Esta duda es un clásico de la maternidad, la paternidad y la crianza. ¿Cómo gestionar los conflictos entre niños pequeños cuando están compitiendo por un recurso limitado? O, dicho de otro modo: ¿le hago bajar del columpio si se quiere subir otro niño?, ¿qué pasa si su prima no comparte los juguetes con ella? A este tipo de dudas vamos a intentar dar respuesta. Veamos.
A ver, ya os adelanto que leyes universales y fórmulas mágicas pocas. Pero empecemos por el principio: ¿vosotros compartís vuestras cosas con los demás?, ¿cedéis vuestro lugar en la cola del supermercado a otras personas? Imagino que sí, la mayoría lo hacemos. Pero con matices.
¿Compartir qué? Si hablamos de compartir una bolsa de patatas fritas, probablemente sí. Si hablamos de compartir nuestro teléfono o nuestro coche, quizá ya no tanto.
¿Y con quien compartís? Si hablamos de compartir con nuestra pareja, hermano o mejor amigo, es probable. Si es con un perfecto desconocido o alguien que no nos inspira demasiada confianza, ya es menos probable.
La cola del supermercado: pues en función de la prisa que tengamos, de los objetos que lleve esa persona, los que llevemos nosotros, de la persona que nos lo pida… en función de todo eso nuestra repuesta irá desde ofrecer nuestro turno a una ancianita hasta negarnos a dejarle pasar si es una persona maleducada que se está colando con todo el morro.
En resumen: las personas adultas compartimos, claro. Pero compartimos lo que queremos, con quien queremos y cuando queremos. Y, oh sorpresa, lo mismo ocurre con los niños pequeños. Pero en ese caso ya no nos parece tan bien y esperamos más de ellos que lo que nos exigimos a nosotros mismos.
Visto esto, vamos con los matices, que no son pocos. Cuando hablamos de compartir, un concepto que va de la mano pero al que no prestamos tanta atención es al del respeto: respeto por la propiedad, por la prioridad de uso, por el turno, etc. ¿Que es importante “enseñar” a compartir? Sí, claro. Pero también a respetar al otro y sus preferencias.
Pensemos en dos hermanos: uno está jugando con su coche rojo, y llega el otro y quiere jugar con él. Tenemos dos opciones: a) que quien esté jugando con el coche rojo se lo deje a su hermano, o b) que su hermano aprenda a respetar que el otro estaba primero jugando y espere a que acabe para poder utilizarlo él. ¿Qué pasa si elegimos la opción A? Puede que nada, pero también puede que al cabo de poco tiempo, quien estaba con el coche rojo tenga ahora uno verde, y entonces su hermano también lo quiera. ¿Qué hacemos entonces? Puede ser la historia de no acabar. Por eso suelo recomendar mucho más la opción b, aprender a respetar el turno y la propiedad.
Aunque como casi siempre, también aquí hay matices. Cuando os he hablado de dos hermanos probablemente habréis pensado en dos con edades similares, pero ¿qué sucede si uno tiene 7 años y el otro 2? Claramente no es lo mismo lo que podemos pedir al de 7, con muchos más recursos para distraerse y capacidad para tolerar la frustración, que al de dos que no sabe casi ni cómo se llama. Y claro, estamos hablando de hermanos, pero ¿sería lo mismo si fueran primos?, ¿primos que casi ni se conocen?, ¿mejores amigos?, ¿los hijos de unos amigos de sus padres?, ¿desconocidos en el parque? Pues eso, que hay tantos matices que establecer una ley universal es imposible.
Otro factor a considerar es el de justicia, en el sentido de que siempre habrá niños más perseverantes o insistentes y otros más flexibles o sumisos. Para los adultos puede ser tentador pedirle al que siempre cede que ceda una vez más. El conflicto se resuelve con mayor rapidez y menos dolor (al menos aparentemente). Pero claro, tampoco es justo que siempre tenga que ceder el mismo. El mensaje que le transmitimos tanto a uno como otro no es muy educativo: lo que le llega al que más insiste es que si insiste lo suficiente, puede salirse con la suya. Y lo que le llega al otro es que para recibir nuestra aprobación tiene que ser sumiso y renunciar a lo suyo. No queremos transmitir esto, no?
¿Pero sabéis también qué ocurre? Que muchas veces realmente no estamos hablando de un conflicto entre compartir o no compartir entre peques, sino más bien de un tema entre personas adultas: ¿qué van a pensar DE MI si mi hijo hace esto?, ¿qué van a pensar de mí si mi hijo no quiere bajarse del columpio? Y lo digo, no porque tenga que darnos igual, que a mí tampoco me da igual lo que piensen de mí y de cómo educo a mis hijos, lo digo para que lo tengamos en cuenta y nos ayude a decidir.
A veces caemos en el absurdo de estar defendiendo las exigencias abusivas de un desconocido random y perjudicando a nuestra propia criatura. Y eso tampoco es…
Y otro apunte adicional: para fomentar su autonomía también es interesante permitirles negociar y resolver el conflicto por su cuenta, sin que tengamos que intervenir. Si vemos que la sangre va a llegar al río o que pasa el tiempo y no llegan a una solución les podemos ayudar, pero intentando “no hacerles los deberes”: mediante preguntas abiertas trataremos de que sean ellos quienes lleguen a una solución satisfactoria, y solo en caso de que así tampoco sea posible, se la daremos nosotros ya hecha.
Esto no tiene sentido con bebés de uno o dos años que tienen como único recurso el bocado y el manotazo, pero conforme van teniendo una mayor capacidad para negociar sí que es más interesante que lo resuelvan por sí mismos.¿A qué edad? Antes de los 4 o 5 años es difícil, aunque varía mucho de unos niños a otros y en todo caso es algo progresivo.
En fin, que como veis el tema de compartir no es tan sencillo porque hay muchos factores que influyen: nuestros propios valores, la edad de los peques, la relación entre ellos, su temperamento, el objeto del que se trate… Está bien que reflexionemos un poco sobre el tema, tener una idea de cómo queremos hacer las cosas, pero tener también la suficiente flexibilidad para adaptarnos a cada situación concreta.