Violencia obstétrica: 2 de cada 3 mujeres la han sufrido

Embarazo, parto y postparto son momentos muy delicados en la vida de las mujeres y sus familias. Y todo lo que hagamos las personas que les acompañamos, quedará grabado a fuego, para bien o para mal. Hay madres relatan el momento de su parto como si de una violación se tratara, y lo pueden llegar a recordar como el peor momento de sus vidas, aunque al final hayan salido de allí con un bebé sano. Por que no solo importa que el bebé salga del hospital con vida. Esta semana vamos a hablar de violencia obstétrica.

¿Qué es la violencia obstétrica?

Imagino que muchos ya habréis oido hablar de la violencia obstétrica; por suerte, de un tiempo a esta parte se ha hablado bastante del tema… De hecho en nuestro Centro de Psicología recibimos con cierta frecuencia a madres que, como consecuencia de esta violencia, presentan cuadros depresivos y de estrés postraumático que cuesta mucho poder superar.

Pero empecemos por el principio y definamos qué entendemos por violencia obstétrica. Aunque no hay acuerdo unánime y podemos encontrar diferentes definiciones, podríamos decir que con este término nos referimos a prácticas realizadas por profesionales de la salud a las mujeres durante el embarazo, el parto y el puerperio, que tanto por acción como por omisión son violentas o pueden ser percibidas como violentas. Nos referimos a actos innecesarios, no apropiados o no informados ni consentidos como episiotomias, tactos vaginales, intervenciones dolorosas sin anestesia, obligar a parir en una determinada posición o intervenir de una manera excesivamente médicalizada con las complicaciones que esto pueda tener. También incluye situaciones de violencia psicológica como tratar de manera infantil o paternalista a las mujeres, humillaciones, insultos, faltas de respeto, vejaciones o violación de la intimidad.

También se consideran abusivas prácticas como impedir que la mujer pueda estar acompañada por la persona de su elección durante el parto o separarla de su bebé después de nacer sin un motivo justificado. Aunque no es un problema nuevo hasta hace poco estaba oculta o invisibilizada, y de hecho a día de hoy también sigue en parte así, no faltando quienes niegan su existencia, que son muchas veces los propios profesionales de la salud. Quizá lo novedoso puede ser el término, ya es un concepto que nos choca. La palabra violencia suena dura y por lo tanto los sanitarios se defienden. Es normal. Parece que hay que recordar que no se acusa a todos los profesionales, ni a todas sus actuaciones, está claro. Pero por duro que nos suene, es difícil ya negarlo, cuando lo ha reconocido la ONU, la OMS, el parlamento europeo, se ha incluido ya en legislaciones de diferentes países como Venezuela, Argentina y México. De hecho, aquí en España, se está valorando incluirla como forma de violencia de género dentro de la modificación de la Ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. Y es que no es solo que La OMS admita este término, sino que además reconoce que estas situaciones se dan más en el caso de mujeres pobres, pertenecientes a minorías étnicas, adolescentes, solteras, inmigrantes, etc (OMS, 2014). Es decir que estas actuaciones no se explicarían solo por urgencias médicas, como suelen argumentar los negacionistas de este tipo de violencia.

Aunque este concepto, como decíamos, nos pueda sonar a muchos novedoso o desconocido, no lo es en absoluto. Se empleó por primera vez en Inglaterra en el siglo XIX, y es un problema que se viene denunciando con diferentes términos durante la década de 1950 en EEUU y Reino Unido, y posteriormente en la década de los 80 en Brasil. En nuestro país el término empezó a emplearse a finales del siglo XX y desde la asociación El parto es nuestro han trabajado mucho desde el año 2003 para poner el foco sobre este problema y tratar de solucionarlo. Sin embargo, aún en el año 2020 el consejo general de colegios de médicos negaba el concepto y decían que esto no es un problema en España.

Violencia obstétrica en España

Es curioso, porque para no existir este problema, según un estudio de la Universitat Jaume I, del año 2020, un 38,3% de mujeres dice haberla sufrido, el 44% afirmaban haber sido sometidas a procedimientos innecesarios y al 83,4% no se les solicitó el consentimiento informado para estas intervenciones. Repito, el 83%, casi nada…

Pero si ese casi 40% nos parecía poco, más recientemente, otro trabajo publicado este pasado mes de septiembre en la revista Women and Birth sobre la magnitud del problema en nuestro país, observó que el 67% de las mujeres preguntadas, esto es, 2 de cada 3, informaron haber padecido este tipo de violencia. Si recordamos la primera definición que os he dado, el término incluiría las prácticas percibidas como violentas. No es necesario que la persona que atiene a una mujer pretenda hacerle daño, es suficiente con que ella lo perciba así. Así pues, si entre un 38 y un 67% de las mujeres de nuestro país dicen haberse sentido violentadas en estos momentos tan importantes de sus vidas, no parece un problema menor del que nos podamos permitir discutir acerca de su existencia.

En nuestro país, las estadísticas son bastante contundentes: las tasas de inducciones, episiotomías, cesáreas, partos instrumentales o empleo de la maniobra de kristeller son muy superiores a las recomendadas y a las de otros países de nuestro entorno. Especialmente en los centros privados y especialmente en días laborales. De hecho está comprobado que los bebés “deciden nacer más” en horario laboral… fijáos, tan pequeñitos y tan considerados con los horarios de los sanitarios… Y también se observan importantes diferencias entre Comunidades Autónomas, lo cual no se puede explicar por motivos médicos.

Intervenciones justificadas e injustificadas

A ver, que respecto a estas intervenciones, el tema no es blanco o negro; no podemos negar que tienen su utilidad, el tema es que usadas más de lo necesario, no aportan beneficios, pero siguen implicando posibles complicaciones. Hay que valorar en cada caso el riesgo/beneficio. Si es necesario un procedimiento, se asumen las posibles complicaciones por el beneficio que se puede obtener de su uso, pero cuando no es necesaria la intervención, estamos asuminedo las complicaciones sin motivo, porque la mujer no necesitaba la técnica en cuestión. Pero de entre todas ellas, hay una que sí que no aporta nunca nada positivo, hablamos de la maniobra de kristeller que no está nunca recomendada, porque es muy peligrosa tanto para la madre como para el bebé, pero pese a no estar nunca recomendada aún se práctica en un porcentaje muy alto de partos (casi un 20% según un trabajo de 2021). Pese a que las consecuencias de esta técnica pueden ser muy graves tanto para la madre como para el bebé, se presenta a veces como “una ayudita” para que nazca. Una “ayudita” que puede causar fractura de clavícula, trauma encefálico, parálisis de Erb por lesión en los nervios del plexo braquial, fracturas, hipoxia, lesiones de órganos internos o hemorragias, esto en el bebé, y hemorragias y contusiones, rotura e inversión uterina, desgarros, prolapsos, desprendimiento prematuro de la placenta o fracturas de costillas en las madres. Algunas madres que no han sido informadas de lo que supone esta técnica se pueden ir del hospital muy agradecidas “por la ayuda recibida” sin ser conscientes que se ha puesto en riesgo su vida y la de su hijo de manera totalmente innecesaria.

Pero más allá de la técnica en concreto, queremos poner el acento en el trato que reciben las mujeres. Violencia no es solamente agredir físicamente, también puede referirse a un trato irrespetuoso o humillante. Porque un parto puede requerir más o menos intervenciones, pero la mujer siempre debería recibir un trato respetuoso, debería ser informada y tenida en cuenta. Y salvo ocasiones muy excepcionales, debería poder estar siempre acompañada por la persona de su elección. Las intervenciones que deban realizarse deberían ser explicadas y consentidas. Que sí, que ya entendemos todos que en ocasiones hay que correr y no hay tiempo de explicaciones, sí, pero la mayoría de las veces es más una cuestión de voluntad y de actitud, que una imposibilidad real de actuar teniendo en cuenta los derechos y la autonomía de las madres. Porque quizá en un momento de urgencia los profesionales pueden no tener el tiempo de pararse a explicar, pero tanto antes como después siempre lo hay. Y a muchas madres no se les informa de los que se les hace ni antes, ni durante, ni después.

Como decíamos, tenemos que entender que el embarazo, parto y postparto son momentos muy delicados en la vida de las mujeres y sus familias; deberíamos ser muy cuidadosos y conscientes de cada gesto y de cada palabra en esos momentos tan delicados. El personal sanitario debería tener muy presente que aunque para ellos ese parto sea el quinto del día, para esa familia es el nacimiento de su hijo o su hija, y aunque no sea un insulto ni una vejación, quizá el paritorio no sea el momento ni el lugar más adecuados para comentar las vacaciones en el pueblo, ni el último partido de fútbol. Y mucho menos hacer callar a la mujer de está dando a luz, que no les moleste o decirle a su pareja que no puede estar allí.

Cuando el embarazo no acaba bien: aborto y duelo gestacional

Pero es que además, los embarazos y partos no siempre acaban bien. Y debería tratarse con especial cuidado y respeto a las familias que acaban de perder un hijo. En nuestro país la atención a estas familias que han tenido una pérdida gestacional o perinatal deja mucho que desear, especialmente cuando las pérdidas se producen en las primeras semanas, que son además la mayoría. En estos casos la atención tiende a cero.

¿Y qué ocurre con los abortos en gestaciones más avanzadas? En estos casos, por si no fuera suficientemente duro que la mujer tenga que parir a un hijo muerto, además tendrá que hacerlo al lado de otras mujeres que van a poder tener a su bebé en brazos. Y luego las ingresarán en un pasillo lleno de flores y alegres familiares que vienen a visitar a los recién nacidos. Nuestro sistema no les ofrece ni un espacio privado, ni un tiempo para la despedida, ni se les facilita crear recuerdos con fotos u otros rituales (que al final es todo lo que les va a quedar de ese hijo), ni tampoco se les ofrece acompañamiento psicológico o la posibilidad de acogerse a una baja para recuperarse física o mentalmente si la pérdida ocurre antes de los 6 meses. Esta forma de maltratar a las familias cuando pierden un hijo, podemos considerarla igualmente violenta. No porque nadie en concreto les haya agredido directamente, sino porque ha habido un maltrato y un abandono institucional. El sistema desatiende lo que debería atender. Y como siempre se ha hecho así, pensamos que es normal, cuando no debería serlo.

Algunos estudios señalan que estas prácticas podrían estar asociadas al síndrome de burnout de los profesionales, así como a que en la formación que reciben los sanitarios, en la que han normalizado estas prácticas. Por eso hay que poner el foco aquí y dejar claro que esto no es normal. Que no está bien tratar así a nadie y menos aún a una mujer de parto. No tenemos por qué asumir “que las cosas son así” ni las tasas de depresión postparto (entre un 8 y un 13%) y estrés postraumático (en torno al 3%, pero llega al 18% en EEUU) que observamos entre mamás recientes que tienen mucho que ver con todo esto que estamos hablando. ¿Y qué consecuencias tiene? Pues a veces estas experiencias suponen que la pareja no vaya a tener más hijos, aunque su intención fuera tener más en un principio…

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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