Dónde buscar la felicidad

Hoy os voy a contar un estudio de hace algunas décadas en el que los investigadores comparaban lo felices que eran dos grupos de personas: por un lado, ganadores de la lotería, y por el otro, víctimas de accidentes de tráfico que habían quedado tetraplégicos. ¿Cuál de estos dos grupos será más feliz? Parece obvio, ¿no? Pues quizá no lo es tanto, y la felicidad sea menos obvia de lo que creemos. Vamos a verlo.

Pues resulta que no es tan obvio. Podríamos pensar que los ganadores de la lotería serían la leche de felices, pero realmente no lo eran más que un grupo control con el que les compararon. De hecho estas personas obtenían significativamente menos placer de los acontecimientos cotidianos. Vamos, que al menos a ellos el dinero no les dio la felicidad. Y sí, los que habían sufrido un accidente mostraron cierta tendencia a “idealizar su pasado”, pero no me diréis que no es llamativo que los que ganaran la lotería no fueran realmente más felices que el resto…

La felicidad desde el budismo

Desde el budismo se dice que la felicidad está determinada más por el estado mental que por los acontecimientos externos, incluso por algunos tan extremos como tener una grave enfermedad o ganar la lotería. Está claro que esto puede hacer que nos sintamos más contentos o deprimidos a corto plazo, pero no tiene efectos muy duraderos en nuestro estado de ánimo. Este estado de ánimo tiende a volver a su nivel previo al cabo de no mucho tiempo después del accidente o después de la lotería. Lo que pasa es que con mucha frecuencia confundimos la satisfacción o placer temporal con la felicidad, y no son lo mismo. La felicidad es un estado mental que se da como consecuencia de cómo nos enfrentamos a la vida. Pero como seguimos sin saber exactamente qué nos acerca o nos aleja de esa felicidad, al final acabamos hechos un lío, y gastamos un montón de energía en cosas que aportan más bien poco a nuestros objetivos.

Un error que cometemos es el de asociar el logro de ciertas aspiraciones con la felicidad: “seré feliz cuando cambie de trabajo”, “seré feliz cuando tenga una pareja”, “seré feliz cuando consiga el divorcio”, “seré feliz cuando tenga mi propia casa”. Pero es que cuando por fin conseguimos alguna de estas metas, va y resulta que la felicidad no llega. Que sí, que nos sentimos bien por haber conseguido eso que queríamos, pero esa sensación positiva desaparece muy rápido, para volver otra vez a la casilla de salida, y eso es muy frustrante.

Buscar el equilibrio

Así van pasando los días y no llegamos a darnos cuenta que, en realidad, vivimos como ratones en la rueda, corriendo mucho pero sin llegar a ningún lado, porque nada más llegar nos hemos marcado la siguiente meta sin poder parar ni un segundo a disfrutar eso que tanto nos ha costado conseguir.

Entonces, ¿qué? ¿Y si hemos estado equivocados todo este tiempo?, ¿y si la felicidad no está tanto en conseguir ciertas aspiraciones sino más bien en sentir satisfacción por lo que ya hemos logrado? Sentirnos felices o unos desgraciados está muy relacionado con la manera en la que percibimos nuestra situación actual, esto es, con lo satisfechos que nos sintamos con lo que tenemos en el momento presente. Y esto, en una sociedad en la que predomina la ambición, la generación de necesidades y un inconformismo patológico, es algo complicado.

Quizá la clave esté en conseguir un buen equilibro entre nuestras aspiraciones y la capacidad de disfrutar y conformarnos con lo que ya tenemos. Algunos habréis arqueado una ceja al escuchar la palabra “conformarnos”, ¿verdad que sí?

Dejadme que lo explique y así se entenderá mejor: la ambición en sí no es mala, hace que la sociedad y la humanidad progresen: sin ese impulso a mejorar seguiríamos viviendo en las cavernas. El problema es que nos falta capacidad para valorar lo que tenemos por miedo a quedarnos estancados; vivimos siempre pendientes de lo que nos falta sin valorar lo que hemos conseguido. Hemos acabado yendo mucho más allá de las aspiraciones naturales por crecer y prosperar, y hemos caído en una suerte de avaricia vital: nunca estamos satisfechos, siempre queremos más, de lo que sea, porque pensamos que más es siempre mejor: un coche más rápido, una casa más grande, un teléfono más inteligente y una escuela más cara para nuestros hijos. Pero como os decía, esta especie de avaricia vital no nos da la felicidad sino como mucho una breve satisfacción puntual que se evapora en cuanto nos marcamos la siguiente meta. Valorar lo que tenemos, conformarnos de un modo saludable con eso, es el antídoto contra esta rueda infinita por el siempre más.

¿Podemos tenerlo todo?

Constantemente nos bombardean con la idea de que podemos tenerlo todo, que no tenemos renunciar a nada, pero esto una trampa: tener metas poco realistas o querer llegar a todo es la receta perfecta para estar siempre insatisfechos. Si aprendemos a identificar las renuncias que hay tras nuestras decisiones y conseguimos aceptarlas, estaremos más cerca de vivir de un modo más pleno y sentirnos más felices.
Pensad, por ejemplo, en decisiones importantes como cambiar de puesto de trabajo, tener hijos, o en si seguir con nuestra pareja o dejar la relación. ¿Difíciles, no? Cuando nos enfrentamos a una toma de decisiones como estas, lo que verdaderamente normalmente nos cuesta no es tanto elegir una de esas opciones, sino renunciar al resto. Pero la vida es así, debemos aprender a renunciar para poder seguir avanzando. No podemos tenerlo todo. Y aspirar a eso conduce a la infelicidad.

¿Por qué no soy feliz?

Esto les ocurre a algunos pacientes que vienen a la consulta; están frustrados porque se ven incapaces de conseguir sus metas, y por más que se esfuerzan no llegan a ser felices: eso les produce ansiedad, daña su estado de ánimo e incluso perjudica sus relaciones sociales. Pero una vez analizamos qué es lo que les está ocurriendo, en muchas ocasiones encontramos un mismo patrón: es imposible que consigan ser felices de esa manera, ya que están intentando conseguir ciertos objetivos que, habitualmente, son incompatibles: es difícil tener una casa de muchos metros cuadrados y tener mucho tiempo libre, al igual que es difícil pasar más horas con la familia y al mismo tiempo promocionar en el trabajo; es difícil leer más libros mientras ensayamos bailecitos de tiktok. Hay que elegir y renunciar

El camino para que nuestras decisiones nos hagan felices pasa necesariamente por aceptar las renuncias como parte del proceso. El día no tiene más horas, tienes que elegir en qué inviertes tu tiempo y tus esfuerzos. Y eso, nuevamente, implica renuncias. Pero esta renuncia tiene que ser consciente, con determinación y asumiendo sus consecuencias. Si no, si simplemente sigues avanzando pero recordando con nostalgia aquello que nunca fue, seguirás sin valorar lo que tienes y que tanto esfuerzo te ha costado. Porque, no te engañes: ninguna realidad, por buena que sea, soporta la comparación con una fantasía.

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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