Mentiras compulsivas: mitomanía o pseudología fantástica

Todos mentimos a veces, pero lo que hacen estas personas está a otro nivel: mienten sin parar; enlazan unas mentiras con otras convirtiendo su vida en una completa falsedad. Magnifican cosas que han sucedido, inventan otras completamente de cero, deforman la realidad hasta hacerla irreconocible, todo ello, para obtener un beneficio: admiración, reconocimiento o evitar las consecuencias negativas de sus actos. Estas personas generan malestar y situaciones incómodas allá donde pasan, y no es extraño que sus relaciones sociales se resientan conforme se van descubriendo sus engaños. Hoy hablamos de los mentirosos compulsivos.

Mentir es una conducta bastante cotidiana y de hecho se puede llegar a considerar como una conducta adaptativa. House, el famoso médico de la serie de TV, hizo famosa su frase de que “todo el mundo miente”. Y realmente razón no le falta, porque la mayoría mentimos a diario, aunque sean pequeñas mentirijillas.

Pero una cosa son esas mentiras y otra muy distinta la mentira patológica, también llamada mitomanía o pseudología fantástica, que son los términos con los que se describe la conducta de mentir de manera compulsiva. En estos caso hablamos ya de un problema psicológico caracterizado por la constante fabricación de mentiras que son desproporcionadas respecto a las ventajas que se pueda llegar a obtener de ellas. La persona con mitomanía es como si fuera adicta a mentir; es consciente de sus mentiras, las emplea de manera instrumental para conseguir ciertos objetivos, pero la clave es que le cuesta no hacerlo. Cuando se ve en una situación incómoda, emplea la mentira casi como un resorte: ante un problema de trabajo, familiar, con los amigos o del tipo que sea, en vez de mostrar la realidad construye explicaciones de todo tipo.

Casos famosos de mentirosos compulsivos

Según el psiquiatra alemán Kurt Schneider, los mitómanos mostrarían una peligrosa mezcla de narcisismo e histrionismo. Como narcisistas son personas que necesitan sentirse grandiosas, y como histriónicas no saben vivir sin ser el centro de las miradas. Quizá os vienen a la cabeza algunos casos que han sido muy populares. Recientemente conocíamos el caso de Manuel Monteagudo, un gallego que dijo haber despertado de un coma tras 35 años y publicó un libro contándolo. Al poco tuvo que reconocer el engaño cuando todos los medios empezaban a sospechar ante sus incongruencias, por ejemplo, el haber tenido una hija cuando supuestamente estaba en coma. O Paco Sanz, el conocido como el hombre de los 2000 tumores. Fingió padecer una enfermedad letal y aseguraba que moriría si no recaudaba dinero para un costoso tratamiento. Después de haber estafado a miles de personas más de 200.000€, ha sido condenado a prisión. O el conocido como el Pequeño Nicolás, también condenado a prisión, en este caso por hacerse pasar por emisario del Rey y de la vicepresidenta del Gobierno. Mediante manipulación logró introducirse en círculos de poder, haber cobrado comisiones, recibido favores, y un largo etcétera que dapara varias películas. O Tania Head, presidenta de la asociación de víctimas del World Trade Center, que sufrió el atentado de las torres gemelas mientras trabajaba en las oficinas de Merrill Lynch, donde murió su prometido con el que iba a casarse días después. Con la salvedad que no se llamaba Tania Head, sino Alicia Esteve, de Barcelona, que no tenía pareja, y que no había estado en las torres gemelas el día del atentado…

Hay personas que se creen sus propias mentiras, pero este no suele ser el caso de los mentirosos compulsivos: son perfectamente conscientes de que están mintiendo, y emplean el engaño normalmente para obtener la admiración de los demás. Este tema, el de si son conscientes o no de sus mentiras, ha suscitado mucho debate en las últimas décadas, ya que el mentir de forma tan impulsiva podría llevar a pensar que lo hacen sin ser conscientes de ello, pero todo indica que su capacidad de juicio está preservada. Cuando se les confronta con la evidencia son capaces de reconoce sus mentiras, aunque es probable que antes de hacerlo inventen nuevas mentiras para tratar de salir del paso.

Una variante de la mitomanía es lo que se conoce como el síndrome de Münchausen: personas que fingen enfermedades con el propósito más o menos consciente de despertar compasión y preocupación en los profesionales sanitarios y, encontrar en ellos, la atención que a veces no encuentran en otros ámbitos.
Parece que hay ciertos patrones de personalidad que son más propensos a mostrar esta conducta de mentira compulsiva. Serían personas con mucha necesidad de valoración externa, como por ejemplo las personas histriónicas, narcisistas o con trastorno límite de la personalidad. Por otro lado, las personas sociópatas o con trastorno antisocial de la personalidad también mostrarían con mucha frecuencia esta mentira compulsiva pero por otros motivos: en este caso son personas carentes de empatía, de culpa, con gran autoestima y baja apreciación por los demás. Emplean la mentira de manera totalmente instrumental desde su percepción de superioridad respecto a los otros.
En los estudios que se han hecho con estos pacientes se llega a observar hasta en un 40% de los casos algún tipo de anormalidad en el sistema nervioso central: epilepsia, traumatismos craneoencefálicos previos, anormalidades en sus EEG, etc. Además, investigaciones recientes han encontrado hallazgos neurológicos, por ejemplo, que estos mentirosos compulsivos tienen una mayor proporción de sustancia blanca en la región prefrontal comparado con personas que no muestran esta mentira patológica.

Tratamiento de la mentira compulsiva

¿Y qué hay del tratamiento? Bueno, pues visto lo visto, como podéis imaginar, no es sencillo. La mentira patológica no es un trastorno en sí, sino que más bien es una característica que acompaña a otros trastornos, por ejemplo, de personalidad. En estos casos la terapia cognitivo conductual y terapias de tercera generación han mostrado ser eficaces, pero el tratamiento suele ser largo y complejo, siendo lo más complicado que el paciente reconozca que, efectivamente, tiene un problema y consecuentemente que quiera colaborar en su tratamiento.

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