Consecuencias psicológicas y sociales del teletrabajo

A un año y pico del inicio de la crisis del COVID19 vamos viendo cómo han cambiado las cosas y las consecuencias de todo esto que estamos pasando. Uno de los cambios al que nos hemos tenido que adaptar ha sido en muchos casos al teletrabajo, eso que antes de la pandemia nos sonaba tan bien, pero que con el tiempo estamos viendo, que como todo, también tiene sus pros y sus contras. En este vídeo vamos a hablar de las consecuencias sociales y psicológicas del teletrabajo, ¡vamos a verlo!

En un primer momento el teletrabajo nos vino de maravilla para amortiguar el parón que suponía estar todos encerrados en casa. Descubrimos (o las empresas tuvieron que admitir) que se podía teletrabajar mucho más de lo que antes hacíamos. Esto tuvo y tiene unas ventajas evidentes, pero también hace que tengamos que gestionar los retos que supone el enseñar y aprender de manera remota, atender las nuevas situaciones y necesidades que surgen de la conciliación laboral, personal y familiar, o la importancia de cuidar la salud mental y el bienestar laboral.

A nivel social, esta crisis ha hecho más evidente la existencia de brechas en el acceso a los medios o las competencias digitales, para personas de diferentes niveles educativos, grupos de edad, etnias o zonas geográficas. Y también ha aumentado especialmente la brecha de género laboral. Y es que como ha alertado la ONU, esta crisis “ha golpeado tres veces a las mujeres: por la salud, por la violencia doméstica y por tener que cuidar de los otros. Por la parte de la salud, las mujeres están sobrerepresentadas en los sistemas de salud y cuidados, por lo que han estado más expuestas al virus y se han contagiado más; en cuanto a la violencia de género, durante los confinamientos, muchas mujeres han estado encerradas con sus maltratadores, mucho más aisladas y vulnerables; y en cuanto a los cuidados, cuando cerraron los colegios y otros recursos para el ocio o extraescolares de los niños, o para el cuidado de personas dependientes , gran parte de todo este peso recayó en las mujeres, que en muchos casos tenían que continuar además con sus trabajos. De hecho, una de cada cuatro personas que actualmente teletrabajan desde casa en la conviven con niños menores de 12 años. Os podéis imaginar que hacer esto sin colegios y sin parques es bastante complicado.

No es raro que las madres hayan sido uno de los colectivos que experimentaron mayores tasas de estrés en los primeros meses de la crisis. Si además del trabajo, la casa y el cuidado de los hijos, sumamos la tarea de tener que hacer de “profe” de éstos, el resultado es que las madres estaban totalmente desbordadas y muchas sentían que estaban todo el día trabajando. Bueno, no lo sentían, es que lo estaban. Y las que además necesitaban cierta concentración para poder hacer su propio trabajo, al final optaban por acostarse más tarde o levantarse más pronto para poder trabajar mientras los demás dormnían… creo que es fácil entender que esto no hay cuerpo que lo aguante de manera indefinida.

Efectivamente, el teletrabajo ha tenido algunas ventajas; a nivel sanitario la prevención de los contagios, que no es poco. Pero también la reducción del tiempo, dinero y accidentes que suponen los desplazamientos al trabajo, aliviar el aislamiento demográfico de las áreas rurales, horarios de trabajo más flexibles, mayor autonomía y satisfacción para los trabajadores, efectos positivos sobre la productividad e incluso retención del talento.

Pero también se ha detectado un empeoramiento de algunas variables como la calidad de las reuniones, del trabajo en equipo, la falta de comunicación entre colaboradores, aumento de las horas de trabajo, peor organización y distribución de las tareas, el sobreesfruerzo (especialmente en las personas que se iniciaban en el teletrabajo), mayor estrés o el problema de las interrupciones.

Y es que no todo el mundo puede teletrabajar; hay trabajos que directamente no lo permiten (un albañil, un cocinero, un carpintero, un fisioterapeuta…) Pero incluso entre los que pueden se han detectado algunas limitaciones importantes, como por ejemplo, no disponer de un entorno de trabajo inadecuado o la falta de un espacio específico para trabajar: de hecho solo un 57% de los trabajadores disponen de un espacio habilitado para trabajar, mientras que un tercio trabajaban desde el comedor y un 14% lo hacían desde el dormitorio.

Y claro, en este contexto, otro problema ha sido el ver desdibujadas las líneas que separaban nuestros trabajos de nuestra vida privada, poniendo aún más en peligro ese delicado equilibrio que suele costar tanto encontrar entre ambas esferas. De hecho, se ha detectado que a muchos trabajadores les cuesta desconectar de sus trabajos, y acaban trabajando más horas de las que hacían de manera presencial, incluyendo a veces los fines de semana o días festivos. Además, los patrones de horarios irregulares, el estrés, la menor exposición a la luz solar y el exceso de exposición a la luz azul de las pantallas está contribuyendo al incremento en los trastornos del sueño.

En este sentido, la posibilidad de estar constantemente conectados que nos ofrece la tecnología es un arma de doble filo, porque es muy práctico poder conectarte en cualquier sitio y a cualquier hora, pero esto también supone una sobrecarga cognitiva, emocional, así como una disminución en la concentración y lo que se ha llamado el “tecnoestrés” Y que sí, que al principio estábamos todos muy contentos y muy agradecidos a las videoconferencias que nos facilitaban el trabajo y el contacto con amigos y familiares, pero a estas alturas de la partifda ya se empieza a hablar de “la fatiga Zoom” y es que cuando enlazas la reunión por zoom del trabajo, con la del cole, con la de los abuelos, con la de los primos, acabas queriendo lanzar el ordenador por la ventana. Y si además te relacionas con tus pacientes o clientes por videoconferencia, pues os podéis imaginar que muchos estamos ya bastante cansados de las videollamadas… y es que estas aplicaciones han experimentado un incremento exponencial; por ejemplo Zoom contaba con 10 millones de usuarios en 2019 y llegó a los 300 en 2020. Flipa.

Por otro lado, el aislamiento y la soledad son otros de los riesgos asociados al teletrabajo. Y es que hay gente que ha visto muy reducidos sus contactos sociales desde que han tenido que quedarse a trabajar en casa, un problema que podría resolverse fácilmente combinando el trabajo presencial con el teletrabajo.

Otro riesgo que hay que tener en cuenta y prevenir es el impacto a nivel físico de trabajar y pasar más tiempo en casa que se traduce en dolores de cabeza, fatiga visual o trastornos musculoesqueléticos por malas posturas, estáticas o repetitivas junto con el aumento del sedentarismo.

Una herramienta básica para evitar o amortiguar muchos de estos problemas es la desconexión digital, entendida como el derecho de los trabajadores a no conectarse a cualquier herramienta digital profesional durante los periodos de vacaciones o descanso. En este sentido, el Parlamento Europeo ha aprobado recientemente una resolución en la que reconoce este derecho a desconectar del trabajo. En España, el Real Derecho Ley 28/2020 de teletrabajo establece explícitamente el derecho a la desconexión digital. Así que ya sabéis, no hace falta estar siempre disponibles: ni para el trabajo, ni para las redes sociales, ni para nadie, como mucho para vuestras familias y amigos =)

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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