El pasado día 22 Julio Basulto y yo fuimos invitados por la asociación Mammalia para hablar sobre las «Verdades y mentiras de los niños que maman más de un año». La charla fue en el Conservatorio de Música de Torrent, y vinieron más de 150 padres para escuchar y compartir experiencias.
Por mi parte (ya os he hablado previamente sobre la lactancia en niños mayores) hablé sobre los innumerables estudios científicos que señalan los beneficios de mantener la lactancia más allá del año (o los dos años). Estas dos diapositivas son un buen resumen de más de una hora de charla:
Julio, por su parte, se centró más los mitos relacionados con los aspectos nutritivos de la lactancia más allá del año: si produce caries, si produce osteoporosis en la madre, si produce desnutrición, etc. En su web podéis encontrar mucha información al respecto.
La organización que hizo Mammalia fue impecable, logrando reunir a más de 150 padres en tan sólo 10 días desde que anunciamos el evento. El Conservatorio de Música de Torrent puso todos los medios necesarios para lograr que la charla fuera todo un éxito. ¡Muchas gracias!
Ahora, os dejo algunas imágenes del evento. ¡Gracias a todos los que acudisteis!
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Recordad que ya está a la venta nuestro libro «Hijos y padres felices», en el que tratamos temas que van desde las rabietas hasta el sueño, pasando por la alimentación, lactancia, premios y castigos, límites, apego, colecho, etc. ¡Os gustará!
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El pasado domingo se publicó en el periódico Las Provincias, y a página completa, la entrevista más personal que me han hecho y la que más me ha gustado. Me ha encantado todo lo que ha sido capaz de extraer María José de la hora y pico que estuvimos hablando y tomando un café. Aquí podéis leerla completa:
Entrevista a Alberto Soler. Click en la imagen para ver leer completa.
En la entrevista cuento que estuve a punto de estudiar informática en vez de psicología, hablo de cómo me ha cambiado la paternidad, de mi relación de pareja o mis planes de futuro. ¡Espero que os guste!
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Hacer dieta, enfrentarse a una fobia, ascender en el trabajo, hacer deporte, dejar de fumar, hacer los deberes de clase o ahorrar. Todo esto tiene algo en común, y esta semana vamos a tratar de averiguar qué es y qué relación guarda con los marshmallows.
Muchos pequeños problemas que experimentamos en el día a día se deben a conflictos entre los efectos a corto y largo plazo de nuestras decisiones. Preferimos una satisfacción instantánea y cerrar los ojos a lo que vendrá después, que sacrificarnos por algo que tardará en llegar. De hecho, hace no mucho yo mismo me enfrenté a una decisión así: llevaba años con el mismo ordenador y ya apenas podía montar los vídeos que grabo cada semana, así que debía cambiarlo. Por un lado, lo necesitaba “para ya”, pero por el otro lado sabía que si esperaba unas pocas semanas probablemente saldría el nuevo modelo con más prestaciones por el mismo precio. Al final no me esperé, ¡y precisamente esta semana anunciarán los nuevos modelos! ¯\_(ツ)_/¯
El experimento de los marshmallows de Stanford
En los años 70, Walter Mischel ideó un curioso experimento. Tomó a un grupo de niños de 4 años a los que les ponía delante un marshmallow y les daba unas instrucciones muy sencillas: podían tomarlo en cualquier momento, o esperar a que él volviera (unos 15 minutos después) y en vez de uno podrían tomar dos. El mensaje era claro: o una pequeña recompensa ahora, o una mayor recompensa en el futuro. Algunos niños no esperaron a que volviera el experimentador y se lanzaron a tomar ese marshmallow, mientras que otros esperaron para poder obtener dos. La gracia del experimento está en que volvieron a convocar a esos mismos niños años después, ya en la adolescencia, para pasarles una serie de pruebas. ¿Y qué vieron? Pues que aquellos que decidieron esperar para comerse dos marshmallows fueron los que años después obtuvieron mayores puntuaciones en sus exámenes de selectividad, quienes tenían mayor autoestima, mayor competencia social y seguridad en sí mismos, e incluso menores tasas de trastornos como THAH. E incluso años después, como adultos, mostraban menor propensión a tener problemas con las drogas, se divorciaban menos y tenían una menor incidencia de sobrepeso. De hecho cada minuto que un niño preescolar es capaz de retrasar la gratificación se traduce en una reducción del 0,2% en el IMC 30 años después.
Por lo general somos muy “cortoplacistas”, decidimos teniendo mucho más en cuenta las consecuencias inmediatas, y preferimos no ver las implicaciones que puede tener en un futuro. Ejemplos tenemos muchos: quien tiene una fobia, en muchas ocasiones tiende a evitar ciertas situaciones a pesar de las consecuencias negativas que a medio o largo plazo puede tener la evitación, porque esa evitación disminuye de manera temporal la ansiedad. En una adicción, el consumo proporciona una satisfacción instantánea, pero con un elevado coste a medio o largo plazo. En una relación de dependencia emocional se elige continuar con la relación para no enfrentarse al vacío de la ruptura, a pesar de que a largo plazo es la opción más recomendable.
No obstante, hay ocasiones en las que es necesario sacrificar ese corto plazo, renunciar a la satisfacción puntual para poder construir un futuro mejor, sin estar tan condicionados por nuestras decisiones pasadas. Para ello es necesario levantar la vista y ver dónde nos llevan nuestras decisiones más cotidianas.
Os recuerdo que este año me presento a los Premios Bitácoras en la categoría de «Mejor blog de crianza«. ¡Gracias a vuestros votos ya estoy clasificado en la primera posición! Pero aún queda una semana de votaciones, y quiero mantener ese primer puesto, ¿me ayudáis? Si todavía no me habéis votado podéis hacerlo en este enlace; tras identificaros con vuestra cuenta de Facebook, aseguraros que la dirección de este blog (https://www.albertosoler.es/blog) está apuntada en la categoría de Crianza. Entonces ya podéis pulsar el botón de votar. ¡Muchas gracias!
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Son muchísimos los padres que consideran que sus hijos tienen problemas para comer, y la alimentación de los hijos es uno de los temas estrella entre las preocupaciones de los padres: si come mucho o come poco, si come de todo sólo macarrones con tomate, si come rápido o lento, si juega con la comida o que sin Pocoyó no hay manera de que coma. Niños que no comen, que comen poco, que comen poca variedad o que no se sientan en la mesa. Sobre todo eso voy a hablar esta semana.
Mi hijo tiene problemas para comer
Es un tema que no sólo es frecuente en las consultas de pediatría o nutrición, sino también en las de los psicólogos. He visto muchos padres (e hijos) que sienten verdadero terror cuando se acerca la hora de la comida o la cena porque es una situación de gran nivel de conflicto y malestar. Y una parte muy importante de esos conflictos, al igual que sucede en muchas otras áreas de la crianza, viene del desconocimiento acerca de la propia naturaleza de los niños y su proceso evolutivo. Saber qué es normal y qué es esperable para un niño de una edad determinada ayuda mucho a bajar el nivel de malestar; a veces consideramos erróneamente que nuestro hijo tiene problemas para comer cuando en realidad come simplemente del modo esperable para su edad. Aquí voy a hablar sobre la alimentación en niños de 0 a 3 años, pero la mayoría de cosas que expongo son aplicables a niños más mayores.
Lactancia exclusiva hasta los 6 meses
Las recomendaciones de la OMS son que hasta los 6 meses de vida un niño sólo debería alimentarse mediante lactancia materna, la cual se debería mantener hasta los 2 años complementando con otros alimentos (en aquellos casos en los que no es posible dar lactancia materna, se mantiene la recomendación de no introducir alimentos sólidos antes de los 6 meses, aunque la leche sea de fórmula)
Es a partir de los 6 meses, y de ahí hasta que el niño se va de casa, cuando empiezan los “problemas” para comer. Una primera confusión viene cuando se habla de “alimentación complementaria”. Con “alimentación complementaria” hablamos de alimentación que complementa a la lactancia pero que no es la fuente principal a nivel energético o nutritivo. Ese papel sigue estando reservado a la leche materna durante el resto del primer año de vida. De este modo, la cantidad de alimentos distintos a la leche materna que tomará un bebé de esta edad será muy limitada.
La alimentación de los niños es mucho más que nutrición.
Al igual que cuando hablamos de lactancia sabemos que la teta no es sólo alimento, sino que aporta mucho más al hijo (afecto, consuelo, tranquilidad, apoyo, etc.) debemos saber que la alimentación, y todo lo que la rodea, no está limitada a su aspecto nutricional. La alimentación tiene un papel importante en el proceso de socialización, así como en el vínculo emocional entre padres e hijos.
Por esto es muy importante que el contexto en el que se da la comida sea agradable para todos los que comparten ese momento. No todo vale con tal de que el niño coma. De hecho, muchas veces lo menos importante es el alimento que entra en su boca. El momento de la comida, idealmente debería ser un espacio en el que la familia disfruta y comparte no sólo alimento, juntos, no por turnos como en el comedor del colegio. Obviamente la televisión y otros distractores deberían quedar fuera de la mesa.
Nunca hay que obligar a comer a un niño
Si tienes que quedarte con una única idea acerca de todo esto, que sea la siguiente: nunca obligues a tu hijo a comer. Es una mala idea a nivel psicológico, médico y nutricional. No es posible conseguir ese clima en las comidas si los padres presionan, fuerzan u obligan a sus hijos a comer. Detrás de esas presiones (que van desde los “avioncitos” hasta el “come y calla”, pasando por el “venga, que ya casi te lo has acabado”) hay tanto buenas intenciones como desconocimiento de las necesidades de los niños.
Obligar a un niño a comer es iniciar un camino que le va a conducir a desplazar la regulación de sus mecanismos de saciedad a señales externas (plato, indicaciones de los padres, etc.) Éstos mecanismos de regulación del apetito funcionan sin apenas necesidad de señales externas en todos los mamíferos, incluyendo los humanos. Si un niño tiene hambre come; si no, no come. Si le forzamos tiene estrategias innatas para defenderse de esa “agresión”, que van desde decir no, a apartar la boca, escupir lo que entre en la misma o vomitar lo que accidentalmente ha tragado.
Lo único que podemos lograr forzando a comer a un niño será que establezca una relación emocional negativa con la comida y el momento de comer, lo cual no hará si no agravar el “problema”. Por lo tanto, aprendamos a respetar sus decisiones. Nadie conoce mejor su nivel de saciedad que uno mismo.
Los niños comen menos de lo que sus padres esperan
¿Son los hijos quienes comen poco, o sus padres quienes nunca están satisfechos con la cantidad que come su hijo? La mayoría de niños no tienen problemas para comer, simplemente tienen menos apetito del que sus padres creen que debería tener. Cada vez que unos padres consideran que su hijo come poco es probable que estén equivocados acerca de la cantidad de alimento que debería tomar su hijo. Utilizar platos pequeños y servir en ellos raciones pequeñas es mucho mejor estrategia que servir una montaña de comida, y luego esperar que se la acabe. Le serviremos poco, y si tiene más hambre, nos pedirá más comida, pero como hemos visto, nunca le obligaremos a comer más de lo que necesita. Como hemos visto antes, el mensaje de “acábate lo que hay en el plato” no hace sino desplazar la regulación de la saciedad a señales externas, lo que a largo plazo se ha relacionado con mayor riesgo de obesidad.
“Es que ahora que tiene 16 meses come menos que cuando cumplió el año”Es algo totalmente normal. Es generalizado que alrededor del año haya una caída en la cantidad de alimento que come el niño: es normal, hay menor necesidad energética porque su crecimiento no es tan rápido como durante los primeros meses. Recordemos que no todos los niños tienen el mismo apetito, ni uno mismo todos los días, por lo que las comparaciones no sirven de nada.
«Es que sólo come macarrones»
Muchos padres se preocupan por la poca variedad de alimentos que come su hija o hijo; es normal que hasta que cuenten ya con bastantes años los niños tengan un repertorio de preferencias bastante limitado. Para poder ampliarlo nunca hay que forzar a tomar ningún alimento; de hecho esa es una vía directa para generar una aversión hacia el mismo. Estrategias que funcionan mucho mejor son el modelo por parte de los padres y la oferta: que los niños tengan a su alcance alimentos adecuados para su consumo y que vea a los padres tomarlos. Si un niño come poca variedad de alimentos, no significa necesariamente que tenga problemas para comer.
«No aguanta quieto en la mesa»
Es totalmente normal; en ningún sitio está escrito que tenga que hacerlo. Es algo que aprenderá conforme crezca. Durante estos primeros años de vida, la regulación de la propia conducta y el autocontrol aún no están desarrollados, por lo que exigirles estar sentados durante tanto tiempo puede llegar a ser bastante frustrante para todos.
Otra queja relacionada es que ”tarda una eternidad en comer”. Esto se puede deber a dos motivos: el primero, que le estemos pidiendo que coma más de lo que es capaz de comer. La solución la hemos visto antes: no forzar. El niño ya hace rato que ha acabado de comer, son los padres los que se empeñan en que coma más allá de lo que necesita. Otro motivo es, simplemente, que los niños se visten despacio, caminan despacio, recogen los juguetes despacio y también comen despacio. Los niños lo hacen todo más lento, por lo que es importante respetar sus ritmos y darles el tiempo que necesitan.
En resumen…
Muchos de los “problemas” que los padres experimentan en relación con la alimentación de los hijos no son más que un desajuste entre las expectativas de esos padres y la realidad de la alimentación en estos momentos de la vida.
Para poder ampliar información, os recomiendo dos libros; el primero se llama «Mi niño no me come«, y está escrito por el pediatra Carlos González. En segundo lugar, un libro que me encanta es el que escribió hace algunos años el nutricionista Julio Basulto, llamado «Se me hace bola«. Ambos abordan la alimentación infantil no sólo desde un punto de vista nutricional, sino también psicológico o conductual. ¡Os los recomiendo muchísimo!
Os recuerdo que este año me presento a los premios Bitácoras en la categoría de Mejor blog de Crianza. ¿Me ayudáis con vuestro voto? podéis votar en este enlace; tras identificaros con vuestra cuenta de Facebook, aseguraros que la dirección de este blog (https://www.albertosoler.es/blog) está apuntada en la categoría de Crianza. Entonces ya podéis pulsar el botón de votar. ¡Muchas gracias!
¡Ah! Y si vivís cerca de Valencia esto os interesa: este sábado día 22 de octubre, estaré junto a Julio Basulto dando una charla sobre lactancia en niños mayores. Será en Torrent y la organiza Mammalia:
Si os gustan estos vídeos os invito a que os suscribáis al canal de Píldoras de Psicología en YouTube para enteraros antes que nadie de cada nuevo vídeo, poder dejar comentarios, recomendaciones y compartirlo con vuestros contactos. Si tenéis alguna sugerencia acerca de temas que os gustaría que tratara en el videoblog, podéis escribirme a: pildoras@albertosoler.es/
Este año me presento a los Premios Bitácoras en la categoría de «Mejor blog de crianza». El año pasado, casi por sorpresa, descubrí que estaba entre los candidatos. En aquella edición logré un digno puesto 49 de 50, pero este año tengo mejores perspectivas: ¡en la primera clasificación parcial estoy en el tercer puesto!
Eso sí, la cosa no va a ser fácil, hay mucha gente con blogs y vlogs muy buenos: está Tigriteando, está Miriam Tirado, Princesas Y Princesos, Malasmadres, y un larguísimo etcétera. Gente a la que sigo y admiro, que cada semana se lo curran un montón para divulgar sobre educación y crianza
Si queréis votarme (podéis votar hasta a 5 por categoría) tan sólo tenéis que acceder a este enlace, identificaros usando vuestra cuenta de Facebook o Twitter y registrar el voto en la categoría de «Mejor blog de crianza». Ya os debería aparecer ahí a dirección del blog, en caso contrario, la podéis poner a mano: «https://www.albertosoler.es/blog»
¿Es posible la amistad después de una relación de pareja? Una ruptura sentimental es algo ya de por sí complicado, implica una pérdida de estabilidad y la necesidad de adaptarse a una nueva realidad. Pese a lo complicado que es de gestionar emocionalmente, aún pueden pasar muchas cosas que lo compliquen más todavía: una de ellas es cuando uno de los miembros de la pareja le dice al otro: «si es que yo te quiero, pero prefiero que sigamos como amigos» ¿Qué podemos hacer entonces?
Cuando acaba una relación de pareja, la mayor parte de ellas afirman que ha ésta ruptura ha sido “de mutuo acuerdo”, pero habitualmente la realidad suele ser que ha sido uno quien ha tomado esa decisión: no quería seguir adelante con ese proyecto común y se lo comunica a la otra persona. A partir del momento de la ruptura, la pareja abandona el equilibro de poder que sus miembros tenían, en el que ambos tenían roles al mismo nivel, y se adentran en una relación en la que está quien ha dejado la relación, y a quien han dejado. Estos papeles son muy asimétricos, porque uno (el que deja) se sitúa en una relación de poder sobre el otro (a quien ha dejado). Ha sido uno quien ha decidido unilateralmente cambiar el tipo de relación existente en la pareja.
Tanto en una relación de pareja como una relación de amistad, quienes participan de ella tienen (o deberían tener) un papel al mismo nivel que el otro, es decir, no hay nadie que ejerza poder o presión sobre la otra parte. En el momento en que la relación de pareja se rompe, quien ha tomado esa decisión se sitúa en una posición de poder sobre el otro, por lo que habrá que andar un largo camino hasta volver a una situación de simetría que posibilite la amistad. Una amistad en la que no exista esta simetría, en la que alguien tenga poder sobre el otro es muy peligrosa.
Pasar a una relación de amistad, que requiere igualmente una simetría y equilibrio de poderes, va a requerir mucho esfuerzo, ya que será necesario que ambos miembros de la pareja empiecen a relacionarse siguiendo unos papeles totalmente distingos a los que habían seguido hasta entonces. Para que este cambio se produzca de manera positiva, es muy recomendable que después de la ruptura haya un periodo de tiempo en el que la pareja no tenga ningún tiempo de contacto; este periodo no debería ser inferior a varias semanas o incluso meses. Pero quien va a determinar finalmente su duración será la persona dejada, ya que ese tiempo es el que necesitará para para poder recomponerse y volver a encontrarse a sí misma.
Si nos precipitamos y empezamos a mantener una relación de amistad demasiado pronto, es muy probable que esa relación que se cree sea asimétrica, ya que la persona que ha sido dejada muy probablemente va a estar ahí porque espera que esa relación evolucione hacia algo más que una simple amistad, a recuperar esa relación de pareja que en ningún momento quiso dar por terminada. Para que la relación de amistad sea posible tiene que haber necesariamente un cambio en los roles que cada uno interpretaba, y eso requiere tiempo. Si no lo respetamos la persona que ha sido dejada lo va a pasar muy mal.
Si una vez retomado el contacto e iniciada esa nueva relación de amistad vemos que existen tiranteces o roces, emociones negativas o un malestar que no está presente en otras relaciones de amistad que mantenemos, esto puede indicar que, tal vez, nos hayamos precipitado y quizá sería mejor seguir manteniendo algo de distancia durante un tiempo.
En resumen, la amistad después de una relación de pareja es posible, pero no de manera inmediata ni tampoco en todos los casos. Es algo que va a requerir redefinir los roles que cada uno interpretaba y que ninguno se sitúe en una relación de poder sobre el otro.
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Hoy he tenido la oportunidad de visitar Vinaròs de la mano de Criant en Tribu para dar nuevamente una charla sobre rabietas y emociones en niños.
He quedado súper contento con la experiencia; la organización de la charla ha estado genial, las chicas de Criant en Tribu súper amables y hospitalarias, y hemos llenado el salón de actos de la biblioteca. ¡Además, hasta habían habilitado un espacio para que los peques pudieran jugar! Me ha encantado haber sido invitado por ellas y compartir ese rato con otros padres, hablando sobre psicología, infancia y crianza.
Aquí os dejo algunas fotos de la mañana para que os hagáis una idea de cómo ha sido.
Todas las madres (y en menor medida padres) han escuchado en algún momento esa frase: «no le cojas tanto en brazos, que se acostumbra». ¿Se puede acostumbrar un bebé a que le cojan en brazos?, ¿por qué hay veces que se ve el coger en brazos a los bebés como algo peligroso? Sobre todo esto hablo hoy, ¡espero que os guste!
Como os cuento en el vídeo, sí, por supuesto que un bebé puede acostumbrarse a que le cojan en brazos. Por pequeño que sea se puede acostumbrar a que le traten bien, a que sus necesidades sean atendidas, a que su bienestar sea importante para sus padres, a que el cuidado forme parte de las relaciones humanas. De hecho, que un bebe se acostumbre a todo esto debería ser uno de nuestros objetivos como padres.
He visto a muchos padres que incluso tienen que excusarse cuando su hijo llora y le cogen en brazos para atenderle y consolarle. Se justifican, ponen excusas, se inventan argumentos cuando, simplemente, están siguiendo su instinto: cuidar y consolar a su hijo. ¿Por qué hay padres que sienten que están haciendo algo malo cuando cogen a su hijo en brazos durante cierto tiempo o con cierta frecuencia?
Durante algunos años ha estado de moda una visión de la crianza en la cual se veía la relación entre padres e hijos como una batalla, un pulso de poder entre un pequeño y autoritario mocoso contra sus inocentes e insomnes padres. Esta visión, que ha llegado a ser muy popular, ha hecho creer a muchos padres que coger a sus hijos en brazos los iba a convertir en adultos impulsivos, con baja tolerancia a la frustración, drogadictos en potencia que de pequeños aprendieron que podían tener en la vida todo lo que quisieran. Y estos padres, en contra de su instinto, actuaban del modo que les habían dicho que era mejor: dejando llorar a su hijo, no cogiéndole en brazos, encerrándole en una habitación oscura con pocas semanas de edad para que se acostumbrara a dormir solo, negándole por sistema cualquier demanda para que no se acostumbre.
Afortunadamente las cosas hace muchos años que están cambiando; las investigaciones acerca de la formación del vínculo entre el niño y sus padres ha encontrado que el desarrollo de un apego seguro es una pieza clave para lograr adultos fuertes e independientes. Y este apego seguro se logra gracias al contacto, a la disponibilidad, a la respuesta sensible a las necesidades del bebé, etc. Aquello que se pensaba que era bueno, resultó no serlo: dejar llorar a un niño, no atender sus necesidades, demorar la respuesta, etc. no son formas válidas de transmitir seguridad y, por tanto, facilitar la independencia del niño, más bien todo lo contrario.
Nos iría mucho mejor tanto a nivel individual como social si comprendiéramos que la crianza y la educación de los hijos no son una batalla constante. No tenemos que demostrar nada. Nuestro hijo no es el enemigo a batir sino un proyecto de adulto que requiere todo de nosotros no sólo alimento y techo, sino también afecto. Gracias a ese afecto y a la calidad del apego que tenga nuestra relación, construirá las bases que le permitirán explorar el mundo y desarrollar su independencia de manera segura.
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