El síndrome de París: ¿por qué enferman algunos japoneses al llegar?

Cada año millones de turistas japoneses visitan París; y de todos ellos al menos un par de decenas tienen que ser repatriados a su país antes de acabar las vacaciones. No son muchos, pero los suficientes como para llamar la atención de las autoridades. Estos turistas manifiestan un cuadro caracterizado por alucinaciones, sentimientos de persecución, desrealización, despersonalización, ansiedad y también manifestaciones psicosomáticas como mareos, taquicardia, sudoración y otros síntomas. Tanto es así que la embajada japonesa en París tiene una línea telefónica 24 horas destinada a atender a estos turistas que experimentan lo que se ha llamado “el síndrome de París”. ¿Qué es lo que produce estos síntomas? Vamos a verlo.

El origen del Síndrome de París

Fue Hiroaki Ota, un psiquiatra japonés que trabajaba en Francia, el primero en describir este síndrome a finales de los años 80. Cada año, decenas de turistas japoneses mostraban el mismo cuadro y la única forma de que se recuperaran era enviarles de vuelta a su país, en ocasiones acompañados durante el vuelo por un médico o una enfermera hasta que se encuentran “a salvo”.  Desde esta primera descripción en los años 80, tuvieron que pasar casi veinte años hasta que se confirmara la existencia del síndrome en publicaciones científicas.

Todos los casos tenían un mismo perfil: sobre todo mujeres, alrededor de los 30 años, y con elevadas expectativas acerca de lo que se iban a encontrar en su viaje. Y se ha visto que son precisamente esas expectativas las que juegan un papel más importante en el desarrollo de este síndrome.

París es un destino exótico y muy valorado por los japoneses, tanto o más como para nosotros Japón. Pasan buena parte de su vida idealizando París, sus calles, su cultura, sus museos, viendo en bucle una y otra vez Amelie y deseando pasear por sus calles. Hasta que un día, finalmente, pueden permitírselo y allá que van. ¿Y qué es lo que sucede?

Pues que conforme bajan del avión se encuentran discutiendo un taxista maleducado que les quiere llevar al hotel por el camino más largo; camareros que gritan y se enfadan con los clientes que no hablan francés fluido, ciudadanos que se ríen de los turistas orientales… La visión idealizada que durante años habían construido de una ciudad romántica, bohemia y tranquila, se derrumba ante el bullicio, el estrés y las prisas de una capital europea. Y entonces entran en shock. Para los japoneses, una sociedad más educada y servicial, que raramente eleva la voz con enfado, la experiencia de su sueño convirtiéndose en una pesadilla es too much.

Síndrome de Stendhal y síndrome de Jerusalén

Las características de este síndrome pueden recordar a algunas personas a otros síndromes psiquiátricos curiosos, como pueda ser el síndrome de Stendhal o el síndrome de Jerusalén; El primero, es una respuesta que tienen algunas personas cuando son expuestas a obras de arte de gran belleza, y que se caracteriza por un elevado ritmo cardíaco, temblor, o palpitaciones. El síndrome de Jerusalén está más relacionado con el fervor religioso y sus características están más relacionadas con la psicosis y los delirios; en este caso, el visitante a tierra santa comienza a identificarse completamente con un personaje del Antiguo o del Nuevo Testamento y a actuar como tal.

A ver, que estos síndromes o trastornos son muy curiosos pero, pese a ser condiciones médicas reales que han sido descritas en la literatura científica, no dejan de ser algo anecdótico que afecta a muy pocas personas. Sin embargo, lo que hay detrás del síndrome de París es algo que sí que nos puede afectar a todos, y está relacionado con las expectativas que en ocasiones nos construimos acerca de una realidad. Ya hemos hablado muchas veces del papel que tienen las expectativas a la hora de influir en cómo acabamos percibiendo una realidad determinada, por ejemplo, acordaos del efecto Pigmalión y el experimento de Rosenthal y Jacobson.

El poder de las expectativas

Esto del síndrome de París sería un ejemplo extremo de la desilusión que podemos experimentar cuando durante mucho tiempo hemos idealizado algo y, cuando llega por fin ese momento, vemos como la realidad no es como la habríamos imaginado. Y es que, como no me canso de decir, no hay realidad capaz de competir con una fantasía. Por muy buena que sea esa realidad.

Por ejemplo, yo recuerdo la leche que me di cuando entré a estudiar psicología. Había idealizado lo que era estudiar psicología, me lo imaginaba como algo mucho más creativo, bohemio, aprender a trabajar con el inconsciente… y claro, llegas, te ponen a estudiar psicometría, análisis de datos, biología, endocrinología… y ufff, el choque de realidad es tremendo.

Lo mismo les ocurre a muchas personas, por ejemplo, con la maternidad o la paternidad. Durante años idealizan lo que es la vida con hijos, ven lo felices que son sus amigos por Instagram con sus criaturas, paseando de la mano por prados verdes y haciendo castillos de arena en la playa. Y sí, eso también existe, claro. Pero luego están las noches sin dormir, limpiar sábanas con vómitos, las dudas constantes acerca de si lo estarás haciendo bien…

Por no mencionar las expectativas que nos hacemos sobre lo que es una relación de pareja, basada en las comedias románticas de Hollywood, que parece que siempre andan con mariposas en el estómago y, si dejas de sentirlas, es que “se ha apagado la llama” y tienes que correr a buscar el amor verdadero.

Pues eso, repito, que no hay realidad, por buena que sea, capaz de competir con las movidas que a veces nos montamos en nuestra cabeza. Porque la fantasía no tiene límites. Quizá no entramos en shock como los pobres japoneses, o no nos vestimos de nazareno y nos ponemos a predicar por las calles, pero sí que estas expectativas pueden hacernos sentir desgraciados en nuestro día a día, sintiendo envidia de esos otros que sí están viviendo unas vidas felices y a tope.

Y lo peor es que quizá somos nosotros los que estamos viviendo esa realidad envidiable pero no nos enteramos. Porque no se parece a lo que hemos visto en Instagram o TikTok. Lo dicho, que cuidado con las expectativas y la idealización, que luego el chasco puede ser muy grande.

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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