten en explicaciones esperando que sus hijos hagan suyos sus motivos. “¿Pero cómo puedes decir que te gustan las chucherías, con lo malas que son? Además, las cosas tan dulces están asquerosas” Al final lo que ocurre es que muchos niños sienten que hacen algo mal porque les gusten los dulces o ver la tele, por dar dos ejemplos clásicos, y acaban por decir lo que sus padres quieren oír. Recordemos que uno de los principales objetivos de los peques es agradar a sus padres. 

Pero esto, que aparentemente puede ser un “final feliz” acaba siendo un problema en no pocas ocasiones. Hay niños que sienten que la forma para que sus padres les acepten es negar sus impulsos y deseos, mentirles y mostrarse excesivamente complacientes por miedo a su rechazo o desaprobación, llegando a negar su propia naturaleza. Por lo general, a la mayoría de peques les gustan los dulces, la comida basura, las pantallas, los juguetes… es normal que sea así. De hecho, a los adultos nos pasa igual. 

Por esto debemos poner límites a los niños de forma clara y con las explicaciones justas. No digo sin explicaciones, pero con las justas. Porque a veces lo que ocurre es que detrás de tanta explicación se esconde, por parte de la familia, un miedo a poner el límite, una falta de seguridad: parece que quieran convencer a sus hijos para que sean ellos quienes se pongan el límite ellos solitos, y así a ellos no les tocaría hacer de “poli malo”. Pues lo siento mucho, pero esta es parte de nuestra tarea de adultos. Decir que no a cosas que a tus hijos les gusta, no suele ser agradable para nadie. Pero escurrir el bulto y pretender que sean ellos los que hagan esta función no es justo. Ellos no pueden. Tenemos que hacerlo nosotros.

Veamos algún ejemplo: no vamos a dar mil explicaciones para no comprar chuches y, además, añadir que “son asquerosas”. Podemos decir: “ya, a mí también me gustan mucho las chuches, pero en casa no compramos. Ya sabes que es algo para cumples y días especiales, y hoy no es uno de esos días”. Y punto. O con las pantallas: “A mí también me gusta mucho a veces jugar con la consola o el móvil, pero a) hoy no es fin de semana b) eso es para mayores c) ya has superado el tiempo que tenías” o lo que sea. Y ya está. No hace falta darle mil vueltas al tema o tratar de convencerles. Nuestra tarea es ponerles el límite y la suya es ponernos mala cara. Lo siento. Es así. No hace falta enfadarse, pero tampoco podemos pretender que nos lo agradezcan. 

En fin, pues eso, que lo de la firmeza y el cariño a veces es complicado, y podemos caer fácilmente en algunos recursos que pensamos que nos facilitan la tarea de poner límites a los niños, pero realmente nos la están complicando más que otra cosa. 

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"Hijos y padres felices" (Ed. Kailas, 2017) es nuestro libro sobre crianza centrado en la etapa 0 a 3 años: apego, lactancia, alimentación, sueño y colecho, rabietas, límites, premios y castigos, movimiento libre, retirada del pañal… Aquí abordamos gran parte de lo que ocurre durante los primeros años de vida de los niños. 
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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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