Sobreestimulados: ¿nos estamos cansando de tanto ruído?

El otro día me encontré con una cinta de casete en un cajón, y de repente me transporté a ese verano de finales de los 80 y principios de los 90, sentado en el patio de casa de mi abuela, mientras esperaba que pusieran una de esas canciones que me gustaban para poder cazarla y escucharla cuando quisiera. Y de repente, unos recuerdos sacaron otros y empecé a pensar en cómo eran las cosas y cómo han cambiado. Lo puse en Instagram, y por lo que veo, no soy el único que piensa de la misma manera: estamos sobreestimulados. 

Lo recuerdo perfectamente. Estar en el patio de casa de mi abuela, en un pueblecito de la Ribera Baixa, rodeado de plantas, con un enorme radio casete, y ponerme en la esquina en la que se oía bien y sin interferencias a esperar a que pusieran una de esas canciones que me gustaban. 

También recuerdo que cuando acabábamos de comer, me tumbaba en el sofá del comedor y le pedía a mi abuela que me despertara justo cuando empezara El Coche Fantástico. O ir por la tarde al videoclub para alquilar por enésima vez Regreso al Futuro o Karate Kid, y cruzar los dedos para que estuviera libre y no la hubiera alquilado nadie ese día… También recuerdo salir por la noche a la puerta de su casa para estar a la fresca y escuchar como los mayores hablaban. Y cuando me aburría, ir al portal de enfrente, con mis coches, para distraerme un poco. O ir a la mañana siguiente al quiosco para saber si ya les había llegado la última Hobby Consolas, Micromanía, o cómic de Dragon Ball. 

Contado así todo esto suena muy «viejuno», pero es que fue encontrar esa cinta y de repente empezar a salir un montón de recuerdos de esa época. Y ostras, solo han pasado 30 años, pero todo ha cambiado muchísimo. Que sí, que yo sentía que el mundo se movía más lento porque yo era un niño, pero es que el mundo de hoy y el de hace 30 años no son el mismo, quizá empezamos a estar un poco sobreestimulados.

Esta cinta la he encontrado en un momento en el que me siento un poco saturado por tantos imputs. Siento que cada vez más vivimos en una época en la que nuestra atención tiene un precio, y diferentes empresas de distintos sectores se pelean por obtenerla. Es lo que muchos llaman ya “la economía de la atención”. Nuestro día tiene 24 horas, de las cuales un buen puñado las deberíamos pasar durmiendo. Nuestro tiempo “productivo” es limitado, y la cantidad de estímulos a los que podemos atender es igualmente limitada, no podemos con todo. Y cada vez tenemos que prestar atención a más cosas en el mismo tiempo. Y eso es agotador. Estamos sobreestimulados.

Nos estamos acostumbrando a un nivel de velocidad, estimulación e inmediatez que se nos está indigestando un poco. Veamos algunos ejemplos. Las noticias. Antes teníamos los informativos en TV, radio y la prensa escrita. Y teniendo en cuenta que existían varias televisiones, emisoras de radio y periódicos, es una cantidad de información que ya podía costar procesar. Pero es que ahora las noticias se difunden en tiempo real, casi sin filtro. La batalla que se libra no es tanto por el rigor o el análisis sino por la inmediatez. Y claro, eso tiene consecuencias. Por ejemplo, una muy curiosa: la enorme cantidad de faltas de ortografía que se encuentran actualmente en los medios. Y otra: que acabamos llamando noticias a cualquier cosa que pasa. No es lo mismo el “interés público” que el “interés del público”, pero si todo es tan rápido, no hay tiempo para hacer más análisis. 

La música sería otro ejemplo: ahora ya no tenemos nuestra colección de música en discos, CDs, cintas o incluso archivos digitales. Ahora tenemos, por un módico precio, una suscripción a toda la música que existe y que ha existido en la historia. Hay tanta oferta que no sabemos ya ni qué escuchar, con lo que acabamos escuchando las listas que otros han hecho, vamos, que paradójicamente volvemos al “lo que me pongan” de las emisoras musicales tradicionales. Ahora se escuchan canciones, no álbumes. La música ha pasado de ser un bien cultural a un producto más que consumimos compulsivamente. De hecho, un dato curioso es que la duración media de las canciones no ha hecho más que reducirse desde hace algunas décadas, y cada vez éstas son más cortas: porque nuestra capacidad de atención no da para temas de más de tres minutos, así que la oferta cambie: canciones sencillas y cortitas para que mantengamos nuestra atención y no saltemos al siguiente tema. 

Lo mismo que pasa con la música ocurre con el cine; ahora en cualquier plataforma de vídeo tenemos más contenido del que podamos ver en 20 vidas, e ilusos de nosotros, creemos que “podemos estar al día”… ¡ja!

El teléfono móvil y la mensajería instantánea molan mucho, nos facilita estar en contacto con la gente importante para nosotros… pero en ocasiones acaba siendo otra fuente de ruido. Se espera que estemos siempre disponibles, y si hay check azul, ¿por qué narices no me has contestado? Vale que tener que estar en casa, al lado de un teléfono atado por un cable a la pared no es lo ideal, yo hace más de 10 años que no tengo teléfono fijo, vamos. Pero de ahí a tener que estar disponibles 24/7 hay un trecho.

Y ejemplos tendríamos muchos más: la forma en la que han cambiado los videojuegos en las últimas décadas, el modo de consumo de libros, la forma en la que viajamos… En fin, que cada vez estamos más sobreestimulados, bombardeados por más estímulos pero nuestra capacidad para atenderlos sigue siendo la misma. Cuesta mucho demorar gratificaciones cuando todo es inmediato. Valoramos mucho menos cada cosa que tenemos porque ahora podemos acceder a todo sin límite. 

¿Y a dónde quiero llegar con todo esto? Pues a ningún sitio; simplemente es una reflexión que tuve y que ahora comparto con vosotros. No voy a darme de baja de Netflix, ni voy a dejar de comprar productos en Amazon ni dejar de usar Whatsapp. Es lo que tiene vivir en el año 2020 y no en 1980. Ahora tenemos unos problemas y entonces teníamos otros. Ni mejor ni peor, tan solo diferente. Pero sí creo que ser conscientes de el enorme cambio que se ha producido nos puede ayudar a enfocar mejor ciertas cosas, a nosotros y especialmente a los más peques, para evitar indigestarnos con tanta velocidad y tanto estímulo. 

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Licencia Creative Commons Este artículo, escrito por Alberto Soler Sarrió se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.
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