Relaciones entre padres e hijos: ¿horizontales o verticales?

Al hablar de la relación entre padres e hijos hay dos formas distintas de enfocarlo: por un lado quienes defienden que esa relación tiene que ser horizontal, una relación de igual a igual, y por otro quienes piensan que esa relación tiene que ser jerárquica, los padres mandan y los hijos acatan. ¿Cuál es el enfoque que da mejores resultados? Vamos a verlo.

Como decíamos en la introducción existirían dos formas distintas de enfocar la relación de poder entre padres e hijos; una sería la de ver esta relación como horizontal. Nadie manda sobre nadie, sino que las cosas se hablan, se negocian, se debaten, y se llega a acuerdos. La verdad es que no suena nada mal… Pero luego, hay otros que defienden lo contrario, que la relación entre padres e hijos no puede ser horizontal, sino que tiene que ser vertical, esto es, los padres son los que ponen las normas, los que mandan, y los hijos deben obedecerles. Esto, de primeras, suena peor, porque tiene pinta de relación autoritaria y eso aunque para algunos suene bien, a muchos otros no nos gusta demasiado. Pero vamos a analizarlo con un poco más de detalle. 

En realidad es un poco simplista enfocarlo de esta manera, como si solo hubiera dos posibilidades: o una relación 100% horizontal o una relación 100% vertical, sin introducir ningún matiz. Decíamos que eso de la relación horizontal suena bien, pero ¿qué pasa con un bebé o un niño pequeño que no quiere irse a dormir y al día siguiente tiene que madrugar?, ¿se le deja trasnochar?, o un niño que solo acepta comer patatas fritas, ¿le dejamos que las patatas sean su único alimento? Si una relación es totalmente horizontal, o si no se termina de entender lo que se pretende con este planteamiento, puede pasar que al final no haya nadie “al mando” y que lleguen a darse situaciones un poco caóticas que no deberían ocurrir, como niños que se acuestan muy tarde, que van faltos de horas de sueño, cansados, que se alimentan muy mal, etc. 

Estaréis conmigo en que sería un poco negligente permitir estas situaciones, ¿no? Los padres tienen no solo más edad que los hijos, sino (por lo general) más madurez, responsabilidad, y capacidad para pensar lo que más les conviene a los pequeños. Y esto, lamentablemente, no siempre coincide con lo que ellos quieren. 

La relación padres – hijos siempre, sin excusa, tiene que estar basada en el respeto, el amor, el buen trato, el diálogo, la escucha… siempre. Pero esto no significa que en todas las circunstancias se tenga que hacer lo que los niños quieren, más que nada porque a veces esto puede implicar un perjuicio más o menos directo para ellos. Y entonces no intervenir puede llegar ser negligente. Siempre se les debe escuchar, tenerles en cuenta, y en base a eso tomar la mejor decisión. Esto es, que en la medida de lo posible deberían tener voz, aunque no siempre pueden tener voto o la decisión final. 

Si en lugar de enfocarlo simplemente como horizontal o vertical tenemos en cuenta que hay distintas situaciones, ámbitos, edades y momentos, parece que la cosa tiene más sentido, porque habrán situaciones en las que la mejor opción es negociar todos juntos, pero habrá otras en las que los padres tendrán que imponer su criterio, y también puede haber otras en las que serán los hijos quienes deberían poder imponer el suyo. Veamos algunos ejemplos. 

Nos mudamos de casa. Es una situación en la que, claramente, tenemos que escuchar a los niños, ya que la decisión que tomemos les va a afectar. Pero la decisión final de la casa que se compra, o de la ciudad a la que se mueve la familia, obviamente no puede recaer solo en ellos. 

El menú semanal: claro que hay que escuchar sus preferencias, nunca obligarles a comer (esto ya lo hemos dicho muchas veces), pero quizá si les dejamos elegir el menú familiar cada día podrían pasar meses sin que tomemos pescado, o nos encontremos más patatas fritas de las deseables. 

La ropa… pues depende de la edad y de la ocasión, pero por lo general aunque les podemos dar nuestra opinión, ¿quién mejor que ellos para decidir la ropa que se ponen cada día? En este caso la relación podría considerarse más horizontal. Una situación en la que la relación debería ser vertical, pero estando ellos arriba y nosotros abajo, es cuando hablamos de juego. Cuando están jugando ellos deberían mandar y nosotros “ponernos a sus órdenes”; en este caso son ellos los que deberían enseñarnos a nosotros, ya que a muchos se nos ha olvidado cómo se hace. Si lo hacemos al revés, podríamos decir que están aprendiendo o practicando una actividad, como pueden hacer en el cole, pero esto ya no sería juego, sino otra cosa. Para jugar “de verdad” ellos son los que deberían mandar. 

Podríamos seguir con más ejemplos, pero creo que ha quedado claro. El tema es que a algunas personas no les gusta reconocer que la relación padres hijos no es una relación horizontal; como decíamos, parece que decir vertical sea lo mismo que decir autoritaria, y no tiene por qué ser así. De hecho, no debería ser así. El autoritarismo es una mala forma de ejercer la autoridad. Padres e hijos pueden tener muy buena relación, deben tenerla, claro, pero no son amigos. Son padres e hijos. Madres e hijas. No amigos y amigas. “Es que mi hijo y yo somos amigos”. No, sois padre e hijo con una muy buena relación, pero no sois amigos. Los amigos son otra cosa. Etiquetar de “amistad” una relación padres-hijos es, hasta cierto punto, degradarla, bajarla de categoría. Amigos puedes tener muchos, tendrás cientos a lo largo de tu vida, pero padre y madre, sólo uno. Bueno, si tus padres son homosexuales puedes tener dos padres o dos madres, pero eso es otro tema. 

Así pues, ¿horizontal o vertical? Pues dependerá de la situación, el momento, la edad y del grado de madurez. Cuanto más pequeños los hijos, y las situaciones estén más relacionadas con temas de seguridad, salud, o respeto, la relación será más vertical, pero con temas que les impliquen fundamentalmente a ellos y para los que tengan capacidad de decidir, serán ellos quienes tomen el mando. En otras muchas situaciones, se negociará lo mejor para todos. No hay receta mágica más allá del respeto, el amor y el buen trato. En lo que somos (o deberíamos ser) iguales es en eso, en dignidad y respeto. Siempre deberíamos cuidar las formas en la relación con nuestros hijos, también cuando les corregimos. Enseñarles más con el ejemplo y menos con sermones… Con el tiempo, sí vivimos lo suficiente, quizá la tortilla se da la vuelta y sean ellos quienes tengan que decidir por nosotros. Entonces también nos gustará que ellos nos escuchen, nos tengan en cuenta y nos traten con amabilidad y respeto, aunque nosotros ya no estemos en condiciones de decidir por nosotros mismos. 

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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