El papel de la culpa: cómo manejar adecuadamente esta emoción

El tema de la culpa es complicado porque tiene muchas aristas. Tradicionalmente se ha utilizado la culpa, junto con el miedo, como una herramienta para controlar la conducta y la voluntad de las personas. Por eso cada vez se habla más de la culpa como una emoción indeseable, que no deberíamos sentir. Pero, ¿realmente es así?, ¿o quizá la culpa no es tan mala como la pintan? Vamos a verlo.

¿Qué es la culpa?

Empecemos por el principio, ¿qué es la culpa? Entendemos la culpa como un estado emocional desagradable que se origina cuando nuestras acciones han entrado en conflicto con nuestros valores o nuestros pensamiento. Esto es, cuando hemos hecho algo que creemos que no deberíamos haber hecho.

La culpa es una emoción secundaria; esto quiere decir que es una emoción, pero no de las básicas como la alegría, el enfado, el miedo, la tristeza o el asco. Las emociones básicas, las compartimos con otros animales (superiores) y se originan en el sistema límbico del cerebro. Ya están presentes en el momento del nacimiento y no requieren un procesamiento consciente.

Sin embargo, las emociones secundarias, requieren de cierta madurez cognitiva y están muy influidas por la socialización. Además de la culpa, en este grupo encontramos también los celos, la envidia, el aburrimiento o la vergüenza, de la que luego hablaremos. Estas emociones no aparecen hasta los dos o tres años.

¿Por qué nos sentimos culpables?

Pero volvamos a la culpa… ¿Por qué nos sentimos culpables? Pues, como hemos dicho, por haber actuado de una manera que va en contra de nuestros principios. Pero aquí empieza a complicarse el tema. La culpa puede venir de dentro o de fuera, cuando otras personas pretenden hacernos sentir culpables por haber hecho o por no haber hecho algo. Y no es lo mismo. Veamos dos ejemplos.

Imaginemos que discutes con tu pareja, o con un amigo, y en esa discusión le insultas y le haces comentarios hirientes. Poco después te sientes culpable por haberle tratado así. Ahí la culpa es positiva, ya que te alerta de una violación de tus principios, te dice: “oye, eso que has hecho está fatal. Y lo sabes. Así que corre y discúlpate, que vaya tela lo mal que lo has hecho”. La culpa aparece porque te importan los demás, es ese piloto rojo que te alerta de que algo no va bien, y te lleva a reparar el daño cometido. Bienvenida sea ahí la culpa. No tenerla sería un problema. ¿Quiénes no la tienen? Por ejemplo, los psicópatas.

Pero veamos ahora otro ejemplo: una madre reciente que decide quedar con sus amigas para tomar un café. Pero no es capaz de disfrutarlo porque se siente culpable por haber dejado al bebé con su padre. Cree que es la peor madre del mundo, que debería estar en casa con su hijo y no por ahí con sus amigas. Esa culpa no está justificada, viene desde fuera, desde el constructo social de “qué es una buena madre”, “cómo debe comportarse”, o incluso puede que venga de su pareja, que considere inapropiada esa conducta. En este caso no hay nada de lo que sentirse culpable, no se está dañando a nadie, no se está violando ningún principio ético o moral, y es ese tipo de culpa a la que frecuentemente se nos anima a rechazar. Y con razón.

La culpa como emoción útil

Pero como vemos no toda la culpa es externa o injustificada; la culpa es, en ocasiones, una emoción útil que nos indica que hemos actuado en contra de nuestros principios y evita que más adelante los violemos de nuevo. De hecho, como veíamos, es una señal de salud mental. Los psicópatas y los corruptos, por poner dos ejemplos, no sienten esa culpa. Por eso, siguen delinquiendo y dañando a los demás. No tienen ese freno interno que es la culpa. Quizá sienten otra cosa distinta, que es la vergüenza. Pero no culpa.

Pensemos en un ejemplo reciente. Seguro que recordáis hace pocas semanas, cuando comenzaron las vacunaciones frente al covid, como algunos políticos se vacunaron de manera irregular., Incluso alguno de ellos dimitió. ¿Por qué? Por presión, por supuesto, pero también por vergüenza. No por la culpa. Por vergüenza. La vergüenza es lo que aparece cuando te pillan: cuando se ha hecho público que has actuado mal, pero si nadie te descubre, esa emoción no aparece. La culpa es un evento emocional privado, no necesitas que nadie te diga que has actuado mal para sentirte mal.

Vivimos en un momento en el que se rechaza toda culpa, como si la culpa en sí misma fuera mala, y no es así. O al menos no lo es siempre. La culpa es una emoción útil y una señal de salud mental. No podemos aplicar a todas las situaciones el comodín de “rechazar la culpa” o de “no te sientas culpable, sino responsabilízate”.

Sí, hay veces que debemos sentirnos culpables. Por eso mismo es importante recordar que la culpa también tiene un papel en la educación de los hijos, al menos como el resto de emociones. Igual que decimos que la alegría, el miedo o la vergüenza son emociones válidas y que debemos aceptarlas, lo mismo se aplica a la culpa, al menos cuando se origina ante situaciones en las que no hemos actuado bien. Si tu hijo pega a un amigo, es bueno que se sienta culpable. Si roba, también. No que sienta solamente vergüenza si le pillan. La culpa es lo que le evita volver a actuar de ese modo. ¿O queréis que vuestros hijos se sientan indiferentes ante este tipo de acciones? No, ¿verdad?

Pues eso, que no rechacemos de plano la culpa, analicémosla y pensemos de dónde sale y por qué está presente. De esa reflexión surgirá información interesante, como si esa culpa es adecuada o excesiva, o si debemos hacer algo para reparar el daño que hemos hecho.

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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