Los parques infantiles no deberían existir | Vídeo

Los parques infantiles, entendiéndolos como un espacio aislado dentro del entorno urbano, no deberían existir. Los parques son un mal necesario que se deriva de una planificación urbana (y un estilo de vida) que ha dejado de lado las necesidades de los niños. Hoy vamos a verlo.

Muchos padres quieren que sus hijos se desarrollen y crezcan en un entorno lo más natural posible, controlando la exposición que tienen a las pantallas e intentando alejarles (al menos, durante el tiempo que sea posible) de ese contexto de consumo constante y generación de necesidades en el que vivimos, pero ¿qué alternativas reales tienen? Queremos que tengan contacto con el “mundo real”, con el campo, la naturaleza, los animales… Pero el entorno en el que viven gran parte de los niños no lo facilita. Como decía, ese entorno está caracterizado por una planificación urbana que les ha dejado de lado, una planificación urbana más centrada en los coches que en la libertad de movimientos y posibilidades de juego de los más pequeños. Por eso ahora son necesarios los parques: ¿qué hacemos después de clase?, ¿encerrar a los niños en casa? ¡Pero si ya han estado todo el día encerrados en clase! ¿Damos una vuelta por el campo o la playa? Imposible, no tenemos tiempo. ¿Una extraescolar? Ya hacen, y probablemente demasiadas. Al final, muchos padres acaban yendo casi por inercia a los parques, la única zona cercana donde un niño puede moverse con un mínimo de seguridad.

No es por ir de nostálgico, pero los que crecimos hace algunos años en entornos rurales, recordamos la experiencia de jugar en la calle, de poder pasear tranquilamente en bicicleta o estar jugando en la puerta de casa mientras los mayores estaban a la suya. Era una época en la que los parques infantiles, cuando existían, tenían poco que ver con los actuales, y eran más escasos, porque eran menos necesarios. Por no hablar de los parques de bolas, que directamente no existían.

Digo que los parques infantiles no deberían existir porque los niños merecen mucho más; deberían tener derecho a disfrutar de los espacios públicos más allá de unas pocas áreas valladas. A veces me recuerdan un poco a los pipicanes de los perros, zonas aisladas en las que, en ocasiones hacinados, comparten un rato de juego después del colegio. Los niños que viven en núcleos más pequeños no suelen necesitar tanto estas instalaciones porque pueden disfrutar más del pueblo en su totalidad. El pueblo es suyo, mientras que la ciudad (generalmente) es de los coches.

Y es que, además, estos espacios son aburridos hasta el infinito; se eligen o componen por catálogo en base a unos módulos prediseñados, se contratan y se instalan, ¡listo!. Sin duda, es algo muy cómodo para los ayuntamientos, ya que con poco esfuerzo resuelven un espacio público que, en muchos casos por ley, deben destinar a ese objetivo. ¿Pero cuál es una consecuencia de esta “producción en masa” de parques infantiles? Que muchos son prácticamente iguales (por no decir, directamente, idénticos). Así que no es raro encontrar varios parques prácticamente iguales dentro de una misma ciudad o en varios pueblos cercanos. Además, son espacios tan estructurados y con una función tan limitada para sus elementos que dejan muy poco espacio para la imaginación o la creatividad: ¿que quieres columpiarte? El columpio. ¿Quieres deslizarte? El tobogán. Y se han hecho tan seguros, tan seguros, que al final se aburren allí hasta los propios niños.

Al final, tenemos poco tiempo para estar con nuestros hijos, y el poco que tenemos no sabemos muy bien qué hacer con ellos, entre otras cosas porque parece que nos da miedo que “pierdan el tiempo”, que se aburran, que se hagan daño… Y resulta que precisamente eso que vemos como perder el tiempo, aburrirse o incluso hacerse daño (sin pasarse, claro) es lo que ellos de verdad necesitan.

Así, poco a poco, en parte por nuestros miedos y en parte por las limitaciones de horarios y espacios, el tiempo de los niños cada vez está más estructurado. Desde que se levantan hasta que se acuestan tienen actividades programadas, adultos controlando, y poco tiempo y espacio para sentirse y moverse libremente. ¿Y si en vez de eso, les dejamos un poco más a la suya y les permitimos arriesgarse un poco más?

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

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