Algo que veo con cierta frecuencia en consulta, y es un tema que sale una y otra vez con los pacientes, es el de pedir ayuda. Por mal que estemos, por mala que sea la racha en la que nos encontremos, nos resistimos a mostrarlo a los demás. Como si tener problemas o estar mal fuera una señal de debilidad. ¿Y lo peor de todo? Que con esa actitud estamos renunciando a un apoyo y soporte que, probablemente, nos vendrían de maravilla en esos momentos.
Piensa en la escena; te encuentras con alguien por la calle, en el metro, o incluso le mandas un mensaje o le llamas específicamente para ver cómo está, y la respuesta sale siempre como un resorte: “bien, ¿y tú?” Es como cuando estamos aprendiendo inglés, una frase hecha: “Hello, how are you? I’m fine, thank you”. No hay otra respuesta posible. Decimos que bien, damos las gracias y preguntamos a la otra persona para que nos responda lo mismo.
Y algunos me diréis, “Alberto, es que muchas veces la otra persona no quiere escuchar realmente cómo te encuentras”. Ya, pues quizá no debería hacer esa pregunta si no quiere escuchar la respuesta. Tendríamos que empezar a normalizar que no siempre estamos bien. Si preguntas, asumes que la otra persona puede responderte.
Si preguntas “¿qué tal?, ¿cómo han ido tus vacaciones?” es porque te interesa saber cómo han ido sus vacaciones. Si preguntas “qué tal se come en ese restaurante” es porque quieres saber cómo se come en ese restaurante. Si preguntas cuánto te ha costado el teléfono nuevo es porque quieres saber cuánto te ha costado el teléfono nuevo. Pero si preguntas “¿cómo estás?” resulta que solo estás utilizando un formalismo social y realmente te importa cuatro pimientos cómo esté la otra persona. Pues eso, que quizá tenemos que empezar a normalizar el que no siempre estamos bien. Y más en pandemia, que el que más, el que menos, estamos todos agotados…
Otros también diréis: “pues es que yo conozco a fulanito (o Fulanita) que cada vez que le pregunto, siempre me está contando su vida y desgracias”. Sí, eso también pasa a veces. Pero es mucho menos frecuente, y probablemente se deba a que esa persona a) realmente está en un mal momento y b) carece de las habilidades sociales necesarias para poder equilibrar un poco su discurso. El tema es que vivimos en una sociedad taaaan individualista y nos la bufa tanto cómo están los demás, que a veces cuando te encuentras con alguien que pregunta con sinceridad y escucha te agarras como a un clavo ardiendo. No deja de ser síntoma de lo mismo. Pero bueno, esto es otro problema, que si queréis, tratamos en otro vídeo…
A lo que íbamos, el tema de hoy es que, por un motivo u otro, nos cuesta mostrar cómo estamos a los demás, y no digamos ya pedir ayuda. Eso va ya para matrícula. Si las apariencias siempre han sido importantes, en esta época de redes sociales parece que lo son más todavía, porque estamos constantemente expuestos a una imagen idealizada y edulcorada de lo que son las vidas de los demás. Porque no, nadie es tan feliz como muestra en sus redes sociales. Todos tenemos nuestras miserias. Aunque esto en realidad lo sabemos todos, y lo intentamos racionalizar, de forma casi inconsciente es una idea que nos va calando, como un rum-rum: “jo, qué vidas más chulas que tienen los demás y menuda mierda la mía”.
¿Y qué hacemos? Lo escondemos. Fingimos. Porque nos da miedo sentirnos aislados y que nos dejen de lado si no encajamos en ese mundo de fotos de pies en la playa y bailecitos en tiktok. ¿Os habéis parado a pensar cómo son realmente las vidas de esas personas que siempre vemos sonriendo y haciendo bailes (sin dejar de sonreír, por supuesto) en tiktok? Lo cierto es que no es tan raro que cuando dejan de grabar, muchas veces su vida sea también “ tan miserable” como las nuestras.
El problema de mostrarnos siempre bien es que desgasta muchísimo, quema mucha de la energía que tenemos, y no hace más que aumentar nuestra sensación de ser una farsa, con lo que el malestar aumenta todavía más. Es un círculo que se retroalimenta.
Y claro, si no nos atrevemos a mostrar que quizá no estamos en nuestro mejor momento, ya no hablemos de pedir ayuda a los demás. Muchas veces arrastramos la idea de que siempre deberíamos poder con todo, y de que lo contrario es señal de debilidad. Entonces, partiendo de esa base, sonrisa y a cargarnos todavía más todo a la espalda.
Si esto es así para mucha gente, lo es especialmente para las mujeres, que demasiadas veces se ven atrapadas por el mito de la súper Woman que puede con todo: trabajo, casa, hijos, familia, amgigos, autocuidado, ocio… hasta voluntariados! Pero lo que parece que se les olvida es que sus días tienen las mismas horas que los del resto de las personas, y que tratar de llegar a todo es el camino más directo para hacerlo todo regular o directamente mal. Empezando con uno mismo, porque lo primero que se suele resentir es la propia salud.
Así, renunciamos a pedir ayuda aferrados a la idea errónea de que deberíamos poder con todo. Aunque este tampoco es el único motivo. También renunciamos a pedir ayuda pensando que nadie quiere a una persona que está mal a su lado, que vamos a ser una carga para los demás, que la gente es muy individualista y nadie se preocupa por los otros… Y sí, parte de esto puede ser cierto. Pero las fórmulas que incluyen el “todo”, “nada”, “siempre” o “nunca” ni suelen ser ciertas, ni nos suelen traer nada bueno. Está claro que no a todas las personas les podemos dar los mismos mensajes, ni todo el mundo va a estar dispuesto a ayudarnos siempre. Pero hay personas y personas. Y seguro que tienes a alguien a tu lado que si se entera de cómo estás y del tiempo que llevas fingiendo, no dudará en echarte un cable, no sin antes darte una buena colleja por no haberlo dicho antes.
Y es que esto no deja de ser una forma de auto sabotaje: estoy mal y finjo que no estoy mal, lo cual me deja exactamente en el mismo sitio que estaba, pero eso sí, con menos energía de tanto fingir. Y claro, luego nos quejaremos de que el mundo es malo, que todos van a la suya y que nadie te ofrece su ayuda cuando de verdad la necesitas. Pero, ¿has probado a pedir esa ayuda?, ¿o más bien has estado sacando pecho creyendo que tú solito deberías poder con todo? Si no pides, no recibes. Pero no recibes porque no pides, y eso puede alimentar el círculo vicioso cuando se instaura la creencia de que “como la gente es individualista, no voy a pedir nada a nadie”: no recibo ayuda porque no la pido, y no pido ayuda porque estoy acostumbrado a no recibirla, pero la conclusión que saco es que la gente es muy individualista y van todos a la suya.
Pues eso, que reconocer nuestras debilidades y nuestras necesidades es un paso esencial para no asfixiarnos y encontrarnos mejor. Pero para eso tenemos que hacer frente y desafiar muchas ideas que tenemos arraigadas y que, quizá, como mínimo deberíamos poner a prueba.