A las inyecciones, a ir al dentista, la oscuridad, los monstruos…. Todos los niños tienen miedos, y algunos son tan grandes que se pueden llegar a convertir en una fobia. ¿Qué podemos hacer desde casa para ayudarles en estas situaciones y que puedan superarlos? Empezaremos el vídeo dando algunas recomendaciones para hablar del tema con nuestro peque, veremos la diferencia entre miedos evolutivos y fobias, os contaré qué hacemos los psicólogos en estos casos y veremos trucos específicos para ayudarle en casa a enfrentarse a diferentes miedos. Veamos.
Quizá el miedo sea a la oscuridad, o tal vez a ir al colegio, a las avispas, a los perros o a los petardos. En todos estos casos la forma de proceder es bastante similar, aunque puede haber diferencias en función del miedo concreto que experimente el niño.
Validar las emociones
En primer lugar, debemos evitar pronunciar la frase prohibida: ”Va, no digas tonterías, ¿cómo vas a tener miedo a eso?” El miedo no es una muestra de debilidad, no es un defecto a corregir, no es un problema, no es nada de lo que avergonzarse. El miedo es, simplemente, una emoción. Y como tal, debemos validarla, esto es, transmitir a nuestros hijos que las aceptamos y que tiene sentido sentir lo que están sienten en ese momento determinado.
Para poder validar esa emoción de miedo debemos esforzarnos por acompañar, “estar ahí” mientras se expresa esa emoción, sin juzgarla, sin minimizarla, sin ridiculizar, pero tampoco sobreactuando.
Hablar del miedo
En vez de tratar de reprimir ese miedo tenemos que ayudarles a que hablen de él, mostrarles nuestro interés y ayudarles a poner en palabras ese miedo, algo que en ocasiones les puede resultar complicado. Para ello es útil hacerles preguntas, pero es importante tener en cuenta que preguntar para mostrar interés no es lo mismo que someterles a un interrogatorio. Entendamos esa conversación acerca del miedo como la exploración de un lugar desconocido, en la que no debemos tomar de la mano al niño e ir mostrándole precipitadamente todos los sitios, sino permitirle que los vaya descubriendo él por sí mismo, acompañado por nosotros: “¿qué hace que la oscuridad te de miedo?”, ”¿y cómo es eso que te imaginas?”, “¿ah, sí?, ¡cuéntame más!”
Dar un buen modelo
En ocasiones, ante ciertos miedos como a los animales, insectos, fenómenos meteorológicos o incluso la oscuridad o los monstruos, una estrategia que suele ser útil es la del modelado: mostrar a nuestro hijo un modelo de afrontamiento positivo, en el cual le enseñamos que es posible enfrentarse a ese miedo sin que ocurran las consecuencias negativas que quizá él está anticipando, con calma, tranquilidad, y de manera progresiva. Si ve que nosotros, ante esas situaciones, perdemos el control, le estamos enseñando el modelo opuesto: a entrar en pánico ante el estímulo temido, justificando así su miedo.
¿Afrontar o evitar el miedo?
Hay situaciones en las que vamos a tener que elegir entre facilitar la evitación del estímulo temido o animar a nuestro hijo a que le haga frente. Como regla general es buena idea ayudar a que el niño se habitúe poco a poco al estímulo temido, que no lo evite, ya que de esa manera se incrementa la probabilidad de que acabe desarrollando una fobia. Pero tampoco conviene precipitar ese afrontamiento si el niño no está preparado, ya que entonces el efecto puede ser el contrario al que esperamos.
Mientras que los miedos evolutivos tienden a desaparecer por sí solos con el tiempo, en el caso de las fobias ocurre lo contrario, y es que con el tiempo, si no se afrontan, tienden a crofinicarse (o, en el peor de los casos, a generalizarse a más situaciones y estímulos). De manera muy resumida podríamos decir que el tratamiento de las fobias se va a basar siempre en la exposición al estímulo temido, pero bajo unas condiciones controladas, en un entorno seguro, y tras el aprendizaje de diversas estrategias a nivel cognitivo, fisiológico y motor, que permitan hacer frente al miedo de manera exitosa.
Hay dos grandes formas de exponerse a los miedos: de manera progresiva o de golpe, pero si tenemos en cuenta el nivel de malestar que genera la exposición abrupta, hace que esta aproximación no sea recomendable en la inmensa mayoría de los casos, por lo que habitualmente se suelen diseñar los programas de intervención desde la perspectiva de la exposición gradual.
En función del tipo específico de miedo, el profesional, junto con el paciente (y, cuando es necesario, también la familia), diseñan un plan de intervención individualizado. Habitualmente se suele realizar una gradación de estímulos, descomponiendo el estímulo fóbico en diferentes componentes, ordenados de menor a mayor temor, para poderles hacer frente de manera progresiva, ya que no es lo mismo tolerar la visión de un perro a 10 metros que permitirle que te mordisquee la mano mientras juegas con él. No es lo mismo estar con el bañador puesto mientras ves a la gente darse un chapuzón, que lanzarte a la piscina de cabeza. Pero siempre, en todo caso, el tratamiento no puede llegar a su fin sin que haya un afrontamiento directo del miedo en ausencia de la respuesta de escape o evitación, y con un nivel tolerable de ansiedad.
No obstante, en el caso de los miedos evolutivos, aunque no sea necesario un abordaje profesional en la mayoría de los casos, sí podemos inspirarnos en las pautas generales de actuación ante las fobias para poder acompañar a los pequeños en la superación de sus miedos. En este sentido, entendiendo que una parte esencial es la exposición, podemos idear técnicas y recursos que les faciliten hacer frente de manera gradual a su miedo.
Miedo a la oscuridad
Por ejemplo, ante el miedo a la oscuridad podemos emplear una luz de noche para evitar que toda la habitación esté en penumbra y acompañarle durante el inicio de la noche hasta la consolidación del sueño. Conforme crezca y se vaya sintiendo más seguro, de manera progresiva podremos ir retirando esos apoyos, pero sin precipitarnos ni forzar.
Miedo a los médicos, inyecciones o dentistas
Ante otros miedos como a los médicos, las inyecciones, los dentistas, etc. podemos igualmente hacer pequeñas exposiciones domésticas para ensayar cómo será el momento de la prueba; jugaremos a los médicos, le tumbaremos en el sofá, le auscultaremos… con un poco de imaginación podemos replicar una visita al pediatra en el salón de casa. Sabiendo qué es lo que va a suceder, ayudamos a que su ansiedad disminuya. Ante la visita al dentista podemos hacer lo mismo; incluso venden kits caseros de exploración dental con herramientas muy similares a las que emplean los dentistas. El hecho de ver, tocar y manipular herramientas similares a las que se utilizarán en la situación real, ayuda a disminuir la ansiedad. En este caso concreto lo que suele producir más ansiedad es “la fresa”, ese pequeño taladro que gira a gran velocidad y produce un estruendo enorme al resonar dentro de la cabeza. Una forma de imitar esa sensación es mediante un cepillo de dientes eléctrico, haciendo que la parte dura del mismo (no las cedras) toquen los dientes.
Para otro miedo habitual a estas edades, como el miedo a las agujas e inyecciones, con una goma elástica, un algodón y un poco de alcohol podemos replicar con mucho realismo la sensación previa al pinchazo, e incluso con una jeringuilla sin punta simular la extracción o inyección.
Miedo a los monstruos o seres imaginarios
Si el pequeño tiene miedo a los monstruos u otros seres imaginarios podemos, por ejemplo, crear un “spray anti monstruos” con una pequeña botellita con vaporizador, rellenarla con agua (e, incluso, añadir unas gotitas de colorante alimentario), decorarla, y animarle a emplearla cuando tenga miedo de un monstruo, acompañándose de un rimbombante “conjuro” verbal. En muchas ocasiones, bastará con tenerla debajo de la almohada para que se sienta seguro y duerma tranquilo toda la noche.
Como veis hay mucho que podéis hacer en casa para ayudar a vuestras criaturas a hacer frente a sus miedos. ¡Espero que os hayan servido estos trucos!