Hijas e hijos fuertes y con una sana autoestima

¿Qué es lo que diferencia a las niñas y niños fuertes, resilientes y seguros de sí mismos?, ¿nacen así, o son fruto de la forma en la que son educados? Aunque puede haber una base temperamental, como en todo, de lo que no hay duda es que las vivencias que tengan durante su infancia, especialmente en casa, con su familia, les van a ayudar a crecer fuertes como los robles, o frágiles como delicadas flores de primavera. ¿Y cuáles son esas vivencias?, ¿qué podemos hacer para facilitar que sean fuertes, resilientes y con una sano autoconcepto? Esta semana vamos a ver 10 claves que podemos aplicar desde ya en nuestras casas. Veamos.

El ambiente en casa

La primera clave es que en nuestro hogar debe haber un ambiente cálido y afectuoso en el que todos nos sintamos a gusto, un lugar del que no queramos huir. Debemos esforzarnos por mantener un buen clima en el que las necesidades de todos sean importantes, especialmente en cuanto a sentirnos escuchados, respetados y tenidos en cuenta.

Normas y límites claros

En segundo lugar debe haber normas y límites claros, comprensibles, y adaptados a la edad de nuestras hijas e hijos. Tanto si nos pasamos como si nos quedamos cortos con los límites vamos a generar ansiedad e incertidumbre; los límites deben ser conocidos, explicados y consistentes, esto es, respetados por todos. No solo cuando a los mayores nos vienen bien esos límites. Que están para algo.

Flexibilidad

Pero cuidado, también tenemos que ser flexibles. La flexibilidad como capacidad de cambiar nuestra forma de actuar y nuestras demandas en función de la situación en la que nos encontremos es esencial. Tan importante como ser consistentes está el ser flexibles y no es algo incompatible. Al contrario, ambas características son necesarias.

Adaptarnos a sus necesidades cambiantes

Decíamos que tenemos que ser sensibles a sus necesidades, pero éstas son cambiantes y no son las mismas con dos meses, con un año, con dos, con cuatro o con diez. Y a veces a los padres nos cuesta un poco adaptarnos a estos cambios. Quizá lo que era satisfacer necesidades y proteger cuando tienen un año, es desatenderles o sobreprotegerles cuando tienen cuatro o cinco. Ellos cambian constantemente, y nosotros debemos adaptarnos a esos cambios. No podemos darles siempre el mismo trato, ni exigirles lo mismo. Lo que les demos, permitamos y exijamos debe ir de la mano de sus capacidades. Quizá exponerles a según qué cosas con dos años puede ser innecesario, pero evitar que le hagan frente con cuatro no les hace ningún favor, porque necesitan hacer frente a las dificultades de la vida para crecer

Evitar amenazas, castigos y chantajes

Es recomendable que evitemos las amenazas, castigos, y chantajes para que cumplan las normas. Es tentador claro, porque a corto plazo funciona, pero a la larga suelen traer más perjuicio que beneficio. Los castigos, las amenazas y los chantajes funcionan porque generan miedo, y no deberíamos pretender que nuestros hijos (ni nadie) nos tema. Que sí, que la vida es muy dura y todo lo que quieras. Pero no se la hagamos más dura innecesariamente. Deben ser capaces de hacer frente a lo que se les ponga delante, con la seguridad de un entorno familiar que va a acompañar y facilitar. Las hostilidades de la vida ya vendrán, queramos o no. Nosotros tenemos que apoyarles, no machacarles.

No proyectemos nuestros miedos sobre ellos

Ojo a nuestros propios miedos y a proyectarlos sobre nuestras criaturas. Todos tenemos nuestros miedos y nuestros fantasmas, y todos queremos evitar que nuestras hijas e hijos sufran de manera innecesaria. Pero esto no puede llevarnos a proyectar sobre ellos nuestros miedos y dar por sentado que lo que nos supone o cuesta a nosotros tenga que ser un problema también para ellos.

Cuidado con las etiquetas

En este sentido, cuidado con las etiquetas: “es que mi niño es muy miedoso”, “es que mi hija es muy tímida”, “es que le cuestan los cambios”, “es que es muy nervioso”. Al final las etiquetas suponen un freno al desarrollo, porque la persona tiende a comportarse de acuerdo con la etiqueta que le han puesto. Si decimos que es miedoso, se comportará aún más como miedoso. Si le tratamos como una persona a la que le cuestan los cambios, y pobrecita de ella que le cuesta adaptarse, más le costará adaptarse. Lo mismo si es nervioso o la etiqueta que le pongamos.

Confía en sus capacidades

Por eso es imprescindible que seamos capaces de transmitirles confianza. Que confiemos en ellos y sus capacidades. No les veamos como delicadas flores de primavera. No. Son fuertes, tienen recursos, tenemos que permitirles descubrirlos y sacarlos. Sabiendo que nos tienen ahí si algo no sale bien. Tenemos que ser su base segura a la que puedan acudir siempre que lo necesiten, pero no les hacemos ningún favor llevándoles siempre de la manita ante cualquier dificultad. Eso no quiere decir que debamos ser insensibles a su miedo, su ansiedad o su sufrimiento. En absoluto. Debemos validar y acompañar esas emociones, nunca forzarles cuando no están preparados para enfrentarse a algo, pero tampoco impedirles hacerlo cuando sí que pueden.

Exponerles a retos

Esto se ve facilitado si les exponemos a retos. O, al menos, no les impedimos que les hagan frente. Podemos ser nosotros quienes les ponemos esos retos en función de sus capacidades y necesidades, ser nosotros quienes permitimos que arriesguen, que conozcan sus propios límites y que aprendan de la experiencia. El “pobrecito”, “cuidado”, “no sé yo si vas a poder” o el “así te harás daño” no ayudan. A ver, que no estamos hablando de grandes y peligrosas hazañas, estamos hablando de cosas normales del día a día. Impedirles toda herida, rasguño o decepción no les permite crecer. Y sobreactuar cuando estas cosas ocurren, tampoco.

Los errores como parte del aprendizaje

Porque debemos aceptar y normalizar el fracaso. El suyo y el nuestro; que a veces hacemos un mundo cada vez que nos equivocamos nosotros y con eso no les damos precisamente un buen modelo. Si el error o el fracaso, suyo o nuestro, es un drama, ¿cómo se van a atrever a arriesgar? Si nos asustamos y dramatizamos cada herida o rasguño, ¿qué les estamos transmitiendo? Insisto, no hablo de negar su malestar y su sufrimiento ni de no validar sus emociones. Hablo de transmitir fortaleza y confianza: _“¿te has caído? Ufff, eso duele, pero si quieres aprender a patinar te tienes que caer muchas más veces para conseguirlo”_ Eso es muy distinto a _“madre mía, te podrías haber abierto la cabeza, será mejor que guardemos los patines hasta que seas más mayor”.

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

 

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