Todo mal: personas que lo ven todo negro

No descubro América cuando digo que hay personas optimistas y personas pesimistas; que, a ver, nunca nadie es siempre optimista o siempre pesimista, pero todos tenemos cierta tendencia. Hay personas que suelen ver la vida de una forma más amable, el futuro más esperanzador, las intenciones de los demás como más honestas y así con todo. Y, por el contrario, están quienes ven la vida de una forma más negativa, el futuro más negro, las intenciones de los otros más deshonestas… vamos, todo mal. ¿De qué depende que veamos el mundo de una forma u otra? Vamos a verlo. 

Una primera pregunta que nos puede surgir es, ¿la persona negativa nace o se hace? La respuesta no es sencilla pero, un resumen podría ser que hay una influencia genética de base, y también una influencia del entorno, de nuestra historia de vida: como hemos sido educados, las cosas que hemos vivido, etc. 

Hay trastornos psicológicos, cada uno con mayor o menor heredabilidad, que llevan de la mano esa forma más negativa de percibir la realidad. Quizá el ejemplo más conocido sería la depresión y otros trastornos similares como la distimia, trastorno adaptativo depresivo y otros que tienen como característica central un bajo estado de ánimo. Ya en los años 70 del siglo pasado, Aaron Beck, el padre de la terapia cognitiva, identificó que las personas deprimidas cumplían lo que denominó la “triada cognitiva”, tres características del pensamiento cuya base es el negativismo. Esos tres componentes serían la visión negativa del mundo, de uno mismo, y del futuro. Con mayor o menor intensidad, las personas con depresión y trastornos relacionados ven el mundo como un lugar hostil, feo, depresivo, en el que no merece la pena vivir. Ven el futuro sombrío, lleno de problemas y amenazas, y se ven a sí mismas como carentes de interés o atractivo, incapaces de hacer frente a los problemas de la vida, con pocos recursos. La depresión hace que tengan esa visión de la vida, pero también es cierto que mantener esa visión de uno mismo, del mundo y del futuro amarga a cualquiera, por lo que mantiene los síntomas depresivos y hace que sea difícil salir del bucle. 

También las personas con problemas de ansiedad suelen ser más negativas, en este caso porque suelen estar constantemente anticipando problemas o amenazas. Las personas con ansiedad generalizada suelen vivir constantemente preocupadas por cosas que casi nunca llegan a suceder; quienes tienen fobia viven en alerta por si aparece aquello a lo que temen y magnifican los problemas que les puede ocasionar. 

Esto por mencionar solo dos tipos de trastornos en los que hay una tendencia a ver las cosas de una forma más negativa. Pero no todas las personas con esta tendencia tienen que tener un trastorno, en absoluto. Muchas personas tienen ese filtro por el que todo es negativo, está mal o constituye una amenaza, ¿por qué? En ocasiones se considera el pesimismo y la negatividad como una forma de pensamiento más inteligente que el optimismo, se tiende a ver a la persona optimista o bien pensada, como inocente, infantil y manipulable en un mundo hostil, lleno de peligros y amenazas. Y es que muchas veces esa forma de ver el mundo está relacionada con el miedo: a ser engañados, a cometer errores, a ser defraudados… “Piensa mal y acertarás”, que se dice. Por miedo a ser engañados estas personas convierten la desconfianza y la actitud defensiva en su forma de vida, eligiendo ver el mundo como hostil y amenazante, con la esperanza de no dar ningún paso en falso o quedar como tontos. Mejor un “me lo veía venir” que tener que lamentarse después. Y si, es posible que estas personas estén en lo cierto en algunas ocasiones, y que esa actitud les permita evitar algún engaño o decepción pero, ¿a qué precio?

Porque en última instancia, la actitud que tomamos ante la vida es cuestión de elección: ¿quiero pensar bien de esta persona, o quiero pensar mal?, ¿confío o no confío? Y de esa decisión luego se van a derivar muchas consecuencias. Para la relación, sí, pero también para nosotros mismos, porque estar siempre en modo defensivo tiene un coste. Ver el mundo como un lugar amenazante en el que constantemente tenemos que protegernos para evitar ser dañados es agotador. Y también esa desconfianza proyectada puede acabar funcionando a modo de profecía autocumplida. 

Lo ideal sería ser capaces de guiarnos más por las evidencias y menos por el miedo o por nuestros prejuicios; disponer de información que nos indique si confiar o no confiar. Poder ver el mundo de una forma más objetiva y no tan sesgada como en ocasiones se nos muestra, por ejemplo en las noticias. Y ante ausencia de evidencia, elegir si queremos pensar bien o mal. Y tener muy claro que cada opción tiene un coste y un riesgo asociados. 

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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