Evitar los problemas: quizá no es una buena estrategia

En mayor o menor medida, casi todos tenemos el impulso de salir corriendo y evitar los problemas cuando se presentan. Más que nada porque es una estrategia muy satisfactoria a corto plazo. Basta con meter la cabeza debajo de tierra, hacer como que el problema no existe, y todo solucionado. Esto sería un planazo de no ser porque el problema sigue estando ahí, aunque nosotros ya no estamos para verlo. Hoy vamos a reflexionar sobre la evitación, vamos a verlo. 

¿Que he tenido un pequeño roce o problema con alguien del gimnasio? Me cambio de gimnasio. ¿Algún problema en el trabajo? Pues nada, me cambio de trabajo. ¿Problemas con los vecinos? Esto ya cuesta más, pero siempre me puedo cambiar de casa. ¿Problemas con la pareja? Solo tenemos una vida: mejor me separo. ¿Problemas el el parque con mi hija? No vuelvo a ese parque y arreglado. Podemos aplicar esta solución como forma de vida. Los ejemplos que he puesto pueden parecer un poco exagerados, pero os sorprendería lo mucho que las personas utilizamos y abusamos de esta estrategia…

Pero bueno a lo que iba, que en realidad todos tenemos ese impulso a evitar los problemas, unas personas más y otras menos, pero eso de meter la cabeza debajo de tierra o correr en dirección contraria como que nos tira. Pero por suerte también tenemos nuestra parte racional que evalúa los pros y los contras, que piensa en las consecuencias a más largo plazo y se encarga de que ese impulso no cuaje. Bueno, como decía al principio, este mecanismo no lo permite en algunos casos, porque también hay personas que hacen de la evitación su forma de vida. Y no exagero. Pero claro, estas personas que suelen evitar enfrentar los problemas luego tienen que lidiar con las consecuencias del abuso de esta estrategia de afrontamiento. 

Es lo que les ocurre, por ejemplo, a las personas que tienen un trastorno de la personalidad evitativa. Estas personas se caracterizan por un gran retraimiento e inhibición social que les lleva a encerrarse en sí mismos, evitando muchas de las interacciones que son normales y habituales para el resto de personas. ¿Por qué lo hacen? Por dos factores, fundamentalmente; el primero, por su gran sentimiento de incompetencia. Estas personas se ven a sí mismas como incompetentes, torpes y poco hábiles a muchos niveles, y se lo creen hasta el punto de evitar enfrentarse a las situaciones porque, “total, para meter la pata, pues mejor me quedo quietecito”. La incompetencia, entonces, es un factor, y el otro es la baja tolerancia a la evaluación negativa. Son tan sensibles a las críticas que no las soportan; una crítica o comentario negativo basta para que se desmoronen y, si esto lo juntamos con sus sentimientos de incompetencia, imaginad la combinación. Explosiva. Pues bien, estos factores les llevan a encerrarse en sí mismos y evitar muchísimas situaciones, cotidianas para los demás. 

Por ejemplo, evitan las actividades laborales que implican un contacto interpersonal significativo por miedo a la crítica, la desaprobación o el rechazo. Se muestran poco dispuestas a establecer relación con los demás, a no ser que estén seguras de que van a ser aceptadas. En las relaciones estrechas se muestran retraídas y poco participativas por miedo a que les avergüencen o critiquen. Les preocupa mucho ser criticadas o rechazadas en las relaciones sociales. En las situaciones nuevas se inhiben y se sienten muy cortadas debido a su sentimiento de falta de adaptación. Se ven como socialmente ineptas, con poco atractivo personal o inferiores al resto de la gente, y son sumamente reacias a asumir riesgos personales o implicarse en actividades nuevas por si lo pasan mal. 

Esta forma de ser, porque los trastornos de la personalidad son, por así decirlo, “formas de ser patológicas”, no se limitan a una situación; no es que el trabajo se les haga bola, o lo pasen mal con los amigos de cierto grupo o con las familias de los amigos del cole de los hijos. No. Les pasa en todos estos contextos. Y el problema es que esto es algo circular, porque, vamos a verlo desde fuera:

Los demás ven en estas personas a gente “peculiar”, que no se integra, que no participa, que ante el mínimo problema huye… ¿Y qué es lo que ocurre? Pues claro: profecía autocumplida!

Efectivamente estas personas son menos integradas y menos apreciadas precisamente por ese patrón de conducta. 

Además, y ahí está el problema clave de la evitación, el hecho de evitar situaciones conflictivas les impide desarrollar las habilidades necesarias para hacerles frente. Porque la vida es eso en muchas situaciones: ensayo y error. A base de exponernos a distintas situaciones y equivocarnos, meter la pata, cagarla, o como queramos llamarlo; gracias a eso, logramos aprender. 

Aprendemos a jugar al ajedrez después de muchas partidas y después de que nos hayan matado una y mil veces; aprendemos a cocinar después de haber preparado muchas comidas y quemado otras tantas. Aprendemos a nadar después de haber tragado mucha agua. Y aprendemos a relacionarnos con los demás después de haber metido muchas veces la pata y haber aprendido de ello. Que sí, que hay personas que de base pueden tener más facilidad, pero no dejan de ser una minoría. Bien por ellos, eso que se ganan. Pero la mayoría de nosotros aprendemos fundamentalmente a base de errores. Entonces, ¿qué ocurre si evitamos cometer errores…? Efectivamente! que nunca aprendemos! ¿ Y qué ocurre si evitamos las situaciones sociales comprometidas? Pues que nunca conseguiremos unas relaciones sociales satisfactorias. 

Y aquí hablamos de esas personas que evitan así a nivel general, dentro de ese patrón de personalidad evitativa. Pero la evitación también está presente y es un factor clave de muchos trastornos, especialmente trastornos de ansiedad. Por ejemplo, es un elemento muy característico de las fobias. Quien tiene fobia a los perros, a las alturas o a la escuela, ¿qué hace?, ¿qué le pide el cuerpo? Evitar esas situaciones para que no aparezca la ansiedad. ¿Y si se ve en medio de la situación sin haberlo previsto? Entonces escapa. La evitación juega un papel central en el mantenimiento de las fobias, hasta el punto en el que la exposición, o dicho de otra forma evitar la evitación, es la parte más importante del tratamiento. 

Y más allá de las fobias, lo mismo ocurre en otros trastornos de ansiedad: evitamos aquello que nos genera malestar, pero el problema es que al final la propia evitación acaba convirtiéndose en el principal problema. Y, a ver, que tampoco es que sea necesario ir a pecho descubierto por la vida enfrentándonos a todo lo que se nos ponga por delante sin pensarlo; a veces evitar puede estar bien, pero si pasarnos: es mejor reservarla para cuando efectivamente no tenemos los recursos suficientes para enfrentarnos a esa situación y tenemos todas las de perder. En ciertas ocasiones evitar puede estar bien, tampoco es necesario ser “el más valiente del cementerio”. Pero, y aquí esta la clave, si vemos que la evitación se convierte en nuestra forma de enfrentarnos a la vida por defecto, cuidado: quizá esa estrategia nos está trayendo más problemas de los que nos soluciona. Y, si no, al tiempo. 

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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